¿De dónde procede la inteligencia?




Cuando hablamos de inteligencia, nos referimos a algo más que solo tener uso de razón, sino también a la facultad para aprender, entender, tomar decisiones, tener juicio de valor, asimilar en abstracto, elaborar información, emplear y comprender el uso de la lógica y formarse una idea determinada de la realidad.

El psicólogo investigador Howard Gardner, expuso en 1983 su teoría sobre las inteligencias múltiples, esta viene a decir que la inteligencia no se reduce al ámbito académico, sino que existen al menos ocho facetas principales o tipos de inteligencias cognitivas, que distinguen al ser inteligente del instintivo. Estas son las siguientes:

1)    Inteligencia lógica, empleada para resolver problemas de lógica y matemáticas, la capacidad para utilizar números de manera precisa y de realizar cálculos correctamente.

2)    Inteligencia lingüística, que es la habilidad para emplear expresiones variables en forma de palabras para comunicarse, no solo de manera oral, sino escrita.

3)    Inteligencia visual o espacial, que nos posibilita pensar en tres dimensiones. Nos posibilita percibir imágenes externas, internas, poder transformarlas o modificarlas y producirlas en información gráfica, además de poder interpretar y decodificar gráficos, como mapas, dibujos, esquemas, planos. Ser capaz de calcular distancias con unas pocas referencias.

4)   Inteligencia corporal, aquella que utiliza el cuerpo o parte de este, para expresar ideas y sentimientos. Esto envuelve, por ejemplo, el uso de las manos para transformar y manipular objetos, las capacidades de equilibrio, flexibilidad voluntaria, coordinación, por ejemplo, a la hora de señalar, hacer ademanes al comunicar, bailar y controlar los movimientos.

5)     La inteligencia musical, que percibe, transforma y define los sonidos armoniosos de la música y sus formas. Hace posible que se asocie ritmo, tono, timbre y sensibilidad en una melodía y se distingan los sonidos de una melodía a otra.

6)      Inteligencia interpersonal, que es la capacidad de empatizar con los demás, y que nos permite entender las sensaciones externas. Esta hace que podamos comprender expresiones faciales, gestos, posturas y nos hace tener la habilidad para ponernos en el lugar de la otra persona, sentir compasión o valorar su situación.

7)      Inteligencia intrapersonal, esta construye en el individuo una valoración exacta sobre sí mismo y le otorga la capacidad para dirigir su propia vida. Está relacionada con la reflexión, la auto comprensión y la autoestima. Nos permite entender cuáles son nuestros sentimientos y emociones. Nos mantiene conectados con nuestro yo y nos indica cómo nos encontramos en cada momento, en definitiva, nos ayuda a identificarnos ante los demás.

8)    La inteligencia naturalista es la capacidad para diferenciar, clasificar y emplear el medio ambiente. La habilidad para observar, reflexionar y curiosear y entender nuestro entorno. Por ejemplo, admirar una puesta de sol o un amanecer o el deseo de investigar para comprender como funciona nuestro entorno.   


En vista de eso, si bien consideramos como ser vivo al plancton de los mares, por poner un ejemplo, sin embargo no podemos atribuirles inteligencia, en el sentido del que planteo Gardner, aunque cumplen una función clave en el ecosistema, son maquinarias vivientes en el complejo engranaje de un planeta vivo, como es la tierra. Como ya vimos, algunos paramecios contienen en su minúsculo cuerpo, el núcleo central que controla de alguna manera sus movimientos y por tanto, sería como su sistema nervioso o cerebral. Por ello, algunos científicos insisten en que todo aquel que utiliza cierta estrategia para alimentarse o sobrevivir, ya se puede considerar “ser inteligente”, y bajo ese prisma hasta los seres más primitivos, como las bacterias entrarían. Pero cuando hablamos de vida inteligente, en este tratado nos referiremos a la inteligencia consciente.

Porque una cosa muy distinta es la consciencia y tener  sentido de vida en el mundo que nos rodea, a simplemente vivir y cumplir una función específica. Y esto lógicamente distingue al hombre como alguien muy apartado de cualquier otro ser en este planeta. Somos los únicos capaces de plantearnos cuestiones como las que estamos tratando, sin que eso sirva para su supervivencia personal. El matemático y cosmólogo londinense John David Barrow se hace la siguiente pregunta: ¿Por qué siendo productos de la evolución, nuestros procesos cognoscitivos nos llevan a sintonizar por sí mismos con retos tan extravagantes como descubrir las leyes del electromagnetismo o la estructura atómica o con el entendimiento del universo? Puesto que ninguna de las complejas y sofisticadas ideas relacionadas con estos estudios parece ofrecer ninguna ventaja selectiva que necesitara ser explotada en el periodo pre-consciente de nuestra evolución. Es una gran casualidad que nuestras mentes estén en disposición de desvelar las profundidades de los secretos del universo (Theories of everithing John Barrow, pag.172). En definitiva, viene a decir que nos encontramos en una curiosa situación en la que ningún otro ser vivo de la tierra se encuentra, como si la codificación del cosmos está sintonizada con la capacidad humana para entenderlo.

 En un momento dado de nuestras vidas nos hacemos conscientes de que somos un individuo, no podemos comparar nuestra vida a la de una bacteria, cuyo propósito podría ser, por ejemplo, descomponer un determinado cuerpo lácteo y convertirlo en queso, sin que esta sea consciente de su labor. Nosotros no solo somos conscientes de nuestra labor y propósito, sino que incluso podemos plantearnos la cuestión de qué sentido tiene esa labor. Algunos antropólogos intentan restar importancia a este asunto, reduciendo la inteligencia humana a una necesidad, asemejándola a la necesidad animal de protección, alimento, descanso, etc. En el caso del hombre, su necesidad de ampliar territorio, descubrir mejores maneras de supervivencia le ha llevado a la necesidad de saber, conocer investigar y eso ha conducido a la inteligencia que hoy tiene. Pero eso es simplificar demasiado las cosas, pues en realidad no se pueden comparar las necesidades animales, que siempre van encaminadas a vivir y reproducirse, con las humanas. Como reconociera el gran psicólogo y filósofo español Jose Luis Pinillos en su libro “La mente humana”, donde afirmó que la vida es una necesidad para el animal, que está forzado a vivir, pero no es así para el hombre que puede renunciar a esta. Concluye que nuestras necesidades no son del todo necesarias y habló de la autonomía funcional humana, que no es otra cosa que la independencia entre deseos y supervivencia. Nuestra mente se ha hecho compleja, nuestros deseos, necesidades y búsquedas son sumamente sofisticados, si las comparamos con la de otros seres vivos.

¿Qué nos hace tener esta inteligencia tan distinta a los demás? No se trata tan solo de tamaño o complejidad celular, ni tampoco es el tamaño del cerebro lo que nos da esta sofisticación. Hay un tópico popular y científicamente falso, que es relacionar tamaño proporcional y peso del cerebro con respecto al cuerpo, con inteligencia o capacidad de raciocinio. En este caso, un cachalote tiene el cerebro más grande de todo el reino animal, y es verdad que se le atribuyen, al igual que a los delfines de una especial inteligencia y curiosidad,  pero no por ello podemos atribuirle razonamientos conscientes, ni aprendizaje que le lleve, por ejemplo, a evitar los barcos pesqueros que los están cazando y llevando a la extinción. Como tampoco la inteligencia de  una musaraña que posee una capacidad cerebral de casi un 10% su tamaño y peso total, muy superior a la nuestra, la coloca necesariamente por encima. Curiosamente los humanos compartimos con los ratones la misma proporción de cuerpo y cerebro. Pero no por ello podemos compararnos con un ratón, ni siquiera con un elefante, cuya inteligencia es superior a la del ratón, pese a no poseer la proporción cerebral equilibrada con respecto a su peso y volumen.

Todas estas criaturas antes mencionados tienen un cerebro capaz de hacerles buscar estrategias de supervivencia, (donde podríamos incluir en algunos casos, el uso de herramientas), comprensión de grupo familiar, cuidado de su prole y otras cosas básicas, pero nunca se plantearían, por ejemplo, conservar por escrito la genealogía de su familia para recordarla años después o buscar un más allá en sus vidas. Ni siquiera a un primate se le podría pedir algo semejante, por mucho que algunos indiquen aspectos similares en conducta a la humana, jamás podríamos encontrar en estos, indicios de pensamientos de consciencia, planteamientos de su propia historia, filosofía de vida o creencia religiosa.

No se trata por tanto solo de inteligencia o capacidad para desarrollar herramientas o facilidades para alimentarse. Por ejemplo, muchos afirman que algunos primates demuestran un desarrollo potencial del cerebro al utilizar herramientas, como palos, hojas, piedras y otras cosas para buscar alimento, pero la utilización de recursos como herramientas, no es propio solo de los primates con sus cerebros más grandes y cuerpos más preparados, los cuervos, horneros, golondrinas y otras aves también demuestran la misma capacidad o mayor incluso, al utilizar palos, o al construir sofisticados nidos con arcilla y otros materiales.





Pero a eso se le llama instinto de supervivencia, en muchos casos indica cierta sabiduría instintiva y capacidad para solucionar problemas, pero nunca inteligencia absoluta. Experimentos realizados con animales superiores, como ratones o primates, indican que con la obtención de satisfacciones obtenidas por los alimentos, o por el instinto de protección ante los peligros, hace que aprendan y busquen soluciones que se catalogan como “inteligentes”. 

Pero en el caso del hombre, la cuestión parece muy distinta, lo que nos hace únicos o muy alejados de los demás habitantes del planeta que habitamos, es que nuestra inteligencia nos lleva a tener consciencia del “yo”. ¿Y esto qué es? De alguna manera esa consciencia del yo, es saber que somos una individualidad pensante, que busca crecer intelectualmente o sencillamente siente la necesidad de explicarse a sí mismo, eso es precisamente lo que nos hace ser lo que somos. Es verdad que si buscamos, mucha de nuestra conducta y actitud puede ser encontrada y comparada con la de algunos animales de forma más rudimentaria. Por ejemplo, la convivencia en comunidad que se observa en hormigas, termitas, abejas, hasta sus enfrentamientos entre comunidades de distintas razas, puede recordarnos a la humana en las grandes guerras que a lo largo de la historia las civilizaciones humanas han sufrido. 
La vida social y sexual de algunos chimpancés también puede encontrar analogía con la humana. Las luchas por el territorio, la dominación y el poder, las posiciones de dominio, castas o sumisiones que se observa en muchos animales salvajes también. Pero todo eso, dista mucho de ser comparable al ingenio del hombre por buscar un sentido a la vida, pensar en nosotros como seres que trascienden su existencia terrenal. No hay nada comparable en los animales, al sentimiento religioso o espiritual, y eso que algunos expertos indican que este espíritu pertenece a un proceder más arcaico en el hombre, que vino por el miedo cuando este fue consciente de la muerte. Pero todos los animales son conscientes de la muerte y la rehúyen, incluso se puede afirmar que lobos, leones, elefantes y otros seres con cierta capacidad, demuestran signos de pérdida o tristeza por la muerte de un miembro familiar, pero de allí a celebrar un funeral o recordar a este ser querido años después, no hay ningún ser vivo en todo el planeta que haga esto, salvo el hombre. 
  

Con esto tan solo queremos mostrar algo que siendo tan obvio, sin embargo ha sido discutido por décadas en la comunidad científica, que la compleja inteligencia humana nos hace diferentes, y esta no solo radica en la capacidad craneal, pues incluso uno de los supuestos antecesores del hombre, el Neardertal, se sabe ahora que tenía una capacidad craneal mayor que la de los humanos actuales. Algunos teorizan que la necesidad de prever el futuro, o hacer planes a largo plazo fue lo que hizo que el cerebro del hombre aumentase en capacidad de memoria y por tanto en inteligencia, en otro capítulo abordaremos el tema de la memoria y su centro de proceso, pero adelantamos que no parece que sea solo eso la clave de la inteligencia

Como reconocía el profesor de la universidad de biología antropológica de Boston, Terrence Deacon: los últimos descubrimientos en el campo de la neuroanatomía, han cambiado radicalmente nuestra comprensión del desarrollo del cerebro. Las nuevas aportaciones surgidas en los últimos años han cuestionado no sólo las ideas clásicas sobre la relación de tamaño, inteligencia y la introducción de nuevas funciones, sino que también han aportado herramientas con las que podemos probar que el cerebro humano difiere del de otros primates en no pocos aspectos. (Language and brain – Terrence Deacon)

De entre esos aspectos que apuntaba Deacon, tal vez el más notable sea el lenguaje. Es verdad que todos los seres vivos superiores utilizan sonidos para comunicarse, en algunos cetaceos se cree que la comunicación abarca una amplia gama de sonidos y frecuencias. Algunos señalan que fue la sociabilidad lo que llevó a los humanos a un sistema de comunicación más amplio y por tanto un lenguaje más sofisticado.  En el tema del lenguaje humano, podemos decir que no hay acuerdos en la comunidad científica, de hecho existen hasta tres líneas teórias distintas sobre el sentido y origen de este. La primera, la formalista, que asegura que nuestro cerebro ya contiene una especie de plantilla innata para la estructura del lenguaje, que a lo largo de milenios de evolución se ha ido implantando y refinando, al aumentar las necesidades de comunicación y de desarrollo de adaptaciones al entorno. Pero no explican cómo y que hizo que se estableciera esa plantilla básica que sólo los humanos poseemos.

Luego está la teoría funcionalista, que afirma que la estructura del lenguaje es el resultado de las limitaciones impuestas al comunicarse y ello ha supuesto la necesidad de un poderoso desarrollo de una red neruonal de manera sumamente sofisticada. A medida que esa red ha ido evolucionando en complejidad se fue formando el lenguaje. En realidad es similar a la anterior, solamente que no hablan de plantilla, sino de sistema neruonal.  

Frente a estas teorías que consideran que el lenguaje está internamente estructurado en el cerebro, está la sistematista, que incide en la idea de que el lenguaje es un sistema complejo en cuya estructura participan muchos imputs, es decir que de alguna manera la evolución de los sentidos ha provocado la del cerebro y por tanto la del habla. Es como decir que al haber cambiado la estructura del boca y las cuerdas vocales, del oído, incluso la vista ha facilitado la utilización mejorada de los sinodos, provocado esto a la vez que la estructura del cerebro cambie y aproveche las mejoras para la comunicación, que era la principal necesidad humana.

Estas son las teorías, pero luego a lo largo de pruebas e investigaciones en el cerebro humano y de otros seres, como los primates, las conclusiones son otras. Notemos lo que el mismo profesor llegó a reconocer: Mi trabajo con cerebros de primates a lo largo de una década muestra claramente que el área celular que corresponde al lenguaje existe en todas las especies de monos y simios. Corresponde al área frontal del cerebro y tiene la misma organización celular y la misma relación con otras estructuras, aunque no tiene nada que ver con la comunicación vocal de los monos, que no la utilizan para producir sonidos. (Language and brain – Terrence Deacon). Eso nos viene a confirmar una cosa, que si bien existen diferencias en la estructura del cerebro de primates y humanos, no es tanto en la zona correspondiente al lenguaje, y deja en entredicho que sea el área de broca la principal aportación de la inteligencia y desarrollo cerebral del hombre. El profesor Deacon apunta más adelante a una especie de diferencia de software, mas que de hardware para ilustrar las diferencias entre cerebros de especies.

 En definitiva, no se trata solo de tamaño, ni solo de secciones diferenciales en el cerebro, hay algo más.  Y descubrir qué es ese algo más es lo que intentaremos hacer en próximas entregas. 

Bibliografía:



-Inteligencias múltiples. La teoría en la práctica – Howard Gardner  (Paidós, Barcelona, 1998)
-La mente humana - Jose Luis Pinillos (ed. Temas de hoy,1991)
-El futuro de nuestra mente - Michio Kaku 
-Primates y filósofos - Franz de Waal
-Lenguaje y cerebro - Terence Deacon
-La mente de Dios - Paul Davies (ed.McGraw Hill)

-Theories of everithing , John Barrow




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