En este tratado, más que hablar de tener
consciencia, usaremos la expresión estar consciente, pues aunque parece que
estar vivo es lo mismo que tener vida, en el caso de la consciencia, la cosa
cambia, se trata de una situación y no de algo que se adquiere. Desde el primer
momento en el que nos damos cuenta que estamos vivos, tenemos consciencia, como
consideramos en otro capítulo, pero es difícil determinar si esto ocurre en el
vientre de nuestra madre o poco después de nacer, en cualquier caso hay un
momento en el que somos conscientes de nosotros mismos, es posible que la
consciencia no surja de repente, sino sea parte de un proceso de desarrollo. En
tal caso, algo que puede ayudar a descubrir cuando una persona es consciente de
sí misma sería vernos ante un espejo espejo. La reacción de un bebé frente al
espejo cambia radicalmente a partir de los seis meses, antes, en los primeros 90
días, es posible que no le llame la atención, tan solo capte su atención algún
brillo o el reflejo de la luz de este, más tarde si se fijará algo más y
posiblemente se quede observando con curiosidad al niño que ve al otro lado,
pero no llega aún a identificarlo con él mismo.
Pero de repente, llegará el día
en el que al verse delante, se reconocerá, tal vez sorprendido y con gran
curiosidad admirará su imagen reflejada de manera muy distinta, probará
haciendo movimientos, tocándose la cara, hará gestos y se dará plena cuenta que es él quien se refleja enfrente. Bien se puede decir que
ese será un momento crucial en la vida de un niño, como si de repente al
vernos frente al espejo reconocemos en nosotros mismos una individualidad y
dejamos de ser un testigo invisible de lo que nos rodea, para convertirnos en
un ser individual con rostro, una persona plena, entonces se puede decir que nuestra
consciencia estará completa.
Sin embargo a diferencia de la conciencia, que como
hemos visto, aún teniendo una base innata, se crea, se moldea y se cambia de
forma individual y a lo largo de toda la vida, la consciencia es intangible, está
unido a la vida, pero no necesariamente es consubstancial a esta. Es decir, se
puede decir que una persona muerta definitivamente no tiene consciencia, pero esa
misma por el mero hecho de estar viva, no necesariamente la hace estar consciente,
como puede suceder con alguien profundamente dormido o en coma inducido, no
siente, o no se da cuenta del paso del tiempo o de los sucesos a su alrededor. En
el caso del coma, dependiendo del grado, nos lleva a un estado de inconsciencia
casi absoluto, rozando la no existencia de actividad cerebral alguna y por
supuesto conlleva la negación de los sentidos.
Solo una puntualización en este último caso, surgen
dudas cuando se registran casos de personas en estado de coma, quienes al
despertar afirmaban haber oído voces a su alrededor. ¿Hasta qué grado una
persona en coma mantiene un grado de consciencia? Un médico dirá que depende de
la actividad cerebral que el individuo mantenga, para eso están los
encefalogramas, los escáneres cerebrales, aparatos cada vez más sofisticados que se
utilizan para determinar la más mínima actividad cerebral. El conocido test, llamado "Escala de Glasgow", es un protocolo habitual para determinar la muerte cerebral o el grado del coma y en la mayoría de los casos determina si una persona tiene muerte cerebral o coma irreversible, donde la consciencia ha desaparecido por completo.
Sin embargo, existen
muchos casos atestiguados de personas que tras despertar de un coma, durante los
cuales mostraron encefalograma plano o con mínima actividad cerebral,
(atribuida normalmente al funcionamiento mecánico de nuestro sistema), que
después han despertado recordando episodios sentidos u oídos durante ese
tiempo. Tenemos el caso de Martin Pistorius, quien a los doce años de edad por
causa de una enfermedad degenerativa, (algunos detalles apuntaban a una
meningitis criptocócica), cayó en un grado de inconsciencia, al que los médicos
calificaron de “estado vegetativo”. Los electroencefalogramas y otras pruebas
realizadas indicaron inconsciencia total, y no había previsión de mejora,
debido a eso sus padres lo llevaron a casa esperando o una recuperación
milagrosa o una muerte inminente. Permaneció en ese estado durante al menos seis
años, tiempo en el que los cuidados de los padres fueron vitales.
Él afirma recordar muy bien el momento en que empezó
a despertar, fue cuatro años después de haber estado en ese estado de
inconsciencia absoluta, empezó a despertar y pocos meses después empezó a
comprender su situación, había olvidado todo su pasado, y en un periodo de
cuatro años fue de nuevo consciente de ser una persona viva, aunque los demás
lo seguían considerando un vegetal. En
sus memorias, escritas más tarde en el libro “Cuando era invisible”, un libro
que vale la pena tener en cuenta para entender esta extraña situación de
consciencia a medio gas, pero consciencia al fin y al cabo. Pues el que los
demás piensen que eres un vegetal o tu mente esté totalmente anulada, no
determina que tú no seas consciente. Existen otros casos, como el de Zack
Dunlap, que sufrió un accidente de tráfico cuando tenía 21 años de edad,
padeciendo un traumatismo cerebral severo, los médicos que lo atendieron
declararon su muerte cerebral, curiosamente el afirma haber escuchado a uno de
los médicos cuando determinó su muerte y si bien no pudo reaccionar, por dentro
se desesperaba ante la situación. Justamente cuando la familia se iba
despidiendo de él, notaron una leve reacción del cuerpo, que interpretaron al
principio que se debía a movimientos reflejos, pero tras hacer otras pruebas
notaron que parecía iniciarse de nuevo cierta actividad cerebral, que aunque mínima,
significaba un cambio de parecer. Al cabo de cinco días, Zack pudo despertar y
mirar a su alrededor y una semana después ya hablaba sus primeras palabras. Fue
un caso de difícil explicación médica, sobre todo teniendo en cuanta que se
tomaron todos los procedimientos adecuadamente para determinar su muerte. Por
otro lado, existen documentados muchos casos de personas en coma que tras un
año, dos o hasta quince, despiertan repentinamente y no recuerdan absolutamente
de su estado o situación en todo ese tiempo, lo cual hace pensar que debe haber
un punto de comunicación con el yo interno que en ocasiones queda desconectado,
dejando paralizada la consciencia. Escribí hace años un relato en el que se
reflejan ambas situaciones vividas por una misma persona, se titula Memorias
desde el silencio, (incluido en el libro “Relatos Trascen-mentales, del mismo
autor)
Estar consciente, aunque esto parezca una obviedad,
significaría sentir, percibir el yo, pensar y sentirnos presentes. Pero sería
así, incluso en el caso extremo de que nuestros sentidos externos, oído, vista,
tacto, no nos dejaran percibir el exterior. En el momento que pensamos y nos
sabemos vivos, estamos conscientes. Y esa consciencia no se moldea o se
interpreta de distintas maneras, sino de una sola, estando anclada en nuestros
pensamientos, solo entonces nos informa que somos nosotros y en nosotros está
nuestro yo.
Es verdad que hay ocasiones en las que se suele
decir que hicimos algo inconscientemente, en el sentido de realizar un acto
reflejo o una reacción ante un peligro en el que aparentemente no actuamos
guiados por una voluntad o por el deseo consciente de hacerlo. Pero, aparte de
esas pocas reacciones naturales, que además forman parte de nuestro sistema de
protección o seguridad, por lo general nuestra consciencia, no solo se limita a
captar, a sentir, oír, ver, sino a recordarnos que somos una individualidad,
alguien que está fuera de los demás, que es testigo de la vida de otros, pero
que tiene la suya propia.
Todo esto nos lleva a otro asunto interesante a
tratar, ¿Son los animales conscientes? Bajo el punto de vista de la vida si,
aunque lógicamente de una manera muy distinta a la manera de estar consciente en
el caso del hombre. Es difícil, por no decir imposible saber qué piensan los
animales superiores. Según los últimos estudios en psicología experimental,
neuropsicología y etología cognitiva aplicada a los animales, algunos son
capaces de pensar, memorizar y engendrar conceptos sobre su entorno, incluso
imaginar situaciones. Se sabe que ciertas mascotas reaccionan de manera casi
humana, comprenden la tristeza de sus amos, muestran cariño o piden atención.
En muchos casos se utilizan animales para el tratamiento de ciertos trastornos mentales,
depresiones, autismos, problemas de conducta y otros. Pero la realidad, en
estos casos, es que podemos afirmar que estos animales domésticos se han
adaptado al hombre o el hombre los ha adaptado, en determinadas circunstancias
esto hace que los humanicemos. Pero aún siendo cierto que otros seres vivos son
conscientes de ellos mismos o de su existencia, y como tales desarrollan de
alguna manera su personalidad, la inteligencia y las conexiones neuronales
humanas nos hacen ir un poco más allá en el concepto del yo.
Esto lo
podemos entender, cuando por algún accidente o deficiencia al nacer, perdemos,
o no desarrollamos una total consciencia de nuestro propio yo y en ese sentido,
nuestra consciencia deja de estar conectada a nuestro intelecto. Se observa
esto en determinados tipos de autismo, un niño autista se centra en su mundo
interior, es cierto que en algunos casos puede desarrollar otro tipo de
inteligencia, una extraordinaria memorización, cálculo matemático, estadístico,
o destacar en la música o el arte. Pero por alguna razón vive, dicho
coloquialmente como en otro mundo, no es capaz de contactar con el exterior o
dependiendo del grado, hacerlo de manera muy escasa, llegando por lo general a
hablar de él mismo como en tercera persona. Algunos psicólogos afirman que en
los autistas falta el “yo” porque tal vez no sean del todo conscientes de su
propia existencia, otros señalan que posiblemente se deba a que no son capaces
de interactuar, ni mostrar empatía con otras personas y de alguna manera no se
identifican como tales, incluso hay quien afirma que es posible que esto de
alguna forma se acerque al pensamiento animal. Se hicieron ciertos estudios en
la universidad de Cambridge, donde se midió la actividad cerebral de varios
individuos diagnosticados con algún tipo de trastorno autista y se comparó con
otros que no lo tenían. El experimento puso de relieve una curiosa y notable
coincidencia, se descubrió que hay una región del cerebro, llamada “corteza
prefrontal ventromedial”, que de alguna manera se activa cuando la gente piensa
en sí misma, se dice que es como un detector de la “autorelevancia”.
En el caso de una persona normal, esta zona se hacía
más activa cuando se le pedía al voluntario que respondiera a cuestiones
relacionadas con él mismo, mientras que cuando no era ese el caso, las
variaciones de actividad diferían notablemente. Pero en el caso de los
autistas, dicha región cerebral respondía siempre de la misma manera, sea que
la pregunta fuese sobre otra persona o cosa, o sobre sus gustos, deseos o en
definitiva sobre sí mismos. Si en el caso de los animales, esa región cerebral
falta o no cumple esa función, tal vez eso determine la diferencia en la forma
de pensar e interactuar entre especies, destacando una de las más grandes
diferencias con respecto a los humanos. En cualquier caso, se sabe que algunos
autistas, con una terapia específica, logran superar esa barrera y esa
dificultad para relacionarse con los demás e identificarse como ellos mismos. Es
posible que los animales no tengan los recursos para superar esa fase de
identidad impersonal.