Libro Los Senderos del yo

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La música como cápsula de recuerdos

 



¿Por qué recordamos después de muchos años la letra de una determinada canción y apenas retenemos las lecciones de historia o matemáticas del colegio?

Si en septiembre del año 2026, veinticinco años de la conmemoración del 11-S se le preguntase a cualquier individuo mayor de 30 años dónde estaba o qué estuvo haciendo ese día, es muy posible que relate detalladamente dónde estaba, que hacía y con quien estaba. Decimos alguien mayor de esa edad, pues otro individuo que en esa época tuviese menos de cuatro años es posible que solo tenga vagos recuerdos contaminados con lo que sus padres le contaran o lo que han visto repetidamente en televisión, pero no sea capaz de explicar exactamente lo que vivió ese día, por la sencilla razón de que entre los seis y los siete años se produce una ruptura en la memoria, la conocida “amnesia infantil”, donde se borran casi definitivamente los recuerdos más tempranos, los estudios indican que como promedio el recuerdo más antiguo que podemos recordar puede ser de tres años y cuatro meses. 

Hay personas que afirman recordar imágenes de cuando estaban en la cuna. Yo personalmente tengo una vaga imagen de una casa con el techo negro de humo y de estar sentado desnudo en el suelo de tierra. Pero muchos de esos recuerdos son “memorias ficticias” que se basan, por lo general, en relatos que las madres cuentan delante de los hijos y que de alguna manera el cerebro hace suyas, este crea imágenes de lo que oye y se crea un episodio vivido, eso pasa a engrosar falsos recuerdos que después a base de repetir a amigos se convierten en recuerdos de la más tierna infancia. En mi caso, en conversaciones con mi madre, ella siempre me ha recordado que vivíamos en gran pobreza y que me tuvo que dejar con menos de un año de vida con mi abuela en una casa con techo de zinc, donde dentro cocinaban. Y tras dejarme un tiempo allí, ya que tuvo que emigrar a otro país a trabajar, al volver, me encontró desnutrido y desnudo en el suelo, pues había dejado de caminar por la desnutrición y una disentería profunda. Las imágenes que he visto de lo que es un niño desnutrido, con la barriga hinchada en un país pobre ha calado en mi cerebro llegando a crear una imagen que parece como si se tratase de recuerdo vivido de mi infancia. Pero en realidad, guardo pocos recuerdos reales (o ninguno) de tiempo antes de mis cuatro años.

En parte se debe a una poda natural que se va llevando a cabo poco a poco y tiene que ver con la comprensión del lenguaje, si no podemos codificar una memoria porque no podemos expresarlo, ese dato se pierde y se borra. En 1885, Herman Ebbinghaus, un filósofo y psicólogo alemán publica sus estudios sobre la memoria, donde probó un sistema experimental, cuyos resultados aún son útiles en nuestros días. El método consistía en aprenderse una lista de palabras inventadas que no tenían significado ni sentido alguno. Observó cuanto se tardaba en olvidar, intentado repetirlas en intervalos de 20 minutos hasta un mes. Así descubrió que había una curva del olvido completamente predecible, de tal manera que a los pocos minutos olvidamos la mayor parte, luego poco a poco menos, pero casi siempre la curva se aplana con el paso del tiempo, de tal manera que casi siempre queda algo. En sus experimentos, Ebbinghaus descubrió que los niños olvidan con más rapidez. Pero si un grupo de palabras, aun siendo inteligibles o complejas se repiten una y otra vez, es muy posible que queden grabadas, quien haya visto la famosa película de Mary Poppins y desde pequeño haya repetido la famosa “supercalifragilisticoexpialidoso”, a pesar de su largura y de carecer de sentido esta no se olvida, pues se ha guardado en la memoria de muchos a base de repetirse.

Tengo una experiencia, que seguro que a más de alguno le tocara vivir, fue en el colegio, cuando cursaba sexto de primaria con 11 años. En la fiesta nacional, en unos actos sobre la historia del país, me asignaron repetir una leyenda sobre el origen de los mayas. Estuve días repitiendo lo aprendido para recitarlo de memoria sin papel, pero por alguna razón esa mañana estuve releyendo varias veces el texto que debía recitar, nervioso ante ese evento en el que me enfrentaría a un público diverso, compuesto por compañeros, padres y profesores, el miedo debido a mi timidez pudo con mi memoria, sufrí un bloqueo, de tal forma que solo pude repetir la primera frase y me tuvieron que pasar el papel para poder concluir el recital. Sin embargo, al siguiente día, recordaba toda la leyenda sin titubear, incluso ahora mismo sería capaz de recordar gran parte de esta. Desde ese día, descubrí un método infalible para memorizar y estar lúcido en los exámenes, estudiar y leer repetidamente todo cuando debía un día antes, hasta llegar al bloqueo mental, luego dormir y al día siguiente, todo lo estudiado fluye con mucha más facilidad. Incluso ahora cuando me preparo alguna conferencia pública, profundizo en ella, la repito varias veces días antes y tras una siesta o un sueño reparador, al día siguiente todo fluye y lo desarrollo con naturalidad. 

Por supuesto, aquí nos referimos a datos, frases o disertaciones, incluso cosas que, aun no teniendo mucho sentido en el momento en el que las aprendemos, como fórmulas matemáticas o de física, a base de repetirse terminan arraigando en la memoria de larga duración. Pero hay ciertos conceptos que no podemos guardar ya que no se comprenden hasta pasados unos años, como el desagrado, que según parece no pueden ser guardados por no ser comprendidos hasta pasados los seis años. Es una ventaja pues esto ayuda a que ciertos traumas no afecten de manera tan drástica a los niños de corta edad. Los niños menores de cinco años superan más fácilmente la pérdida de un familiar, las catástrofes, las guerras y otros acontecimientos traumáticos, porque sus cerebros aún se están desarrollando y muchos de esos “malos” recuerdos se borrarán casi definitivamente, aunque algunos defienden que se memorizan emocionalmente.  

Pero volvamos al recuerdo del 11-S. Si preguntásemos a los mismos individuos que nos respondieron con pelos y señales todo cuento hicieron ese día que cuenten qué estaban haciendo el día anterior, posiblemente ninguno sea capaz de dar detalles, salvo que algún acontecimiento traumático o emotivo hubiese marcado ese día, como la boda, un entierro o el nacimiento de un hijo. Eso nos lleva a su vez a la pregunta que hicimos al principio sobre por qué recordamos la letra de una canción que escuchamos en nuestra adolescencia.

En parte lo de las canciones se relaciona con dos cosas, lo emocional y la repetición de estas. Cuando una canción se pone de moda, la escuchamos en diferentes lugares, en la radio, en televisión, pasamos por lugares donde la tienen puesta y luego si en su día compramos el disco con la canción, es muy posible que la hayamos escuchado cientos de veces, es por tanto un recuerdo forzado. Pero las emociones también juegan un papel vital, muchos recordamos lecciones de geografía o matemáticas que aprendimos de niños porque los profesores nos enseñaron con canciones aquellas lecciones. Parece que la música y la rima ayudan al cerebro a organizar los recuerdos de manera más eficaz. El mismo lenguaje tiene cierta poesía y en la antigüedad aún más. En Israel, el judaísmo primitivo se valía de canciones, salmos y endechas para recordar enseñanza, historia y acontecimientos importantes  Por otro lado, teniendo en cuenta que el acceso a la lectura y los libros no era tan fácil, era común que la lectura se llevara a cabo en voz alta en asambleas, grupos de personas alrededor de un maestro o en la intimidad de la familia de padres a hijos y que esta contuviera mucha rima.

También como indicamos antes, muchos lenguajes antiguos como el griego o el latín, tenían declinaciones y muchas palabras seguidas en una frase debían acabar con el mismo sufijo para hacer coherente una frase, ocurría a menudo en los idiomas protoindoeuropeos. Algunos idiomas como el hebreo, el arameo y otras lenguas semitas carecían de vocales en su alfabeto, pues estas se colocaban según el contexto, de tal manera que tenía gran importancia en esos idiomas la sonoridad y la armonía. Hoy día, ocurre de manera similar con el alemán, el árabe o el polaco. Esa reminiscencia declinantica y de armonía en las terminaciones de las palabras tenía su razón de ser, resultó ser decisivo en la manera de aprender de antaño, como lo eran los poemas y las canciones.


También las canciones se pueden procesar y guardar en nuestro cerebro como memorias motoras, tal como lo son aprender a montar en bici, nadar o caminar, esto en parte es porque tendemos a entonarlas, cantar y bailar al rimo. Todo eso ayuda a que ese recuerdo prevalezca.

Ahora bien, surge otra cuestión ¿prevalece la emoción sobre la razón? La vida no es la que vivimos, si no como la recordamos cuando la contamos, decía García Márquez. Si a cualquier persona le preguntas sobre su adolescencia y que su respuesta se extienda lo más posible, puede que en una hora o poco más te resuma lo que fueron 5 o seis años de su vida, pero probablemente no sean más que recuerdos de momentos puntuales. Si a un grupo de amigos de juventud les hiciéramos recordar veinte o treinta años después sus recuerdos de cierta época en la que estuvieron juntos, habrá episodios o situaciones que todos mencionen, pero habrá otras muchas anécdotas que serán recordadas por algunos o incluso por solo uno de ellos, tal vez por la marca emocional que supuso para el individuo que lo relatase. También habrá otros recuerdos que serán comunes porque hayan sido relatados en más de alguna ocasión por los viejos amigos. Podemos decir que los recuerdos no son fotografías o videos grabados, que puedan ser reproducidos con fidelidad absoluta, es más, en la mayoría de los casos vamos añadiendo o modificando estos mismos recuerdos en función de los sentimientos que queramos evocar.

Algunos neurólogos aseguran que, en la mayor parte, el cerebro guarda los recuerdos en forma de imágenes, es decir, el contenido de los pensamientos son imágenes, pero imágenes modificadas o creadas a partir de emociones. Por ejemplo, cuando memorizamos lo leído en un libro de historia, tendemos a imaginar la situación, los personajes, el ambiente en el que estos se movían, así se facilita la labor de aprender y memorizar. Difícilmente recordaremos las palabras escritas como tal en nuestro cerebro, pero si las imágenes que estas representan. ¿Qué hay de los ciegos? En el caso de los ciegos, dependerá de si estos lo son de nacimiento o perdieron la vista en edad adulta. Yo tengo un tío que perdió la vista siendo joven y que apenas tiene ya recuerdos visuales, sin embargo, su memoria es superior a la de personas con vista. Recuerda las cosas de una manera muy particular, tiende a citar acontecimientos de forma secuencial, es decir en el orden en que se dieron. Por ejemplo, para explicar una conversación, no se limita a decir: “Tal persona me dijo esto y lo otro”, sino que explica toda la conversación y las respuestas de un interlocutor y otro. Además, tiene la capacidad de ordenar las palabras de las frases con una exactitud pasmosa. Recuerda alineaciones de equipos de fútbol en partidos específicos, en el mismo orden en el que los mencionaron en la radio. De alguna manera es como si los ciegos exploran el mundo como una secuencia de eventos y la forma de guardar dichos recuerdos, más que visual es auditivo, recordarán nombres, listados y palabras. Es otra opción que tiene el cerebro para guardar eventos, recuerdos, hacerlo con fragmentos de audio. 



Yo tengo una peculiaridad, no creo que sea particularmente mía, pero la tengo, me gusta mucho la música en general, sin rechazar tipos o estilos, y a menudo guardo los recuerdos de mis vivencias relacionándolas con determinadas canciones o temas musicales que en un momento de mi vida estuvieron presentes, consciente o inconscientemente. De vez en cuando me gusta volver a escuchar determinada canción, pero no me atrae la idea de volver vez tras vez, pues temo que acabe perdiendo ese recuerdo original. Cuando oigo ciertos temas, estos evocan en mi mente unos específicos momentos o situaciones vividas en las épocas en las que escuchaba esa música, esto no es nada especial, supongo que le ocurre a mucha gente, la música como evocadora de recuerdos.

          Pero hay dos melodías, entre tantas que me han acompañado desde que tengo uso de razón, en realidad se trata de dos fracciones o estribillos de canciones que cada cierto tiempo mi mente repite y empiezo a tararear sin ninguna razón especial, a veces me despierto con una o con la otra indistintamente, son como muletillas reincidentes a las que mi mente siempre evoca en momentos determinados de mi vida.

No se trata de las típicas tonadillas infantiles, repetidas generación tras generación, ni de temas que suenen en repertorios típicos en fiestas o en anuncios, temas repetidos en emisoras de radio, que por ser clásicos populares pasan a formar parte de la cultura musical de una generación, apenas suenan en algún programa de recuerdos musicales. Solo que ambas coincidieron en algo que me llamó poderosamente la atención, tenían en común que debían ser de mis más remotos recuerdos. Siempre había pensado que tal vez las había escuchado estando en la matriz de mi madre y por eso me eran tan familiares.

Había oído la historia que se cuenta de un famoso músico profesional con cierta predilección por una determinada melodía, porque afirmaba que su madre, violinista también, tocaba ese tema mientras estaba embarazada de él.

No era este mi caso, además, desconocía a los autores o los títulos de estas composiciones, eso sí, ambas las recordaba en mi lengua natal, el español. Cierto día, aprovechando las nuevas tecnologías, tuve la ocurrencia de ponerme a buscar las susodichas canciones en el más popular portal de videos en internet, probé escribiendo algunas frases inconexas que recordaba de ellas. Felizmente, pude dar con una, gracias al excelente e inteligente motor de búsqueda de aquel programa. Resultó que pertenecía a un grupo musical español de los sesenta, ahora ya desaparecido, y se trataba de la cara “B” del primer sencillo que tuvo cierta resonancia internacional al siguiente año de publicarse.

Los recuerdos que me llovieron, una vez la volví a escuchar, fueron tantos y tan claros, que me dejaron meditativo el resto del día. Comprendí que, si era la cara B de un single, eso significó que en mi casa uno de mis padres ponía ese disco. Nunca lo pude confirmar, mi madre afirma no conocer la canción y nunca pude preguntar a mi padre.

El tema de la otra canción me costó más, pues apenas recordaba la letra y solo unas frases mal entendidas, aunque sí que me acordaba bien de la melodía. Cierto día, a través de una emisora de radio, escuché una canción antigua, cantada en inglés, pero que curiosamente tenía la misma melodía, estribillo, incluso el tono de voz de aquella desconocida canción.

De nuevo, haciendo uso de las tecnologías, tomé mi Smartphone, busqué una aplicación que reconoce temas musicales y ¡Eureka! Me salió un cantante norteamericano que fue el compositor original de aquella canción. Pero lo curioso es que yo recordaba la canción en español, y no cantada por él, pues dudo que lo dominara. Después de una búsqueda exhaustiva de la historia de aquel tema musical, pude dar con quien la versionó en mi idioma.

Curiosamente, y esto es lo más interesante, las dos canciones habían estado sonando el mismo año en la zona donde yo vivía y ambas eran de mis primeros y más antiguos recuerdos que mi mente guardaba, cuando tenía poco más de tres años, fue un momento crucial de mi vida pues fue cuando mi madre me llevó a otro país para empezar una nueva vida y conocí a mi padre adoptivo. 

Esto viene a demostrar que las canciones, melodías, aunque sean en otro idioma o no las entendamos, incluso las instrumentales, se memorizan casi al completo y al tocar de una manera directa a las emociones, se convierten en cápsulas de recuerdos completos y mucho más detallados que lo leído o lo hablado. 


¿Por qué existe el mal en nuestro cerebro?

       



        Por qué existe el mal en el mundo? Esta pregunta se formulaba en el título de un extenso artículo en una revista científica que tuve oportunidad de leer recientemente. Esta es una pregunta que a muchos les sonará raro que se planteé desde la óptica científica, pues la cuestión más parece señalar a la religión, como garante de las explicaciones metafísicas o a la filosofía que se encargaría de definir el mal y dar una explicación humana al asunto. 

        Claro que este asunto conlleva muchas incógnitas que escapan a la lógica científica y sobre todo a la razón evolutiva, pues esta última se sustenta en la obsesión por la supervivencia y la prolongación de la vida, por medio de mejoras que le provea de ventajas y que se transmitan a su descendencia. Sería inútil que, desde esa óptica, se haya dado en el hombre esa opción de hacer el mal, de autodestrucción y aniquilación de la especie, solo por puro egoísmo. Pero la realidad es que es lo que está pasando ahora mismo, la ambición y el egoísmo está llevando a la destrucción del planeta. Un evolucionista respondería “eso es parte de la supervivencia del más apto” el gen egoísta nos llevará siempre a competir con otros e intentar superarlos a cualquier precio. En ese caso, a estas alturas ya no debería existir entonces el bien, la comprensión, la empatía, la solidaridad y la caridad. Algunos hasta se plantean si no será que el mal en el hombre es un bien para el planeta, desde un punto de vista más allá del corto plazo, pues la aniquilación de la humanidad, aunque conlleve también la de otras especies, supondría un respiro ecológico al sistema. Pero eso equivaldría a decir que el planeta es más inteligente o que tiene un mecanismo superior que elimina al que produce el mal. ¿Es ese mismo mecanismo que destruyó a los grandes dinosaurios que estaban esquilmando el planeta? 

Pero curiosamente el bien, también presente en el hombre, contrarresta y acaba imponiéndose en muchísimas ocasiones. Es curioso que en la misma mente inteligente puedan convivir el mal y el bien, la creatividad y la destrucción, la bondad más desinteresada y el egoísmo más ambicioso. Es por ello por lo que vale la pena plantear de dónde se origina este mal y por qué, pues eso ayudaría a poder entender cómo funciona nuestra mente. En primer lugar, porque no es observable en la naturaleza una desviación hacia el mal tan perverso como el que desarrollamos los humanos.

Y no nos referimos en sí a la violencia, que puede ser consecuencia del mal y es donde de manera más cruel lo manifestamos. Esto último es algo común y observable en el reino animal, la lucha entre depredador y presa, esa fiereza con la que los cazadores devoran a sus víctimas. O las encarnizadas luchas territoriales, y qué decir de la pugna por conseguir aparearse y obtener el liderato de la manada. En todas estas situaciones se dan momentos de dura y muy violenta lucha. Sin embargo, tenemos que reconocer que la violencia en si no es sinónimo de maldad, en todos estos casos antes mencionados son luchas instintivas que se aplacan de inmediato cuando acaba la razón para esa violencia, así que podemos encontrar en el mundo animal, que siempre hay una razón o una lógica natural en ello. Es verdad que a veces se puede ver maldad en el instinto animal, como cuando un león mata a los cachorros de su contrincante para que la hembra se ponga en celo y obtenga él su propia descendencia. O cuando un polluelo hace caer a su hermano más débil o lo mata para quitar competencia en la obtención de alimentos de sus sacrificados padres.

Efectivamente, visto así parece cruel lo que vemos, y puede que nos horroricemos cuando nos muestran en documentales la violencia de las acciones de algunos animales, pero no deja de ser instinto de supervivencia, nunca maldad gratuita e innecesaria. Ningún animal mata a otro por simple placer, o por diversión, siempre mediará el instinto de protección, territorial, de apareamiento, de alimentación o de supervivencia. Por mucho que algunos quieran humanizar el comportamiento de algunas especies al interpretar ciertas conductas como similares a la maldad humana. En todos los casos que existen en la naturaleza vemos cualquiera de esas cinco necesidades, que son las que les mueven a tomar decisiones o acciones.

Sin embargo, entre los seres que habitan este planeta, los humanos hemos superado al instinto, gracias al desarrollo del neocórtex que nos da la inteligencia tan avanzada y claramente superior de la cualquier animal, podemos hacer cosas por voluntad propia, sin que medien razones instintivas. Sin embargo, junto con esta inteligencia viene un asunto añadido para el que la ciencia no tiene respuesta, ni una razón o necesidad: La maldad.

Por ejemplo, un ser humano sufre extraordinariamente cuando pierde su hogar por una catástrofe natural, una guerra o un accidente. Esta persona se lamenta de la pérdida y lo recuerda toda su vida, aunque con el tiempo recupere gran parte de las posesiones que perdió. Una madre que pierde a un hijo por algún percance, aunque tenga otros, es posible que sufra toda su vida e incluso no se reponga del golpe, ni siquiera sustituya a este por otro. ¡Qué diferente es todo esto en el mundo animal!



Por ejemplo, en el caso de un ave, posiblemente sufra al ver destruido su nido, pero ese sufrimiento es fugaz y solo significa que tendrá que empezar a construir otro, que la pérdida de la prole en el caso de una madre de cualquier tipo de mamífero, significa volver a entrar en celo para encontrar a otro macho y de nuevo producir crías a las que cuidar. Es verdad que a veces podemos observar cierta tristeza o pesar cuando una madre descubre que su cría ha muerto, pero nada que no se supere y olvide al día siguiente, o a la siguiente hora. ¿Significa eso que carecen los animales de valores morales? No se trata de eso. ¿Significa entonces que su cerebro está capacitado para superar estos traumas y sobrellevarlos mejor que los humanos? Tampoco, más bien es que no son conscientes más allá de cierto nivel de sufrimiento, su capacidad cerebral no le hace plantearse el futuro. Sencillamente lo superan, de la misma manera como un bebé humano puede superar mejor la muerte de sus padres que una persona adulta, esto es sencillamente porque no son totalmente conscientes de ello y la amnesia infantil nos lleva a olvidar cualquier sufrimiento y enterrar el pasado. Una prueba de la inconsciencia animal la tenemos al observar ciertas especies de aves, como el Cuco, que depositan sus huevos en nidos de otros y los padres que han puesto el nido alimentan al impostor sin darse cuenta de que no es de ellos, en ocasiones el polluelo supera en tamaño a los cuidadores, sin que ellos se percaten de la impostura, jamás podría suceder tal cosa entre los padres humanos, imaginemos la reacción de unos padres blancos cuando les traen a su bebé con rasgos africanos o asiáticos, o del caso opuesto ¿qué dirían unos padres chinos si le entregan un hijo rubio con rasgos centroeuropeos? La sorpresa y extrañeza de la madre y la consternación y disgusto en el caso del padre no sería menor. Incluso siendo de la misma raza tarde o temprano se darían cuenta de un cambio de bebé, quizás por rasgos o personalidad distante. Es verdad que en este último caso el amor y afecto hacia un hijo cambiado al nacer no difiere del que se mostraría al hijo natural, la oxitocina funciona por el contacto con la criatura, independiente de si es el hijo que la madre ha llevado en las entrañas o no lo sea. 

Hemos comparado la mente infantil de un bebé a la de un animal. Porque en realidad es lo más parecido, incluso cuando hablamos de seres más desarrollados, como ciertos delfines, elefantes o algunos simios. Si hablamos de la inocencia infantil, esa que nos hace más vulnerables a los peligros que a cualquier otro ser vivo de la misma edad, se compensa por la atención de sus cuidadores, pero también ese periodo de tiempo sea feliz o no, es olvidado pasados los tres años, eso ayuda al niño a que pueda superar cualquier pérdida y olvidar los traumas anteriores que durante esos tres años pueda haber sufrido, sobre todo el trauma de nacer. Pues bien, esa inocencia en el reino animal dura toda la vida. No se puede considerar ese borrón y cuenta nueva que hacen los animales al igual que la amnesia infantil, pues los animales desarrollan recuerdos, pero de manera limitada y selectiva, es decir, aprenderán desde muy jóvenes cuales son los peligros, que animales se consideran presa y cuales depredadores y no lo olvidarán en toda su vida. Así, lo que nosotros consideramos una desventaja, más bien es una virtud para el desarrollo y defensa de sus vidas. 

Hay razones para pensar que la propuesta de que el desvalor es superior en la naturaleza que el bien, o el simple planteamiento del mal, no es del todo acertado, pues no hay algo similar al mal o el bien en ella, de hecho hasta la muerte se puede convertir en un bien para el ciclo de la vida en el mundo natural, siempre hay alguien que se beneficia de la muerte de otro. Además, existe la ventaja de la presa, frente a la estrategia del cazador, ambos tienen ventajas y puntos vulnerables. La vida es más corta para los pequeños y más longeva para los grandes, pero la cantidad de camadas son mucho más abundantes en cantidad y repetición de estas en un año cuanto más pequeño en tamaño es el animal. Así se consigue un equilibrio, sería fácil explicar que la evolución dotara de esas ventajas a unos y otros, pero por alguna razón más bien, todo nos lleva a un justo equilibrio. En el mundo natural, por tanto, si sacamos al hombre, no podemos hablar de mal o bien, si no de un bien engranado funcionamiento natural.

Luego tenemos conductas que jamás veremos en el mundo animal, como por ejemplo torturar a otro igual, sin otra razón que el placer de verlo sufrir. Ninguna madre entre los mamíferos abandona a sus hijos pequeños porque tenga otros intereses o busque la satisfacción sexual con otros machos. Tampoco que los mate al nacer o intente abortar porque no desee traer más criaturas al mundo o no le venga bien tener crías en ese momento. No vemos inventiva en el reino animal para asesinar a sus congéneres sin más. El genocidio, las violaciones sexuales, el sadismo, el masoquismo no forman parte del reino animal.



Incluso si se procura buscar una explicación puramente biológica o antropológica a la razón del mal, intentado ver una ventaja evolutiva en ello, no la encontraremos, pues todo apunta a que el bien común en la sociedad, la colaboración, el reparto más justo, la vida más pacífica, todo va a favor de la longevidad y de la satisfacción del humano, mientras que el mal, la violencia, la crueldad, solo provoca males, muertes prematuras, la injusticia solo conduce a muchos a sufrir escasez y esta a su vez produce más maldad, delincuencia y vidas truncadas. Se menciona como ejemplo, como un bajo nivel cultural, unido a una situación de penuria económica e insatisfacción de los ciudadanos está directamente relacionada con el aumento de la violencia y la maldad, algo así como cuando no hay orden ni control en un estado fallido, sea por una guerra civil o una catástrofe total.

Aunque, todo hay que decirlo, no se consigue eliminar la delincuencia y la maldad ni siquiera en las sociedades aparentemente más desarrolladas y justas, es más, existen hechos terriblemente cercanos, como los vividos en la segunda guerra mundial, el genocidio nazi, la crueldad del comunismo de Stalin, hace menos de 70 años, o la masacre de PolPot en Camboya, aún más cercana. Curiosamente a los jerarcas nazis antes de los juicios de Nüremberg se les realizaron estudios psiquiátricos y psicológicos, así como test de inteligencia y demostraron tener un alto coeficiente intelectual y ningún trastorno llamativo que justificara sus decisiones. Además, dichos actos deleznables también fueron apoyados por una sociedad, la alemana, culta y bajo una situación económica en pleno apogeo.

        ¿Entonces? ¿Qué explicación tiene el mal? El escritor del artículo de la revista antes citada concluye que por alguna razón en la misma sección cerebral donde se desarrolla la capacidad humana de la inteligencia o de la creatividad, se halla también esa maldad. Pues parece ser que las mismas regiones donde se desarrolla la creatividad, también se planea el mal, la crueldad y el sadismo. En la literatura ancestral ya se señalaba cierta relación entre progreso, inteligencia y maldad, por ejemplo, en el Génesis bíblico se recoge de manera escueta que una de las cuestiones que se introdujo en el hombre pecador fue el conocimiento del bien y del mal, como algo de lo que antes se carecía o como parece desprenderse de un estudio más profundo del relato, la opción de decisión sobre que es el mal y el bien, un saber distinto al natural o básico que tenían en su origen. En el mismo Génesis se explica cómo los primeros músicos y creadores metalúrgicos surgieron de la estirpe de Caín, quien había matado a su hermano. En otro escrito de la tradición judía, en el libro de Enoc, se da a entender que las grandes construcciones e invenciones primitivas fueron inspiradas por criaturas maléficas y crueles, los gigantes Nefilim. También en el Génesis se menciona como el diseño y construcción de una elevada torre cuya meta por parte de los constructores era llegar al cielo, fue idea de otro malvado líder, Nemrod. Pues la ciencia parece apuntar en esa misma dirección: la inteligencia y la creatividad van de la mano con la maldad.

Algo que se observa en los humanos y que nos diferencia de los animales es el cambio que se produce en el cerebro en la edad adulta. Los niños en edad infantil puede que muestren actitudes violentas de manera instintiva, tal vez en juegos o cuando interactúan unos con otros, como lo hacen muchos cachorros en la naturaleza, pero a diferencia de los animales, cuya inocencia se mantiene durante toda la vida, en el caso humano, el posterior desarrollo cerebral y cognitivo superior en inteligencia y complejidad de nuestro cerebro nos lleva a desarrollar ese mal. Es como si de alguna manera, tuviésemos un gen que, al tiempo de dotarnos de una inteligencia superior, nos conduce a esa maldad innata. La eliminación o modificación de ese gen podría hacernos mantener la inteligencia y a la vez evitar la maldad, pero por el momento los genetistas no tienen solución a eso, nadie puede prever cuando nace cierto niño que con el tiempo se va a convertir en un criminal. Pero si se sabe que, aun teniendo esos instintos innatos dañinos, una buena educación de la conciencia ayuda a controlar nuestros impulsos más crueles.

Por otro lado, el hecho de que esta maldad se desarrolle en el lado creativo del cerebro parece indicar que la distorsión de esa sección creativa puede llevar a trastornos de la personalidad, y una disfunción en el desarrollo del lóbulo derecho puede convertir a una persona creativa, imaginativa, bohemia, en sádica o malvada a niveles extremos. ¿Significa eso que es imposible controlar la tendencia al mal, así como no podemos coartar nuestra creatividad o inteligencia? Por supuesto, tenemos la conciencia que bajo un buen entrenamiento o educación en valores y normas morales puede de alguna manera controlar los impulsos violentos o desordenados. Hay muchos ejemplos de personas que tiempo atrás fueron criminales y violentos y con el tiempo se convirtieron en hombres pacíficos y mansos y no necesariamente tras su paso por la cárcel. Los centros penitenciarios no ayudan a mejorar a los delincuentes, a veces salen de esos centros peor de cuando entraron.  

Rehacer la mente y hacer que esa sección cerebral que nos lleva a la maldad se dirija a la bondad, la educación y la creatividad es una misión compleja, pero no imposible, pues aunque algunos afirman que no existe el libre albedrío, en realidad si es posible y la mente si se puede rehacer.