¿Existe el libre albedrío?

 


Por la expresión “Libre albedrío” se entiende la opción individual de tomar una decisión sin que esté condicionada por alguna limitación externa o interna y que el individuo sea capaz de evaluar las consecuencias de sus actos sin el dictamen de otros. Surgen dudas con respecto a quien controla nuestra mente, es cierto que podemos estar dominados por la conciencia, ese gobierno del yo, ese consejero delegado que domina desde lo más profundo de nuestro ser interno pero nuestra propia conciencia a su vez puede estar siendo dirigida por la “conciencia colectiva” que domina nuestra manera de ver las cosas, nuestra moralidad, punto de vista del bien y del mal. Visto así, surge entonces la cuestión: ¿Dónde está la libertad de pensamiento y acciones?

         Muchos neurólogos, como el Dr. Dick Swaab piensan que realmente el libre albedrío solo es una ilusión. Todo se engloba en la famosa frase: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Estamos tan condicionados por tantas circunstancias cambiantes y fuera de nuestro control que es difícil poder decir que tomemos una decisión absolutamente libre. Pero de allí a decir que no existe el libre albedrío, que es tan solo una ilusión de nuestro cerebro, no puedo estar de acuerdo.

Para apoyar su idea los neurólogos aluden a que el centro de control de la corteza cerebral no controla todo, se dice que tarda al menos medio segundo en reaccionar con una respuesta a una excitación sensorial. Y durante ese tiempo no estamos conscientes de ello, pues hay una serie de reacciones cerebrales que se llevan a cabo de manera automática. Un experimento sobre esto consiste en proponer al paciente el siguiente ejercicio: Debe tocar lo más rápido posible un punto de luz en la pantalla de un Ordenador que tiene delante. Las pruebas indican que tan solo un segundo después de aparecer el punto de luz, el estímulo ya había sido enviado de la corteza visual a la corteza motora y desde allí se enviaba la orden de tocar el punto de luz, el individuo por tanto tocaba el punto. Pero durante el experimento en ocasiones se hacía que la luz se apagara antes de acabar ese segundo o se cambiaba de lugar, pero la orden del cerebro no se interrumpía y se tocaba la pantalla, pensando el individuo que estaba tapando el punto de luz con su dedo. Era como si llegado un momento, se automatizaba la labor de manera inconsciente, a pesar de que el individuo pensaba que estaba haciéndolo bien, indicando por tanto que la consciencia es la historia que se cuenta posteriormente, pero es fácil de engañar.

¿Prueba eso que el individuo no tiene libre albedrío al actuar? En realidad lo que a mi modo de ver ese experimento demuestra es que nuestra retentiva puede jugarnos malas pasadas. Nuestros sensores son magníficos, pero tienen cierta limitación. Nuestros ojos, por ejemplo, perciben en realidad imágenes estáticas a un determinado ritmo por segundo. Hablaríamos de unos 60 destellos por segundo, es lo que se conoce como “ritmo de fusión del parpadeo”, por eso, cuando una luz parpadea solo somos capaces de notarlo a cierta frecuencia, más allá de las 60 pulsaciones por segundo no la notamos y percibimos una luz constante y fija, lo mismo sucede con la luz que milisegundos antes de tocarla se apaga, no somos capaces de percibir el apagado. Hay animales que nos superan en eso, por ejemplo, una mosca es capaz de ver 250 imágenes por segundo, por tanto en su percepción a nosotros nos ve como unos gigantes lentos y torpes y es la razón por la que es tan difícil cazar moscas. Algunos mosquitos, más difíciles de atrapar aún pueden registrar hasta 400 destellos por segundo, razón por la cual cuesta aún más darles caza.


Así, tenemos cierta limitación frente a otros seres, en apariencia más insignificantes. Pero de ninguna manera esto debe ser usado para demostrar la falta de libertad del individuo. La verdadera libertad individual consiste en que el individuo bajo prueba decida no tocar al punto de luz cuando este aparezca. O que lo haga sin que nadie le diga que hacer en un momento dado. Tal vez uno decide jugar al ver que salen puntitos y a los pocos segundos se apagan en diferentes sitios y decida realizar el test. Otro lo lleva a cabo solo durante unas dos o tres veces, pero a la cuarta no, puede que otro continúe hasta acabar la prueba e incluso habría alguno que decide no llevar a cabo dicha prueba aunque el experto se lo pidiera. Eso si se consideraría libre albedrío, pues no es una acción automatizada, involuntaria, ni predecible.

Por otro lado, estamos de acuerdo que en ocasiones una labor voluntaria y consciente se convierte en automática. Por ejemplo, conducir un vehículo. Al principio, mientras el individuo aprende a conducir, debe estar pendiente y realizar de manera consciente las acciones pertinentes para maniobrar de manera correcta, controla el vehículo pendiente de cada palanca, pedal y del volante. Pero conforme pasa el tiempo y la experiencia de conducir se convierte en un hábito, muchos de estos movimientos se harán automáticamente, mientras hablamos, escuchamos música o pensamos en otras cosas. Tanto es así, que algunos conductores definen su experiencia de conducir como si el vehículo formara parte de su cuerpo, o una extensión de este. Pero de nuevo, esto no es prueba de falta de libertad, más bien es una ventaja de nuestro cerebro que alivia a nuestro centro de mando de tener que estar concentrado en una sola cosa. Sucede lo mismo al llevar una bicicleta, el pedalear no tiene por qué estar dirigido por el centro de control todo el tiempo, salvo que queramos conscientemente contar los pedaleos, ralentizarlos o acelerarlos por alguna razón. 

Se trata por tanto de una ventaja en el modo en que trabaja nuestro cerebro, haciendo que el “yo consciente”, no esté esclavizado a rutinas regulares y monótonas, si no que fluya libremente en acciones voluntarias. Si esto lo llevamos al nivel intelectual, el desarrollo de ideas que lleven a su vez a la toma de acciones, también es otra prueba de libre albedrío, pues no siempre es predecible la acción que determinado individuo tomará en última instancia.

Algunos expertos neurólogos intentan reducir el punto de toma de decisiones a un lugar específico del cerebro, en este caso se habla de la corteza prefrontal medial y la parte frontal del giro cingulado. Visto así, siendo que los mecanismos que se llevan a cabo en esa determinada zona responden a estímulos electroquímicos que después dan lugar a reacciones hacia determinados centros de control, sea de movimiento, habla, oído, etc, parece como si todo se hiciera de manera mecánica sin hacerlo de forma consciente. Hemos tratado este asunto ya, pero como vimos en capítulos anteriores parece que hay algo más envuelto en lo que toca al desarrollo del pensamiento interno, ahora bien, ¿Se puede simplificar tanto el punto donde se desarrollan la toma de decisiones? 


Es sabido que cuando alguien sufre un daño en esa parte del cerebro, esto puede ocasionarle cambios de conducta en el individuo, llevar a cabo decisiones erradas o tomar actitudes pasivas o apáticas, cambiar su carácter, su forma de actuar o pensar. Pero nunca deja de ser un individuo con su propia forma de tomar decisiones, quizás nueva o diferente, pero suya, la personalidad, al igual que los pensamientos se abren camino cuando ciertas puertas se le cierran y con el tiempo vuelven a tomar el control del sistema. No se puede simplificar todo simplemente a reacciones limitadas a un punto específico del cerebro, a una acción-reacción, ese es el error de muchos neurólogos y que las investigaciones actuales están derrumbando.

No podemos negar que muchas decisiones que tomamos están condicionadas por la educación recibida, por la propia herencia genética, el sexo, y por otros condicionantes externos. Esta es otra prueba que se quiere señalar como razón para demostrar que la libertad individual no existe. Y como ejemplo se pone el enamoramiento, algo que se considera la decisión más importante de nuestras vidas y que sin embargo no obedece a la libertad personal, por mucho que uno alegue que fue quien decidió y escogió a su pareja, en el fondo fueron mecanismos internos muy complejos de explicar los que hacen que una persona se fije en otra y esta otra también lo haga desde el principio o con el paso del tiempo, aunque es fácil encontrar la región cerebral que actúa en estos casos y asombrosamente está muy cerca de las regiones que controlan el hambre y la sed, por tanto regiones básicas de supervivencia.

Hablaremos más detenidamente de este asunto en un capítulo posterior. Pero centrémonos en la voluntariedad del propio enamoramiento, que no del emparejamiento marital, pues sabemos que hay culturas donde el matrimonio no está relacionado con el enamoramiento libre, donde se conciertan matrimonios desde la niñez. Pero lo más natural en el humano es enamorarse o fijar la atención en alguien que de manera casi involuntaria, nos empieza a atraer, sentimos un cosquilleo interno al verla y deseamos estar cerca de esa persona todo el tiempo. Según parece este sentimiento de enamoramiento dura aproximadamente cinco años, si bien en algunos casos se puede prolongar, o sencillamente las personas casadas deciden continuar su relación por más tiempo, a eso se le llama apego y es más complejo de explicar. En algunas culturas o bajo ciertas religiones se ve mal romper un matrimonio y en ese caso las parejas se sienten obligadas a permanecer unidas aunque el amor romántico haya desaparecido. 

Pero existe también el compromiso de lealtad, de estabilidad o de intereses comunes que hacen que ciertas parejas convivan por años y décadas. Muchos afirman que no siempre tuvieron amor a su cónyuge, o no siempre les unió el romanticismo, pero no tuvieron dudas sobre su lealtad, ni deseos de abandonar a su pareja. ¿Se puede decir que no tuvieron libertad? En ocasiones puede ser lo contrario. Si según los científicos, el enamoramiento fuerte se desvanece en pocos años, mantener un matrimonio en muchos casos se convierte en una libre voluntad de luchar por algo que se aprecia.

Otro experto, como el psicólogo de la universidad de Harvard, Dan Wegner prefiere utilizar la expresión “Voluntad inconsciente”,  por la sencilla razón de que la voluntad de esa persona depende de un sentimiento que no puede controlar, dicho sentimiento mueve al individuo a ser fiel por encima del paso del tiempo, la vejez, pobreza, enfermedad y otros obstáculos. Pero un momento, ¿Eso es no obrar libre? ¿Y qué hay de aquellos que se dejan llevar por sus instintos básicos y se hacen infieles porque su naturaleza les mueve a serlo? ¿No es más libre quien decide actuar incluso en contra de sus deseos carnales o de sus instintos?

Vamos a poner otro ejemplo, supongamos que por alguna cuestión genética o por haber vivido un trauma infantil, tenemos la tendencia a la pederastia o hacia la violencia sexual. Se sabe que muchos pederastas no pueden evitar ese deseo de fijarse en los niños y recaen vez tras vez, al igual que muchos violadores, tras salir de prisión vuelven a las andadas. Son de alguna manera, presos de sus instintos más repulsivos, pero al fin y al cabo son instintos que se pueden llegar a dominar. 

Tomemos el caso de dos individuos, M.S y P.B, cada uno sufrió en la niñez episodios de violencia sexual, que por alguna razón les dejó traumas y que con el tiempo derivaron en conductas agresivas convirtiéndose ambos en violadores. M.S había sido expuesto a escenas de pornografía dura, con violaciones y abusos extremos a muy temprana edad, el visionado de estas imágenes le perturbaron y desvirtuaron de manera radical su idea del sexo, aficionándose de manera descontrolada a ese tipo de pornografía, si a esto añadimos su carácter introvertido que le impedía relacionarse normalmente con las mujeres, fue solo cuestión de tiempo para que es cocktail mental le motivara a desear desfogar sus impulsos, y eso le llevó a perpetrar su primer acto sexual contra una jovencita a la que forzó. Como le salió bien, se empezó a aficionar a este tipo de actos, así fue como se dejó llevar por sus impulsos y actuar según sus deseos, les dio libertad a estos impulsos para hacer lo que más placer le daba, repetir las escenas que habían quedado en su mente desde la infancia, aunque eso significara hacer daño a otras personas, en la mayoría de las ocasiones sentía remordimiento por lo que hacía, pero el placer que le ofrecía repetirlas era más fuerte. 

El efecto de la pornografía en la mente infantil puede ser contraproducente y crear traumas con efectos muy perniciosos en su futura convivencia.

Por otro lado, tenemos a P.B, al parecer de niño había sufrido el trauma de ver como su tío abusaba de su hermana y el efecto que le produjeron esas escenas, de alguna manera le llevaron a querer repetirlas. Tal como M.S, P.B se da cuenta de que su proceder es dañino para él y sobre todo para otros, pero a diferencia del anterior, P.B intentó dar un giro en su vida y luchó tenazmente por controlar sus impulsos, llegado a un extremo, este individuo quiso librarse de ese lastre, incluso solicita la castración química. De hecho fue así, P.B, acusado de la violación de más de 14 niñas y varias reincidencias, había solicitado ser sometido a la castración química ya finales de los 80, pero se le denegó ese recurso. Tras varias condenas, excarcelaciones y reincidencias, veinticuatro años después volvió a pedir al juez la castración química para no volver a cometer delitos. Por fin se le concedió esa opción y ahora ya no ha vuelto a delinquir. Ahora hagamos las siguientes preguntas: ¿Quién sería más libre? ¿El primero que se deja llevar por sus impulsos y deseos internos o el segundo por librarse de un hábito dañino y peligroso?


Es verdad que la tendencia humana en muchos casos es a tener hábitos, vicios o dependencias, pues estos hábitos o costumbres cuando se satisfacen, producen cierto placer en la parte más profunda del hipotálamo, la parte animal del cerebro. Pero muchas personas que viven con esas tendencias entienden que esto no les llevará a nada bueno, miden las consecuencias de sus actos y obran en consecuencia, con el paso del tiempo hasta logran dominar esa tendencia, a costa de mucho sufrimiento, posiblemente de privarse de muchas cosas, un depredador sexual que desea controlarse tal vez renuncie a tener hijos o esposa, y evitar hasta el más mínimo contacto con niños o mujeres, hasta que no se siente rehabilitado. La libertad por tanto, no es dejarse dominar por los más bajos instintos, si no librarse de ese dominio y tomar decisiones conscientes en dirección a controlar nuestros impulsos, en eso nos diferenciamos de los animales. 

En definitiva, con esto hemos querido demostrar que sí existe el libre albedrío, que no es otra cosa que hacer buen uso de la conciencia y ser capaz de tomar decisiones conscientes y voluntarias, sin dejarse arrastrar por sus instintos o trastornos mentales. Pero también hemos visto que tener conciencia o actuar en conciencia, si bien es sinónimo de obrar bien, de acuerdo a los principios personales o como satisfacción del “yo”, no siempre es el camino más beneficioso, ni el más acertado desde el punto de vista de la vida, depende en gran medida de la educación o guía que recibamos, y una conciencia mal entrenada en ocasiones puede estorbar la convivencia con otros. La conciencia es elástica, puede servir de control ante peligrosas actitudes o costumbres, pero también como justificación a otras prácticas dañinas y crueles.