¿Cerebro cuántico o gran computador?




El físico matemático Paul Davies, escritor del libro “La mente de Dios”, haciéndose eco de otra analogía relacionada con la informática, expone una hipótesis en la que concluye que tal vez seamos parte de un gran sistema binario, donde los seres vivos, en todas sus vertientes, participan de una realidad artificial, tal vez siendo cada uno de nosotros una aplicación o un elemento dentro de un programa mayor de vida, en un entorno específico. Algo así como la Gaia de Lovelock.

De hecho, ya en su tiempo se sentaron las bases para lo que después sería la realidad virtual, curiosamente fue a través de un sencillo programa informático, uno de los primeros juegos diseñados para computadora, creado por el matemático John Conway en 1970, llamado “Vida”. En este juego de formas, implantando unas pocas normas básicas, se recrea un sistema análogo al de la vida natural, donde los elementos evolucionan, cambian, se reproducen, desparecen, aparecen nuevos, etc. Se establece un modo inicial en el que se colocan unas pocas formas que ocupan unos pixeles de la pantalla, sobre un fondo cuadriculado en el que se pueden mover o colocar las formas, cada cuadro es un pixel e interactúan según ciertas reglas básicas establecidas.  Se puede decir que el juego tiene una base determinista, pues se pueden predecir de alguna manera las posiciones o posibilidades que pueden adquirir las formas siguiendo las reglas programadas, aunque según aumenta el tamaño del fondo y la cantidad de pixels iniciales, aumentan las variedades de formas, sus posiciones y relaciones con las demás. Pronto el jugador se da cuenta que este juego se convierte en autónomo, en el momento en que se colocan las figuras iniciales, a partir de esas formas básicas, se van recreando situaciones curiosas, formas que cambian, que se combinan unas con otras, que se reproducen o replican, que proliferan, absorbiendo o destruyendo a otras, algunas formas son previsibles, pero otras no tanto; incluso algunas de manera sorprendente van aumentando en complejidad a medida que se van uniendo a otras. Con esa idea pretenden demostrar que es posible que la naturaleza funcione así, como una  infinita estructura de “vida”, bajo unas claras leyes físicas, pero en un campo lo suficientemente grande como para multiplicar las formas o posibilidades infinitamente, con lo cual han llegado a aparecer seres complejos, incluyendo la inteligencia.

Bajo esta idea surgió la posibilidad de utilizar la computación para crear “inteligencia artificial”. Esto significaría replicar el funcionamiento del cerebro humano en una máquina lo suficientemente compleja para, no solo procesar datos, sino imaginar, crear ideas, desarrollar soluciones imaginativas a los problemas que se le expongan. Incluso con la capacidad de sentirse autónoma o ser pensante, libre, con la capacidad de tomar decisiones por sí misma.  


Claro que siempre nos topamos con la condición de que son programas que se ponen en marcha por la voluntad de una mente externa, la del programador o diseñador que le ha insertado las coordenadas o el programa con las posibilidades o fines que pueda tener, y del usuario de esa máquina, quien la pone en marcha y quien a voluntad, la puede apagar. En definitiva, no sería totalmente autónoma. De hecho, siguiendo las leyes básicas de la robótica, ideadas por Isaac Asimov, dichas máquinas estarían limitadas al servicio de sus creadores. Y por supuesto, estamos aún a años luz de conseguir una inteligencia artificial que genere pensamientos o sentimientos autónomos, si es que algún día eso se pudiese lograr.

 Aún asumiendo que se pueda conseguir algún día una máquina con esa capacidad, todavía sería necesario ante todo comprender cómo se desarrollan o se crean los pensamientos o la personalidad en nosotros mismos, en nuestro cerebro, algo que está muy lejos de lograrse. Y sin comprender o controlar eso, es imposible poder imitarlo en una máquina. Pero esto deja entrever otra interesante cuestión y es que si según Conway, Davis, y otros matemáticos, serían capaces de recrear un universo virtual, es quizás porque simplemente en nuestras creaciones relacionadas con la inteligencia artificial estamos imitando nuestra realidad. Por tanto, surge la pregunta: ¿no seremos parte de un universo pre-programado con la capacidad y complejidad para albergar vida inteligente autónoma e independiente? ¿Será que lo que consideramos realidad pueda ser parte de un inmenso programa informatizado controlado por alguien muy superior que observa desde fuera nuestro funcionamiento y acciones?

Esa es la conclusión que sacó el famoso físico norteamericano de origen japonés Michio Kaku, autor del libro “El futuro de nuestra mente”, citado en esta obra y defensor de la llamada teoría de cuerdas. El reputado físico, al investigar la forma de moverse de los taquiones, (partículas subatómicas), descubrió que podía haber una serie de fuerzas inteligentes que parecían gobernar el movimiento de esas partículas aparentemente caóticas.


Antes de explicar como Michio Kaku llegó a esa conclusión, vamos a intentar hacer un esbozo muy resumido del mundo cuántico y sus particularidades. El universo se explica y está gobernado, por así decirlo, por cuatro fuerzas fundamentales, estas son: La gravedad, la fuerza electromagnética, la fuerza nuclear fuerte y la interacción nuclear débil. Se supone que estas cuatro fuerzas explican todo lo que nos rodea, como el movimiento planetario, la electricidad, la química o la forma en que se cohesionan los átomos,  y la conversión de la materia en energía, entre otras. Aunque todas ellas, distintas en funcionamiento y efectos, son manejadas, o utilizan, por así decirlo, determinadas partículas subatómicas.

Las partículas subatómicas tiene unas cualidades de compleja explicación, algunas son capaces de moverse a velocidades lumínicas, electrones, taquiones, neutrinos, gluones, fotones o quarks, y han traído de cabeza a los físicos cuánticos que intentan explicar el universo con una teoría unificada, además en los últimos años han centrado todos sus esfuerzos en demostrar su existencia y definir si estas partículas tienen masa o son simplemente ondas, todo para unificar una teoría que explique o prediga su funcionamiento, pues están fuera de las leyes explicadas por Newton o Einstein. Esto ha derivado en la llamada: Mecánica cuántica, donde las cosas dejan de parecerse a lo que observamos en nuestro entorno normal.


Algunas afirmaciones sobre el mundo cuántico nos sugieren, por ejemplo, que una partícula solo se puede ver en el momento concreto en el que intentas detectarla, si esta partícula tiene que viajar en un vacío de un punto a otro, toma todos los caminos posibles, tanto en espacio como en tiempo, pueden estar allí y no estar, pueden ir al futuro o al presente. Cabía esperar que cuando observemos esa partícula, esto marca de alguna manera nuestra realidad en un momento dado, pero mientras no son detectadas u observadas las partículas seguirán moviéndose por todas las direcciones posibles. Por eso se puede decir que estas solo existen en el momento en el que las vemos. ¿Cómo saben esto los físicos? Porque ha sucedido así en las pruebas simuladas por ordenador, y también se han realizado experimentos que parecen confirmar ese fenómeno natural a nivel subatómico.

Bien, pues algunos pretenden comparar esto con el funcionamiento del cerebro a nivel neuronal, se decantan por la idea de que tenemos un cerebro cuántico, por el hecho de que miles de ideas opuestas puedan circular por la mente de una persona, pero solo una puede salir en un momento dado al hablar, así quien nos escuche se quedará con esa idea, ignorando la existencia de las demás, que seguirán sin embargo, pululando en el interior. Entre estos se encuentra el físico Roger Penrose, quien has escrito varios libros donde relaciona la mecánica cuántica con el funcionamiento del cerebro. En opinión de Penrose, no puede reducirse la explicación del funcionamiento de la mente consciente con la analogía de un computador, ni puede explicarse en términos de modelos computacionales. La comprensión es algo que va mucho más allá de la mera computación, y se puede demostrar de qué modo la consciencia aparece a partir de la materia, el espacio y el tiempo. Junto al catedrático de psicología por la universidad de Arizona, Stuart Hameroff, propuso una teoría que trata de explicar la separación entre la mente y el cerebro. Este último propone que la mente consciente o el “yo interno” se mueve entre los microtúbulos, (estructuras tubulares de las células neuronales, de 26 nanometros de diámetro, se consideran las unidades más pequeñas del citoesqueleto celular), que actúan como canales de trasmisión de información cuántica, y en cuyo interior, podría existir un estado ordenado de agua o líquido que ayudaría a mantener el estado de coherencia necesaria, sin el caos que presenta la mecánica cuántica. Por otro lado, Penrose añadió a esto que es imposible encontrar una analogía computacional con el funcionamiento del cerebro. 
Si se analiza la información desde el punto de vista meramente computacional, aplicando el famoso test de Turing, nos encontramos que hay contradicciones en las formulaciones matemáticas del cerebro, el “test de la verdad” de Turing daría por respuesta como falsa o errónea un razonamiento cualquiera de la consciencia, y sin embargo la mente juega regularmente de esa manera con los datos que maneja para tomar decisiones. Eso llevó a ambos investigadores a la conclusión de que ningún Computador u ordenador construido por el hombre podría llegar a superar la mente e inteligencia humana, pues nunca se les puede otorgar la capacidad de comprender y encontrar verdades que los seres humanos poseemos, precisamente porque la computación se basa en métodos muy distintos e inferiores a los que la mente maneja.


Recapitulemos en lo dicho anteriormente, en el mundo cuántico se da la paradoja de que una cosa existe en el momento que ese objeto se ve, y puede estar vivo o muerto a la vez, está y no está al mismo tiempo. Se juega con un mundo de probabilidades donde el azar manda. Claro que esto aplicado al cerebro deja muchas incógnitas sin despejar, pues de ser así, es decir, de tener un funcionamiento cuántico ¿Cómo puede una persona reforzar sus ideas, exponiéndolas o declarándolas una y otra vez, y no dar respuestas contradictorias o al azar? ¿Qué hace que las funciones que llevan a cabo las millones de neuronas se dirijan a una explícita, concreta y delicada tarea y en una determinada dirección? La explicación de Penrose y Hameroff vendría responder que esa gravedad cuántica en los microtúbulos neuronales hace que los datos se muevan en coherencia a través de lo que llamaron “Reducción objetiva orquestada” (Orch-OR), una característica intrínseca de la acción del universo. Dicho de un modo más comprensible, la manera como se maneja y se mueve la información a través de la sinapsis neuronal está controlada por un ente independiente al cuerpo físico por el que circula, conectado de alguna forma al universo de dónde proviene. Por lo tanto en el momento de morir este flujo consciente sale de nuevo y vuelve al universo.


Michio Kaku explica algo similar con otro curioso planteamiento. En las explicaciones sobre el mundo cuántico, con tal de unificarlas con el ordenado mundo que nos rodea, ha surgido adaptar una teoría llamada de las cuerdas o la versión más actual de esta, la de “supercuerdas”. Esta teoría surgió de la necesidad de añadir al modelo estándar de la física,  la cuarta fuerza, es decir la gravedad, que parece no funcionar igual que las demás y donde aún no se ha detectado su supuesta partícula, (el gravitón), aunque la lógica cuántica lo prediga. Michio Kaku en su teoría de las cuerdas, básicamente y resumiendo mucho, expuso la siguiente explicación: Que las partículas materiales, aparentemente puntuales, son en realidad, “estados vibracionales” de un objeto extendido más básico llamado “cuerda” o “filamento”,  lo que significa que todo lo que se mueve está de alguna manera unido a ese complejo sistema de cuerdas vibrantes, lo cual convertiría a un electrón, por ejemplo, no en un “punto” sin estructura interna y de dimensión cero, sino en un amasijo de cuerdas minúsculas que vibran en un espacio-tiempo de más de cuatro dimensiones.


Dicho de otra manera, es como si todas las partículas, o están unidas o funcionan según la vibración de dichas cuerdas, si oscila de determinada forma es posible que subatómicamente tuviéramos ante nuestros ojos un electrón; pero si lo hace de otra manera, entonces veríamos un fotón, o un quark, o cualquier otra partícula del modelo estándar.

En esa línea el profesor Kaku, terminó afirmando lo siguiente: He llegado a la conclusión de que estamos en un mundo hecho por reglas creadas por una inteligencia, no muy diferente de un juego de ordenador favorito, pero, por supuesto, más complejo e impensable”.

Esto nos lleva a otra teoría que trataremos en el siguiente capítulo que ahonda en estas cuestiones.


Bibliografía y libros sugeridos
 -El futuro de nuestra mente - Michio Kaku 
 -La nueva mente del Emperador - Roger Penrose
 -La mente de Dios - Paul Davies
 -Las sombras de la mente - Roger Penrose

¿Dónde reside nuestro yo?




El neurocientífico y premio nobel, Francis Crick, escribió en 1985 un libro titulado: “La búsqueda científica del alma”, que sigue siendo la base de la doctrina científica sobre como crea el cerebro la propia personalidad humana. Pero esta obra que intentaba ser revolucionaria, y todas las que a partir de esa tesis se han escrito, han acabado siendo reduccionistas y no dan una explicación completa del sistema. ¿Por qué? Porque define la mente pensante, con sus sentimientos, alegrías, tristezas, recuerdos, ambiciones y deseos, en definitiva lo que se conoce como el “yo interno”, de forma simplista y física. 
Según la teoría de Francis Crick, la mente no es otra cosa que un conjunto de sistemas formados por células nerviosas y moléculas asociadas por una serie de sinopsis electroquímica. En definitiva, es como decir que cualquier cuadro de Miguel Ángel, Goya o Dalí, sean sencillamente mezclas de sustancias químicas que forman colores, ordenadamente colocados. Se puede decir y simplificar de esa manera sin faltar a la verdad, pero faltaría entonces explicar lo más esencial, que son verdaderas obras de arte, por lo que trasmiten en calidad, belleza, armonía y perfección. Los colores, la pintura, los trazos, tienen un sentido, un propósito y no están colocados en el lienzo por la casualidad. Si no explicamos eso, cualquier manchurrón en una pared, realizada con brochazos sin sentido y utilizando diferentes colores, encajaría también con la definición antes mencionada.

Lo mismo ocurre con la mente, la simple definición de esta como un conjunto de sistemas neuronales, formando secciones definidas unidas por unas reacciones sinápticas, podría ser aplicado incluso al cerebro de una mosca, la cual reacciona a una velocidad impresionante cuando vamos a aplastarla con algún objeto, todo porque una serie de funciones lógicas se compaginan con sus sensores externos y con eso el cerebro de la mosca procesa los datos, toma decisiones, y reacciona. Pero cuando tratamos sobre la mente humana, la consciencia del yo, hablamos de un sistema de pensamiento complejo, la identificación individual de la persona, donde recuerdos distantes se pueden convertir en base para la toma de decisiones y eso parece estar fuera del control de tan solo unos cuantos grupos neuronales conectados a sensores externos. Y si bien los pensamientos se transmiten a través de las neuronas, estos crean cambios químicos en el cerebro al segregar sustancias que producen placer, ira u otro tipo de reacciones, y lo pueden hacer sin necesidad de un estímulo visual, olfativo o auditivo. 


La personalidad, los pensamientos, sentimientos, inteligencia y demás capacidades del cerebro, son considerados por la ciencia oficial como el resultado del funcionamiento de una compleja, pero predecible maquinaria, compuesta por 100,000 millones de neuronas interconectadas, completando unas cien billones de conexiones sinápticas. Se sabe que en estado de espera, las neuronas transmiten entre sí, impulsos eléctricos de 100 milivoltios, durante un milisengundo y a un ritmo de entre uno y cinco impulsos por segundo. Visto así, realmente parece asemejarse a un funcionamiento autómata y predecible, pues las neuronas de nuestro cerebro estarían como preparadas para enviar cualquier tipo de impulso en ese ritmo latente. Pero la cosa cambia cuando profundizamos en el lenguaje o codificación de la información que se transmite a través de estas.  Por ejemplo, se sabe que en un momento dado unas neuronas envían impulsos excitadores y en otros, señales inhibidoras, lo que a su vez provoca que las receptoras cambien su ritmo de respuesta, aumenten o disminuyan ese ritmo. Por otro lado, no siempre se trata de impulsos eléctricos, sino que cierta información es transmitida de una neurona a otra, mediante segregación de sustancias químicas, las cuales también pueden hacer variar la frecuencia de los impulsos que la receptora realice. 
Como si de repente, en un momento dado, una neurona recibe una señal electroquímica que la estimula a pasar, de enviar los cinco impulsos por segundo a la siguiente neurona, a enviar cincuenta, cien o hasta quinientos por segundo, unos químicos y otros eléctricos. Y ese cambio de frecuencia, la forma de enviar los impulsos, todo al parecer es interpretado como un determinado tipo de mensaje, también el ritmo de cambio de envío de impulsos es interpretado así. Se trata, por tanto, de una muy compleja codificación de mensajes, cuya comprensión es un completo misterio a día de hoy, al igual que es tarea harto difícil descubrir qué mecanismo se encarga de crear esos mensajes y dónde se interpretan. Los expertos aún no se ponen de acuerdo en cuanto a de que depende que los impulsos sean en ocasiones eléctricos y en otras, químicos, solo se sabe que de alguna manera manejan distinta información.


Por ejemplo, está claro que no son lo mismo los impulsos que envían imágenes visuales que señales acústicas. No se tratan igual los datos recibidos por el tacto que por el olfato, o la información leída que oída, eso más o menos está claro. Pero aún queda mucho por desentrañar sobre el misterioso mecanismo que hace que un determinado impulso siga un camino y no otro, y qué lo hace llegar a una determinada zona del cerebro y modificarla y no a otra. Pero no se queda allí la cosa, durante mucho tiempo se creía que el cerebro trabajaba de manera modular, con zonas predeterminadas para la vista, el habla, y cada uno de los diferentes sentidos, o que ciertas áreas eran utilizadas para la comprensión del lenguaje, los sentimientos y otras capacidades.

En términos generales es así, ahora bien, algunos neurólogos empiezan a descubrir que en ocasiones, de alguna manera el cerebro se adapta y trabaja en conjunto. Por ejemplo, en el libro “El enigma del homo Sapiens”, el divulgador científico Manuel Bautista, reconoce que el cerebro realiza complejas adaptaciones, trabaja como un conjunto o equipo, de tal manera que por ejemplo, en el habla, no solo juega un papel primordial el área de broca, el lóbulo parietal inferior, el superior o el área de Wernicke, sino que también intervienen otras partes más alejadas de estas, en algunos casos de forma sutil, apenas perceptible, lo que pone en entredicho la simplificación de un cerebro modular. Bautista pone como ejemplo, un experimento curioso, realizado por un famoso neurólogo a un grupo de personas cuya vista era normal. El experimento consistía en tapar los ojos durante cinco días a los que se presentaron para dicha prueba, mientras se les realizaba una cartografía cerebral (TMS), para ver que sucedía en sus cerebros. El resultado fue sorprendente, en unos pocos días la parte de la corteza cerebral que normalmente se dedica a la vista, ahora estaba procesando el tacto, de tal manera que un sentido se había adaptado a otro. ¡El cerebro se había reorganizado! 


Es algo similar a lo que sucede con el efecto “xenoglosia”, personas que tras un traumatismo, despiertan hablando o balbuceando palabras en otro idioma. No se trata de ningún milagro, simplemente es que el cerebro guarda el lenguaje en una sección determinada del área de broca, si esta se ve afectada por un traumatismo, el cerebro inmediatamente intenta suplir la falta de un lenguaje por otro, que guarda en la memoria, aunque hayan pasado muchos años sin usarlo. Los casos documentados, muestran que en realidad las personas afectadas repiten frases o palabras de ese otro idioma, pero de manera muy básica, en ocasiones con grandes lagunas, aunque en los medios aparecen como si los sujetos hablasen perfectamente el otro idioma. Indagando un poco en la historia del paciente, se descubre que de pequeño todos los afectados tuvieron algún contacto con ese lenguaje nuevo, quizás el afectado estudió ese idioma, aunque no le prestó atención, o que tuvo algún contacto con personas que lo hablaban. El oído en este caso captó esas palabras, se depositaron en la memoria a largo plazo y en un momento de emergencia, el cerebro recuperó esos datos para suplantar el idioma perdido y poder comunicarse con el exterior.

En el mismo libro se muestran otros experimentos que demuestran que, incluso se puede aprender una determinada destreza usando tan solo la imaginación, por ejemplo, tocar un instrumento musical, sin tenerlo a mano. Lo cual está ayudando en la investigación sobre implantes mecánicos controlados por el cerebro en personas paralizadas de sus extremidades o que las han perdido. En este campo, los avances están demostrando como el cerebro es capaz de enviar órdenes a determinadas máquinas conectadas a las terminaciones nerviosas, o con tan solo la colocación de unos detectores de corrientes cerebrales en la cabeza, se envían las órdenes necesarias para manejar unos brazos mecánicos. El paciente solo tiene que realizar unas sesiones de ejercicios mentales y en poco tiempo empieza a mover las extremidades artificiales. Lo hace al principio pensando en lo que quiere hacer, después el propio subconsciente se encarga de realizar la tarea, sin que concentremos toda nuestra mente en ello. De la misma manera que un conductor avanzado de un vehículo, controla el volante y las diferentes palancas de manera intuitiva, mientras mantiene una conversación con el copiloto, o escucha una canción en su equipo de música, sin que eso apenas le distraiga.

Esto viene a demostrar que la mente es capaz de controlar ciertas funciones en el cerebro, y no solo los estímulos externos modifican el funcionamiento de las neuronas, también lo hacen nuestros pensamientos y esto significa que si con nuestra voluntad se puede modificar el funcionamiento del cerebro, es porque está preparado de antemano de esa manera. La imaginación humana también provoca cambios importantes en la estructura del cerebro y puede potenciar el procesamiento de información y aumentar los datos obtenidos desde el exterior. Por ejemplo, un escritor se imagina a partir de una breve señal visual, tal vez al ver de pasada la imagen de una pareja paseando de la mano o de un mendigo pidiendo, entonces en su mente se crea una historia totalmente inventada de cómo esa pareja se conoció y llegó a enamorarse, o que llevó a ese hombre a la mendicidad, y da la orden a su sistema de broca y procesamiento de las palabras, para que sus manos escriban un libro de cientos de páginas con esa historia inventada, creada en su imaginación. Al igual que la joven ciega y sorda, Helen Keller, antes mencionada recordaba imaginarse cosas a partir de sus pocas recepciones táctiles, con eso creaba imágenes mentales, sueños, deseos y muchos pensamientos, a pesar de no disponer de un lenguaje verbal.

Por eso se está planteado la hipótesis de que dentro de nuestro sistema coexisten dos modos de funcionamiento, claramente diferenciados, el cerebral y el mental, el primero controla las órdenes básicas, las mecánicas o del subconsciente y el mental, controla los pensamientos, deseos, intenciones, en definitiva la consciencia. Pero a su vez, ambas se complementan y modifican una a la otra.  

A esa idea se oponen la mayoría de los neurólogos, quienes piensan que el funcionamiento cerebral es el que genera el funcionamiento mental. ¿Por qué ese enconado rechazo a la dualidad de sistemas en el cerebro?  Porque  eso no encaja con la teoría de los orígenes primitivos del hombre. Según esta teoría el tamaño del cerebro se hizo necesario por la necesidad de utilizar la imaginación, pero lo cierto es que los datos recogidos indican justamente lo contrario, que el cerebro del homo Sapiens se ha contraído o reducido con respecto a los que serían sus antecesores menos inteligentes, como el Neardertal o el Habilis, algo a lo que algunos quieren dar una explicación, carente de lógica. 


Por otro lado, los estudios realizados por los más destacados investigadores en materia cerebral, concluyen que debe existir en alguna parte del cerebro una serie de neuronas especializadas que se activan cuando estamos conscientes y no lo hacen cuando no lo estamos, a esa desconocida y supuesta parte del cerebro la llaman: “correlatos neuronales de la consciencia”. Y desde hace décadas los investigadores tratan por todos los medios de encontrar el centro de esa consciencia, es en definitiva a lo que Crick se refirió como la búsqueda científica del alma, el punto de donde surgen los pensamientos, deseos e intenciones y que con ayuda de los datos almacenados en la memoria visual, auditiva, olfativa o cualesquiera, procesa y crea sus propias ideas y forma su personalidad.

Se podría ilustrar esto con el funcionamiento de una computadora, la cual consta de un hardware, un software y dentro de ese software, un núcleo central que sería el sistema operativo, el cual controla todas las funciones y toma decisiones en armonía con la información que recibe del hardware, (ratón, teclado web-cam, tarjeta sonido, etc) y el uso de estas que soliciten las distintas aplicaciones instaladas, estas últimas serían las neuronas o grupos neuronales que se encargan de sacar partido al hardware. Pero todo el funcionamiento o control del computador, siempre depende del sistema operativo, y por otro lado, este tiene a su vez un núcleo o kernel que lo controla. El cerebro, físicamente hablando sería el PC, el sistema neuronal sería el software, que incluiría el sistema operativo y las aplicaciones, y la mente sería el núcleo o kernel del sistema operativo, donde se sustenta y coordina todo el sistema. Vista así, parece una buena analogía del funcionamiento del cerebro, está claro que el desarrollo de la informática tal como la conocemos, tiene una base humana, es una copia de nuestra propia forma de funcionar. Pero tenemos que reconocer que hasta ahora, por mucho que se ha investigado y conocido el cerebro, la búsqueda de ese centro neurálgico, de ese homúnculo o kernel que controla las funciones cognitivas, ha sido infructuosa.

Por otro lado, comparar el funcionamiento del cerebro con un computador hace surgir algunas cuestiones, ¿dónde colocamos al usuario en esta analogía? Es decir, un computador no es nada, ni hace nada por sí solo, sin que un operario externo lo encienda y ponga en marcha las aplicaciones, en definitiva alguien que lo haga trabajar con un propósito determinado. Y esto está directamente relacionado con el centro del yo, de nuevo seguimos sin contestar dónde está ese centro. En cuanto a quién controla el PC lo veremos en otro capítulo.


La Consciencia, la lucidez del yo




En este tratado, más que hablar de tener consciencia, usaremos la expresión estar consciente, pues aunque parece que estar vivo es lo mismo que tener vida, en el caso de la consciencia, la cosa cambia, se trata de una situación y no de algo que se adquiere. Desde el primer momento en el que nos damos cuenta que estamos vivos, tenemos consciencia, como consideramos en otro capítulo, pero es difícil determinar si esto ocurre en el vientre de nuestra madre o poco después de nacer, en cualquier caso hay un momento en el que somos conscientes de nosotros mismos, es posible que la consciencia no surja de repente, sino sea parte de un proceso de desarrollo. En tal caso, algo que puede ayudar a descubrir cuando una persona es consciente de sí misma sería vernos ante un espejo espejo. La reacción de un bebé frente al espejo cambia radicalmente a partir de los seis meses, antes, en los primeros 90 días, es posible que no le llame la atención, tan solo capte su atención algún brillo o el reflejo de la luz de este, más tarde si se fijará algo más y posiblemente se quede observando con curiosidad al niño que ve al otro lado, pero no llega aún a identificarlo con él mismo.
Pero de repente, llegará el día en el que al verse delante, se reconocerá, tal vez sorprendido y con gran curiosidad admirará su imagen reflejada de manera muy distinta, probará haciendo movimientos, tocándose la cara, hará gestos y se dará plena cuenta que es él quien se refleja enfrente. Bien se puede decir que ese será un momento crucial en la vida de un niño, como si de repente al vernos frente al espejo reconocemos en nosotros mismos una individualidad y dejamos de ser un testigo invisible de lo que nos rodea, para convertirnos en un ser individual con rostro, una persona plena, entonces se puede decir que nuestra consciencia estará completa.
Sin embargo a diferencia de la conciencia, que como hemos visto, aún teniendo una base innata, se crea, se moldea y se cambia de forma individual y a lo largo de toda la vida, la consciencia es intangible, está unido a la vida, pero no necesariamente es consubstancial a esta. Es decir, se puede decir que una persona muerta definitivamente no tiene consciencia, pero esa misma por el mero hecho de estar viva, no necesariamente la hace estar consciente, como puede suceder con alguien profundamente dormido o en coma inducido, no siente, o no se da cuenta del paso del tiempo o de los sucesos a su alrededor. En el caso del coma, dependiendo del grado, nos lleva a un estado de inconsciencia casi absoluto, rozando la no existencia de actividad cerebral alguna y por supuesto conlleva la negación de los sentidos.
Solo una puntualización en este último caso, surgen dudas cuando se registran casos de personas en estado de coma, quienes al despertar afirmaban haber oído voces a su alrededor. ¿Hasta qué grado una persona en coma mantiene un grado de consciencia? Un médico dirá que depende de la actividad cerebral que el individuo mantenga, para eso están los encefalogramas, los escáneres cerebrales, aparatos cada vez más sofisticados que se utilizan para determinar la más mínima actividad cerebral. El conocido test, llamado "Escala de Glasgow", es un protocolo habitual para determinar la muerte cerebral o el grado del coma y en la mayoría de los casos determina si una persona tiene muerte cerebral o coma irreversible, donde la consciencia ha desaparecido por completo.


Sin embargo, existen muchos casos atestiguados de personas que tras despertar de un coma, durante los cuales mostraron encefalograma plano o con mínima actividad cerebral, (atribuida normalmente al funcionamiento mecánico de nuestro sistema), que después han despertado recordando episodios sentidos u oídos durante ese tiempo. Tenemos el caso de Martin Pistorius, quien a los doce años de edad por causa de una enfermedad degenerativa, (algunos detalles apuntaban a una meningitis criptocócica), cayó en un grado de inconsciencia, al que los médicos calificaron de “estado vegetativo”. Los electroencefalogramas y otras pruebas realizadas indicaron inconsciencia total, y no había previsión de mejora, debido a eso sus padres lo llevaron a casa esperando o una recuperación milagrosa o una muerte inminente. Permaneció en ese estado durante al menos seis años, tiempo en el que los cuidados de los padres fueron vitales.
Él afirma recordar muy bien el momento en que empezó a despertar, fue cuatro años después de haber estado en ese estado de inconsciencia absoluta, empezó a despertar y pocos meses después empezó a comprender su situación, había olvidado todo su pasado, y en un periodo de cuatro años fue de nuevo consciente de ser una persona viva, aunque los demás lo seguían considerando un vegetal.  En sus memorias, escritas más tarde en el libro “Cuando era invisible”, un libro que vale la pena tener en cuenta para entender esta extraña situación de consciencia a medio gas, pero consciencia al fin y al cabo. Pues el que los demás piensen que eres un vegetal o tu mente esté totalmente anulada, no determina que tú no seas consciente. Existen otros casos, como el de Zack Dunlap, que sufrió un accidente de tráfico cuando tenía 21 años de edad, padeciendo un traumatismo cerebral severo, los médicos que lo atendieron declararon su muerte cerebral, curiosamente el afirma haber escuchado a uno de los médicos cuando determinó su muerte y si bien no pudo reaccionar, por dentro se desesperaba ante la situación. Justamente cuando la familia se iba despidiendo de él, notaron una leve reacción del cuerpo, que interpretaron al principio que se debía a movimientos reflejos, pero tras hacer otras pruebas notaron que parecía iniciarse de nuevo cierta actividad cerebral, que aunque mínima, significaba un cambio de parecer. Al cabo de cinco días, Zack pudo despertar y mirar a su alrededor y una semana después ya hablaba sus primeras palabras. Fue un caso de difícil explicación médica, sobre todo teniendo en cuanta que se tomaron todos los procedimientos adecuadamente para determinar su muerte. Por otro lado, existen documentados muchos casos de personas en coma que tras un año, dos o hasta quince, despiertan repentinamente y no recuerdan absolutamente de su estado o situación en todo ese tiempo, lo cual hace pensar que debe haber un punto de comunicación con el yo interno que en ocasiones queda desconectado, dejando paralizada la consciencia. Escribí hace años un relato en el que se reflejan ambas situaciones vividas por una misma persona, se titula Memorias desde el silencio, (incluido en el libro “Relatos Trascen-mentales, del mismo autor)

Estar consciente, aunque esto parezca una obviedad, significaría sentir, percibir el yo, pensar y sentirnos presentes. Pero sería así, incluso en el caso extremo de que nuestros sentidos externos, oído, vista, tacto, no nos dejaran percibir el exterior. En el momento que pensamos y nos sabemos vivos, estamos conscientes. Y esa consciencia no se moldea o se interpreta de distintas maneras, sino de una sola, estando anclada en nuestros pensamientos, solo entonces nos informa que somos nosotros y en nosotros está nuestro yo.
Es verdad que hay ocasiones en las que se suele decir que hicimos algo inconscientemente, en el sentido de realizar un acto reflejo o una reacción ante un peligro en el que aparentemente no actuamos guiados por una voluntad o por el deseo consciente de hacerlo. Pero, aparte de esas pocas reacciones naturales, que además forman parte de nuestro sistema de protección o seguridad, por lo general nuestra consciencia, no solo se limita a captar, a sentir, oír, ver, sino a recordarnos que somos una individualidad, alguien que está fuera de los demás, que es testigo de la vida de otros, pero que tiene la suya propia.
Todo esto nos lleva a otro asunto interesante a tratar, ¿Son los animales conscientes? Bajo el punto de vista de la vida si, aunque lógicamente de una manera muy distinta a la manera de estar consciente en el caso del hombre. Es difícil, por no decir imposible saber qué piensan los animales superiores. Según los últimos estudios en psicología experimental, neuropsicología y etología cognitiva aplicada a los animales, algunos son capaces de pensar, memorizar y engendrar conceptos sobre su entorno, incluso imaginar situaciones. Se sabe que ciertas mascotas reaccionan de manera casi humana, comprenden la tristeza de sus amos, muestran cariño o piden atención.
En muchos casos se utilizan animales para el tratamiento de ciertos trastornos mentales, depresiones, autismos, problemas de conducta y otros. Pero la realidad, en estos casos, es que podemos afirmar que estos animales domésticos se han adaptado al hombre o el hombre los ha adaptado, en determinadas circunstancias esto hace que los humanicemos. Pero aún siendo cierto que otros seres vivos son conscientes de ellos mismos o de su existencia, y como tales desarrollan de alguna manera su personalidad, la inteligencia y las conexiones neuronales humanas nos hacen ir un poco más allá en el concepto del yo.
   Esto lo podemos entender, cuando por algún accidente o deficiencia al nacer, perdemos, o no desarrollamos una total consciencia de nuestro propio yo y en ese sentido, nuestra consciencia deja de estar conectada a nuestro intelecto. Se observa esto en determinados tipos de autismo, un niño autista se centra en su mundo interior, es cierto que en algunos casos puede desarrollar otro tipo de inteligencia, una extraordinaria memorización, cálculo matemático, estadístico, o destacar en la música o el arte. Pero por alguna razón vive, dicho coloquialmente como en otro mundo, no es capaz de contactar con el exterior o dependiendo del grado, hacerlo de manera muy escasa, llegando por lo general a hablar de él mismo como en tercera persona. Algunos psicólogos afirman que en los autistas falta el “yo” porque tal vez no sean del todo conscientes de su propia existencia, otros señalan que posiblemente se deba a que no son capaces de interactuar, ni mostrar empatía con otras personas y de alguna manera no se identifican como tales, incluso hay quien afirma que es posible que esto de alguna forma se acerque al pensamiento animal. Se hicieron ciertos estudios en la universidad de Cambridge, donde se midió la actividad cerebral de varios individuos diagnosticados con algún tipo de trastorno autista y se comparó con otros que no lo tenían. El experimento puso de relieve una curiosa y notable coincidencia, se descubrió que hay una región del cerebro, llamada “corteza prefrontal ventromedial”, que de alguna manera se activa cuando la gente piensa en sí misma, se dice que es como un detector de la “autorelevancia”.

En el caso de una persona normal, esta zona se hacía más activa cuando se le pedía al voluntario que respondiera a cuestiones relacionadas con él mismo, mientras que cuando no era ese el caso, las variaciones de actividad diferían notablemente. Pero en el caso de los autistas, dicha región cerebral respondía siempre de la misma manera, sea que la pregunta fuese sobre otra persona o cosa, o sobre sus gustos, deseos o en definitiva sobre sí mismos. Si en el caso de los animales, esa región cerebral falta o no cumple esa función, tal vez eso determine la diferencia en la forma de pensar e interactuar entre especies, destacando una de las más grandes diferencias con respecto a los humanos. En cualquier caso, se sabe que algunos autistas, con una terapia específica, logran superar esa barrera y esa dificultad para relacionarse con los demás e identificarse como ellos mismos. Es posible que los animales no tengan los recursos para superar esa fase de identidad impersonal.