Muchas veces hemos oído referirse a muchos biólogos al hablar de la tierra como el planeta vivo, pues la vida surge por doquier, se abre camino hasta en los lugares más inhóspitos o extremos, la tierra es un enjambre de organismos, con una capacidad de regeneración impresionante. Cabe mencionar aquí una idea que algunos
científicos en los años setenta desarrollaron y que apuntaba que la tierra no es un simple habitáculo de seres vivientes, si no algo más que eso, esta bien podría ser un gigantesco ser vivo. El planeta que habitamos sería una entidad
compleja, que envuelve la atmosfera, los océanos y la biosfera, y que mantiene
una simbiosis con otras formas de vida que subsisten en su corteza y en sus
aguas y ayudan a regular el sistema, constituyendo un todo, de la misma manera
que un cuerpo, como el humano está formado por millones de células
especializadas, y por otros agentes vivos, como bacterias que conviven para
bien o para mal dentro de nuestro sistema. A esta hipótesis se le ha llegado a
denominar “la teoría de Gaia”.
Uno de los defensores de esta teoría y que realmente podríamos considerar el
padre de esta idea fue James Lovelock, un prestigioso doctor en medicina y
catedrático en las importantes universidades de Yale y Harvard. En los años
sesenta fue invitado por la NASA para colaborar en una investigación en el
proyecto Surveyor, que estudiaba la viabilidad del sostenimiento de la vida en
condiciones adversas, como en la luna, para crear estaciones lunares y en la
investigación sobre las posibilidades de vida en Marte y otros planetas. Fue
precisamente en esa labor cuando se dio cuenta de lo que hace singular a la
tierra, respecto a otros planetas del sistema. En ese contexto fue
desarrollando su teoría sobre Gaia, en ella da una nueva visión de la tierra
como un gigantesco ser vivo, formado por toda la vida que contiene y sustenta,
y sin separar de este sistema al sistema geológico del planeta que funciona en
sorprendente simbiosis con los seres a los que sustenta.
Aunque no fue Lovelock el primero en imaginar esa
idea, pero si en desarrollarla. En 1785 James Hutton, el llamado padre de la
geología moderna definió a la tierra como un “super-organismo”, incluso pensó
que su disciplina científica debería ser llamada fisiología. Eduard Suess en
1875 acuñó el término “biosfera”, para referirse a la capa superficial de la
tierra, por estar tan llena de vida que se comporta como una superficie viva.
Pero Lovelock, va más allá de solo la comparación análoga,
por ejemplo en su libro “Las edades de Gaia”, donde expone y desarrolla a grado
máximo su teoría, explica que la biosfera tiene la capacidad de regular y hacer
que la atmosfera terrestre mantenga una condición estable de temperatura, de
química y ambiente, con el fin de mantenerse vivo con todo su contenido.
Trabaja de alguna manera como una “homeostasis”, este término se utiliza en el caso de los
seres vivos que son capaces de auto-regularse para mantener una condición
interna estable, mediante el intercambio de materia y energía, según lo
requiera la necesidad, en definitiva, lo comparó con el metabolismo de un
animal para sobrevivir. Por ejemplo el cuerpo realiza un control de manera
automática, con el fin de regular la temperatura, el balance entre acidez y
alcalinidad en la sangre y la solicitud de determinados azúcares, carbohidratos
y otros alimentos y la conversión de estos en energía. Eso, según Lovelock es
lo que hace la tierra en su conjunto.
Pone como ejemplo de la perfecta administración del
sistema, la interacción entre metano y oxigeno, gases que de forma natural, al
juntarse, siempre tienden a formar dióxido de carbono, que es el gas que más
abunda en otros planetas deshabitados y que resulta contraproducente para la
vida, pero que es la tendencia más común en el universo. Sin embargo en la tierra, por alguna razón,
por milenios, sigue habiendo un equilibrio en estos gases y esto va en contra
de la ley de la entropía.
Para entender mejor el asunto, la segunda ley de la
termodinámica dice que un sistema cerrado tiende siempre a la máxima entropía,
es decir, tiende a ir al estado del equilibrio, el universo siempre busca la
manera de distribuir la energía uniformemente. En todos los planetas conocidos
e investigados hasta ahora, se sabe que los gases como el oxígeno y el metano
tienden a equilibrarse formando el dióxido de carbono, pero no ocurre así en la
tierra. Lo normal es que hubiese ocurrido así y que el 99% de la atmosfera
estuviera compuesta por Co2, en esas condiciones la vida no sería posible. Pero
según la teoría de Gaia, el hecho de que ahora mismo la atmósfera terrestre
esté compuesta de un 78% de nitrógeno, 21% de oxígeno, otro tanto de Helio, y
tan solo un 0.035 de dióxido de carbono, se debe a que la vida, con su
actividad, mantiene estas condiciones de “desequilibrio necesario”, que la hace
habitable para muchas tipos de vida.
Para este teórico, el hecho de que en la tierra se
den condiciones diferentes no es en sí lo que causó la vida, sino que una
circunstancia específica y puntual hizo que se diera inicio a la biosfera y lo que esta contiene, pero
después fue esta misma biosfera la que ha ido modificando las condiciones del planeta
para su subsistencia y por tanto, las condiciones resultantes son consecuencia
y responsabilidad de la vida que contiene el planeta. Se puede entender en este
caso que propone una especie de simbiosis entre organismos, la atmósfera y la
propia geología terrestre, algo que aunque al lector suene lógica, los
científicos en su mayoría rechazan.
La comunidad científica en general,
encorsetada en su explicación del todo como un “causa-efecto”, no apoyaron a
Lovelock, y catalogan su teoría como “teleología”, que no es otra cosa que
pensar que todo tiene un fin y un sentido. Para los científicos, no hay cabida
al propósito en la naturaleza, pues todo se da por azar y la selección natural
escoge una forma de vida por las condiciones que le rodean. Para Lovelock, la
tierra va cambiando y evolucionando en armonía con la vida que alberga, y esta
a la vez, regula su sistema y hace que los seres que la componen evolucionen o
aparezcan y desaparezcan espontáneamente, simplemente serían procesos
necesarios o elementos que en ocasiones le son favorables y en otras
innecesarios o hasta dañinos y por tanto a eliminar. No parece encontrar azar
en el mecanismo que pueda regular la evolución o proceso de aparición de las
especies, sino que estas aparecen para beneficio y necesidad de todo el
sistema.
Se compara al cuerpo humano, formado por millones de
células especializadas, pero también habitada por bacterias, que en muchos
casos son necesarias, para digerir, diluir o asimilar alimentos, pero en otras
circunstancias, estas mismas tienen que ser eliminadas o disminuidas para que
el organismo se mantenga sano, pues la proliferación de estas crea infecciones.
De ser cierta esta hipótesis, es posible que los
dinosaurios y otros animales extintos, tuvieran su sentido o propósito y
después fuese necesaria su eliminación para postergar la vida en la tierra, su
desaparición por tanto no fue casual o causada por un accidente o cataclismo, como tratan de explicar
algunos. Para alguien como Lovelock, pensar que la caída de un meteoríto en un punto determinado del planeta propiciara la desaparición de miles de seres en toda la faz de la tierra, no tiene sentido, ni base lógica.
Eso sí, el papel de los
humanos no queda claro, o tal vez sí. Es posible que hasta seamos como esas bacterias,
necesarias para el procesamiento de ciertos productos, pero una proliferación y
actuación libre y descontrolada, como la que estamos efectuando ahora es dañina
para el sistema, por tanto, esto significará que la tierra intentará
eliminarnos.
Dejo
que el lector tome sus propias conclusiones al respecto, en cualquier caso hay
grandes dificultades para que alguna teoría pueda explicar el salto que el
hombre ha dado y que lo convierte en el ser vivo más inteligente y que más
efecto o huella puede dejar en el planeta. Somos los únicos capaces de producir
tal cambio en nuestro entorno, con tanto poder, que como reconocen todos los
expertos, hemos llegado al grado de poder destruir casi completamente la vida
de todo el planeta y por tanto cambiar definitivamente su estado. Aunque según cuenta Lovelock en uno de sus últimos libros, "La tierra se agota", no es la tierra la que peligra, sino la vida del propio ser humano la que puede desaparecer por el cambio climático. Utilizando su propia analogía, sería como si esta tomase una medicina que erradique definitivamente ese mal que la aqueja y deje sobre la tierra tal vez unos pocos sobrevivientes, que serían los que han aprendido a vivir en armonía con esta y en pro de la vida. Por lo tanto, ¡Cuán importante sería que aprendamos a utilizar nuestra prodigiosa mente en cosas provechosas y nos dejemos de ambiciones insostenibles!
Bibliografía:
-Las edades de Gaia – James Lovelock
-La venganza de la tierra. Traducción: Mar García Puig. Planeta, 249
-La paradoja de Darwin – Manuel Bautista – (Editorial Almuzara, Ed. 2015)
-La venganza de la tierra. Traducción: Mar García Puig. Planeta, 249
-La paradoja de Darwin – Manuel Bautista – (Editorial Almuzara, Ed. 2015)
-La mente de Dios, la base científica para un mundo racional - Paul Davies
-La tierra se agota, el último aviso para salvar a nuestro planeta -James Lovelock
-La tierra se agota, el último aviso para salvar a nuestro planeta -James Lovelock