Libro Los Senderos del yo

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¿Por qué existe el mal en nuestro cerebro?

       



        Por qué existe el mal en el mundo? Esta pregunta se formulaba en el título de un extenso artículo en una revista científica que tuve oportunidad de leer recientemente. Esta es una pregunta que a muchos les sonará raro que se planteé desde la óptica científica, pues la cuestión más parece señalar a la religión, como garante de las explicaciones metafísicas o a la filosofía que se encargaría de definir el mal y dar una explicación humana al asunto. 

        Claro que este asunto conlleva muchas incógnitas que escapan a la lógica científica y sobre todo a la razón evolutiva, pues esta última se sustenta en la obsesión por la supervivencia y la prolongación de la vida, por medio de mejoras que le provea de ventajas y que se transmitan a su descendencia. Sería inútil que, desde esa óptica, se haya dado en el hombre esa opción de hacer el mal, de autodestrucción y aniquilación de la especie, solo por puro egoísmo. Pero la realidad es que es lo que está pasando ahora mismo, la ambición y el egoísmo está llevando a la destrucción del planeta. Un evolucionista respondería “eso es parte de la supervivencia del más apto” el gen egoísta nos llevará siempre a competir con otros e intentar superarlos a cualquier precio. En ese caso, a estas alturas ya no debería existir entonces el bien, la comprensión, la empatía, la solidaridad y la caridad. Algunos hasta se plantean si no será que el mal en el hombre es un bien para el planeta, desde un punto de vista más allá del corto plazo, pues la aniquilación de la humanidad, aunque conlleve también la de otras especies, supondría un respiro ecológico al sistema. Pero eso equivaldría a decir que el planeta es más inteligente o que tiene un mecanismo superior que elimina al que produce el mal. ¿Es ese mismo mecanismo que destruyó a los grandes dinosaurios que estaban esquilmando el planeta? 

Pero curiosamente el bien, también presente en el hombre, contrarresta y acaba imponiéndose en muchísimas ocasiones. Es curioso que en la misma mente inteligente puedan convivir el mal y el bien, la creatividad y la destrucción, la bondad más desinteresada y el egoísmo más ambicioso. Es por ello por lo que vale la pena plantear de dónde se origina este mal y por qué, pues eso ayudaría a poder entender cómo funciona nuestra mente. En primer lugar, porque no es observable en la naturaleza una desviación hacia el mal tan perverso como el que desarrollamos los humanos.

Y no nos referimos en sí a la violencia, que puede ser consecuencia del mal y es donde de manera más cruel lo manifestamos. Esto último es algo común y observable en el reino animal, la lucha entre depredador y presa, esa fiereza con la que los cazadores devoran a sus víctimas. O las encarnizadas luchas territoriales, y qué decir de la pugna por conseguir aparearse y obtener el liderato de la manada. En todas estas situaciones se dan momentos de dura y muy violenta lucha. Sin embargo, tenemos que reconocer que la violencia en si no es sinónimo de maldad, en todos estos casos antes mencionados son luchas instintivas que se aplacan de inmediato cuando acaba la razón para esa violencia, así que podemos encontrar en el mundo animal, que siempre hay una razón o una lógica natural en ello. Es verdad que a veces se puede ver maldad en el instinto animal, como cuando un león mata a los cachorros de su contrincante para que la hembra se ponga en celo y obtenga él su propia descendencia. O cuando un polluelo hace caer a su hermano más débil o lo mata para quitar competencia en la obtención de alimentos de sus sacrificados padres.

Efectivamente, visto así parece cruel lo que vemos, y puede que nos horroricemos cuando nos muestran en documentales la violencia de las acciones de algunos animales, pero no deja de ser instinto de supervivencia, nunca maldad gratuita e innecesaria. Ningún animal mata a otro por simple placer, o por diversión, siempre mediará el instinto de protección, territorial, de apareamiento, de alimentación o de supervivencia. Por mucho que algunos quieran humanizar el comportamiento de algunas especies al interpretar ciertas conductas como similares a la maldad humana. En todos los casos que existen en la naturaleza vemos cualquiera de esas cinco necesidades, que son las que les mueven a tomar decisiones o acciones.

Sin embargo, entre los seres que habitan este planeta, los humanos hemos superado al instinto, gracias al desarrollo del neocórtex que nos da la inteligencia tan avanzada y claramente superior de la cualquier animal, podemos hacer cosas por voluntad propia, sin que medien razones instintivas. Sin embargo, junto con esta inteligencia viene un asunto añadido para el que la ciencia no tiene respuesta, ni una razón o necesidad: La maldad.

Por ejemplo, un ser humano sufre extraordinariamente cuando pierde su hogar por una catástrofe natural, una guerra o un accidente. Esta persona se lamenta de la pérdida y lo recuerda toda su vida, aunque con el tiempo recupere gran parte de las posesiones que perdió. Una madre que pierde a un hijo por algún percance, aunque tenga otros, es posible que sufra toda su vida e incluso no se reponga del golpe, ni siquiera sustituya a este por otro. ¡Qué diferente es todo esto en el mundo animal!



Por ejemplo, en el caso de un ave, posiblemente sufra al ver destruido su nido, pero ese sufrimiento es fugaz y solo significa que tendrá que empezar a construir otro, que la pérdida de la prole en el caso de una madre de cualquier tipo de mamífero, significa volver a entrar en celo para encontrar a otro macho y de nuevo producir crías a las que cuidar. Es verdad que a veces podemos observar cierta tristeza o pesar cuando una madre descubre que su cría ha muerto, pero nada que no se supere y olvide al día siguiente, o a la siguiente hora. ¿Significa eso que carecen los animales de valores morales? No se trata de eso. ¿Significa entonces que su cerebro está capacitado para superar estos traumas y sobrellevarlos mejor que los humanos? Tampoco, más bien es que no son conscientes más allá de cierto nivel de sufrimiento, su capacidad cerebral no le hace plantearse el futuro. Sencillamente lo superan, de la misma manera como un bebé humano puede superar mejor la muerte de sus padres que una persona adulta, esto es sencillamente porque no son totalmente conscientes de ello y la amnesia infantil nos lleva a olvidar cualquier sufrimiento y enterrar el pasado. Una prueba de la inconsciencia animal la tenemos al observar ciertas especies de aves, como el Cuco, que depositan sus huevos en nidos de otros y los padres que han puesto el nido alimentan al impostor sin darse cuenta de que no es de ellos, en ocasiones el polluelo supera en tamaño a los cuidadores, sin que ellos se percaten de la impostura, jamás podría suceder tal cosa entre los padres humanos, imaginemos la reacción de unos padres blancos cuando les traen a su bebé con rasgos africanos o asiáticos, o del caso opuesto ¿qué dirían unos padres chinos si le entregan un hijo rubio con rasgos centroeuropeos? La sorpresa y extrañeza de la madre y la consternación y disgusto en el caso del padre no sería menor. Incluso siendo de la misma raza tarde o temprano se darían cuenta de un cambio de bebé, quizás por rasgos o personalidad distante. Es verdad que en este último caso el amor y afecto hacia un hijo cambiado al nacer no difiere del que se mostraría al hijo natural, la oxitocina funciona por el contacto con la criatura, independiente de si es el hijo que la madre ha llevado en las entrañas o no lo sea. 

Hemos comparado la mente infantil de un bebé a la de un animal. Porque en realidad es lo más parecido, incluso cuando hablamos de seres más desarrollados, como ciertos delfines, elefantes o algunos simios. Si hablamos de la inocencia infantil, esa que nos hace más vulnerables a los peligros que a cualquier otro ser vivo de la misma edad, se compensa por la atención de sus cuidadores, pero también ese periodo de tiempo sea feliz o no, es olvidado pasados los tres años, eso ayuda al niño a que pueda superar cualquier pérdida y olvidar los traumas anteriores que durante esos tres años pueda haber sufrido, sobre todo el trauma de nacer. Pues bien, esa inocencia en el reino animal dura toda la vida. No se puede considerar ese borrón y cuenta nueva que hacen los animales al igual que la amnesia infantil, pues los animales desarrollan recuerdos, pero de manera limitada y selectiva, es decir, aprenderán desde muy jóvenes cuales son los peligros, que animales se consideran presa y cuales depredadores y no lo olvidarán en toda su vida. Así, lo que nosotros consideramos una desventaja, más bien es una virtud para el desarrollo y defensa de sus vidas. 

Hay razones para pensar que la propuesta de que el desvalor es superior en la naturaleza que el bien, o el simple planteamiento del mal, no es del todo acertado, pues no hay algo similar al mal o el bien en ella, de hecho hasta la muerte se puede convertir en un bien para el ciclo de la vida en el mundo natural, siempre hay alguien que se beneficia de la muerte de otro. Además, existe la ventaja de la presa, frente a la estrategia del cazador, ambos tienen ventajas y puntos vulnerables. La vida es más corta para los pequeños y más longeva para los grandes, pero la cantidad de camadas son mucho más abundantes en cantidad y repetición de estas en un año cuanto más pequeño en tamaño es el animal. Así se consigue un equilibrio, sería fácil explicar que la evolución dotara de esas ventajas a unos y otros, pero por alguna razón más bien, todo nos lleva a un justo equilibrio. En el mundo natural, por tanto, si sacamos al hombre, no podemos hablar de mal o bien, si no de un bien engranado funcionamiento natural.

Luego tenemos conductas que jamás veremos en el mundo animal, como por ejemplo torturar a otro igual, sin otra razón que el placer de verlo sufrir. Ninguna madre entre los mamíferos abandona a sus hijos pequeños porque tenga otros intereses o busque la satisfacción sexual con otros machos. Tampoco que los mate al nacer o intente abortar porque no desee traer más criaturas al mundo o no le venga bien tener crías en ese momento. No vemos inventiva en el reino animal para asesinar a sus congéneres sin más. El genocidio, las violaciones sexuales, el sadismo, el masoquismo no forman parte del reino animal.



Incluso si se procura buscar una explicación puramente biológica o antropológica a la razón del mal, intentado ver una ventaja evolutiva en ello, no la encontraremos, pues todo apunta a que el bien común en la sociedad, la colaboración, el reparto más justo, la vida más pacífica, todo va a favor de la longevidad y de la satisfacción del humano, mientras que el mal, la violencia, la crueldad, solo provoca males, muertes prematuras, la injusticia solo conduce a muchos a sufrir escasez y esta a su vez produce más maldad, delincuencia y vidas truncadas. Se menciona como ejemplo, como un bajo nivel cultural, unido a una situación de penuria económica e insatisfacción de los ciudadanos está directamente relacionada con el aumento de la violencia y la maldad, algo así como cuando no hay orden ni control en un estado fallido, sea por una guerra civil o una catástrofe total.

Aunque, todo hay que decirlo, no se consigue eliminar la delincuencia y la maldad ni siquiera en las sociedades aparentemente más desarrolladas y justas, es más, existen hechos terriblemente cercanos, como los vividos en la segunda guerra mundial, el genocidio nazi, la crueldad del comunismo de Stalin, hace menos de 70 años, o la masacre de PolPot en Camboya, aún más cercana. Curiosamente a los jerarcas nazis antes de los juicios de Nüremberg se les realizaron estudios psiquiátricos y psicológicos, así como test de inteligencia y demostraron tener un alto coeficiente intelectual y ningún trastorno llamativo que justificara sus decisiones. Además, dichos actos deleznables también fueron apoyados por una sociedad, la alemana, culta y bajo una situación económica en pleno apogeo.

        ¿Entonces? ¿Qué explicación tiene el mal? El escritor del artículo de la revista antes citada concluye que por alguna razón en la misma sección cerebral donde se desarrolla la capacidad humana de la inteligencia o de la creatividad, se halla también esa maldad. Pues parece ser que las mismas regiones donde se desarrolla la creatividad, también se planea el mal, la crueldad y el sadismo. En la literatura ancestral ya se señalaba cierta relación entre progreso, inteligencia y maldad, por ejemplo, en el Génesis bíblico se recoge de manera escueta que una de las cuestiones que se introdujo en el hombre pecador fue el conocimiento del bien y del mal, como algo de lo que antes se carecía o como parece desprenderse de un estudio más profundo del relato, la opción de decisión sobre que es el mal y el bien, un saber distinto al natural o básico que tenían en su origen. En el mismo Génesis se explica cómo los primeros músicos y creadores metalúrgicos surgieron de la estirpe de Caín, quien había matado a su hermano. En otro escrito de la tradición judía, en el libro de Enoc, se da a entender que las grandes construcciones e invenciones primitivas fueron inspiradas por criaturas maléficas y crueles, los gigantes Nefilim. También en el Génesis se menciona como el diseño y construcción de una elevada torre cuya meta por parte de los constructores era llegar al cielo, fue idea de otro malvado líder, Nemrod. Pues la ciencia parece apuntar en esa misma dirección: la inteligencia y la creatividad van de la mano con la maldad.

Algo que se observa en los humanos y que nos diferencia de los animales es el cambio que se produce en el cerebro en la edad adulta. Los niños en edad infantil puede que muestren actitudes violentas de manera instintiva, tal vez en juegos o cuando interactúan unos con otros, como lo hacen muchos cachorros en la naturaleza, pero a diferencia de los animales, cuya inocencia se mantiene durante toda la vida, en el caso humano, el posterior desarrollo cerebral y cognitivo superior en inteligencia y complejidad de nuestro cerebro nos lleva a desarrollar ese mal. Es como si de alguna manera, tuviésemos un gen que, al tiempo de dotarnos de una inteligencia superior, nos conduce a esa maldad innata. La eliminación o modificación de ese gen podría hacernos mantener la inteligencia y a la vez evitar la maldad, pero por el momento los genetistas no tienen solución a eso, nadie puede prever cuando nace cierto niño que con el tiempo se va a convertir en un criminal. Pero si se sabe que, aun teniendo esos instintos innatos dañinos, una buena educación de la conciencia ayuda a controlar nuestros impulsos más crueles.

Por otro lado, el hecho de que esta maldad se desarrolle en el lado creativo del cerebro parece indicar que la distorsión de esa sección creativa puede llevar a trastornos de la personalidad, y una disfunción en el desarrollo del lóbulo derecho puede convertir a una persona creativa, imaginativa, bohemia, en sádica o malvada a niveles extremos. ¿Significa eso que es imposible controlar la tendencia al mal, así como no podemos coartar nuestra creatividad o inteligencia? Por supuesto, tenemos la conciencia que bajo un buen entrenamiento o educación en valores y normas morales puede de alguna manera controlar los impulsos violentos o desordenados. Hay muchos ejemplos de personas que tiempo atrás fueron criminales y violentos y con el tiempo se convirtieron en hombres pacíficos y mansos y no necesariamente tras su paso por la cárcel. Los centros penitenciarios no ayudan a mejorar a los delincuentes, a veces salen de esos centros peor de cuando entraron.  

Rehacer la mente y hacer que esa sección cerebral que nos lleva a la maldad se dirija a la bondad, la educación y la creatividad es una misión compleja, pero no imposible, pues aunque algunos afirman que no existe el libre albedrío, en realidad si es posible y la mente si se puede rehacer.