Libro Los Senderos del yo

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El primer día de nuestro YO





¿Cómo y cuándo pasamos de ser simples seres vivos a convertirnos en personas pensantes y conscientes? ¿Será cuando nacemos? ¿Hay algún tipo de consciencia antes de nacer?

La sociedad y las tradiciones humanas imponen celebrar el día de nuestro nacimiento, calculado a partir del día en que vimos la luz, cuando ya no dependemos de nuestra madre para sobrevivir, es entonces cuando se habla de nuestro nacimiento y cuando se nos puede considerar personas, antes de eso, solo se nos considera como simples fetos, embriones o gametos.

En realidad, fisiológicamente hablando, no empezamos a vivir cuando nacemos, este proceso empieza al menos nueve meses antes, cuando fuimos concebidos. Y podemos remontarnos a cuando nuestro padre logra introducir en nuestra madre una cantidad adecuada de espermatozoides y luego tras un largo camino por las trompas, algunos de estos llegan con fuerzas suficientes para que, tras romper la gruesa película que protege el ovulo, uno de ellos penetre en este y lo fecunde, convirtiéndose en un embrión. Pero tampoco es del todo correcto afirmar que nuestra vida se inicia allí, sino que una vez fecundado, este embrión debe llegar hasta el útero y entonces, pasados entre tres y cinco días, anidar allí, donde se convierte en cigoto y empezar a producir una hormona llamada gonadotrofina que, junto con la progesterona y los estrógenos, posibilitan que el proceso siga su curso y así empieza la multiplicación segundo a segundo de las células, guiadas por la información genética del ADN. En ese instante si se puede decir que se inicia el ciclo de nuestra vida. Ni el espermatozoide ni el óvulo por si solos, pese a ser elementos celulares se pueden considerar vidas en sí, pues aunque contienen la información genética y básica de la vida, no somos nosotros hasta que no se juntan.

Y es difícil establecer cuando ocurre esto, salvo que seamos fruto de la inseminación in vitro, o de un único contacto sexual. Concluimos por tanto que no depende de nuestra voluntad, ni de la voluntad de los espermatozoides de nuestro padre o del ovulo de nuestra madre, sino del esfuerzo que ambas personas hayan puesto para que lleguemos a ser. Porque incluso si se tratara de un embarazo no deseado, un accidente o una violación, la continuidad de nuestra vida está en manos de la voluntad de nuestra madre, quien en los países donde las leyes la amparan, puede decidir descontinuar o no. En otros casos, puede que un accidente, la mala vida de la madre u otras circunstancias ajenas, provoquen la muerte prematura del feto. Pero, en ninguno de los casos podemos hacer nada para que nuestra madre nos dé a luz o nos aborte, nunca depende de nosotros. Lo que es nacer, tampoco hasta donde se sabe, depende de nuestra voluntad, a decir verdad generalmente ni siquiera de nuestra madre. Tampoco es que ser expulsados de la matriz de la madre nos convierte en un ser independiente, capaz de sobrevivir por si solos, por tanto, y como hablamos no de la capacidad de sentirnos independientes, sino la de ser un ser vivo, la vida comienza antes de ese nacimiento.

Por eso en realidad de celebrarse el nacimiento, tendría que ser meses antes de ser alumbrados, por lo general nueve, pero en muchísimos casos ocho, siete, incluso seis. Pocos son los que pueden concretar una fecha exacta para su inicio en la vida.

Pero una cosa es ser engendrado y otra convertirnos en una persona, que puede pensar, sentir, ver, oír. Por ello algunos piensan que hasta que no se desarrolla el sistema cardiovascular, nervioso y el cerebro no somos más que un zigoto, una mórula o un embrión. No es hasta después del día 21 desde la concepción, cuando nuestro corazón empieza a latir, poco después se forma el sistema nervioso. Entre los días 25 a 27 comienza la formación de los órganos digestivos, después, alrededor de los 28 días, comienzan a organizarse algunas funciones vitales, como la respiración, en la cabeza se pueden observar la formación de orejas, nariz, etc. 

Pero el cerebro, el centro neurálgico de nuestros pensamientos, para ese tiempo apenas está formado por unas cuantas células nerviosas, su desarrollo es más lento y largo que el de otros órganos vitales. Aunque algunos afirman que desde que aún es un embrión con 18 días, ya se puede hablar de formación cerebral, pues hay células neuronales plenamente formadas. Al principio tan solo se desarrolla un pequeño abultamiento en un extremo del tubo neural, donde más tarde se formará la cabeza. Día a día se van formando las partes básicas de este, a medida que esas células van asumiendo su función, unas forman el prosencéfalo, el mesencéfalo y el cerebelo. La división de los hemisferios no se observa hasta después de las cuatro semanas, cuando el cuerpo de la criatura completa apenas alcanza los doce milímetros. Es difícil saber en qué estado se encuentra el cerebro, pues no empieza a funcionar, tal vez hasta la quinta semana, cuando se observa el desarrollo del sentido del olfato y el centro coordinador de hormonas, la hipófisis, ha concluido su desarrollo. El desarrollo de este órgano vital es impresionante, sobre todo a partir del tercer mes. La multiplicación de neuronas se hace a un ritmo vertiginoso ¡A 250.000 cada minuto! De hecho, el cerebro del feto ya en el tercer mes, se puede decir que está completo, e incluso tiene el doble de células e interconexiones de las que necesita el bebé cuando nazca. Tan solo con una leve estimulación, las conexiones de los axones que transmitan los impulsos empiezan a transmitir millones de impulsos en el entramado sistema cerebral, lo cual muestra que ya podría ser considerado un ser inteligente. 
Algunos afirman que desde el sexto mes ya se puede estimular el cerebro del futuro bebé, por medio del tacto, música, voces, incluso luz. Todo ello ayuda a la activación neuronal, los movimientos y patadas, si reciben respuestas exteriores crean mayores conexiones neuronales y por tanto, el riesgo a que el exceso de células no estimuladas mueran y desaparezcan, decrecerá. En la semana treinta el cerebro del feto tiene los surcos típicos de un cerebro desarrollado y una semana después empieza la autodestrucción de las neuronas superfluas, las que no han sido utilizadas, según parece, esto sucede para la protección y conservación de neuronas de utilidad, y como se ha apuntado antes, la cantidad dependerá del grado de estimulación que el feto haya recibido hasta ese momento. Hasta la alimentación de la madre influye en el desarrollo neuronal del feto, así que no es del todo cierto decir que solo el estímulo externo ayuda. Pero si nos indica que, si por cada toque o voz que hagamos desde fuera, notamos una reacción, esto es prueba de que su cerebro funciona y el no nacido sabe distinguir, por poner un caso, los sonidos internos del cuerpo de la madre, sus latidos, etc, de otros, y eso lo convierte en un ser que se siente un individuo. 

Desde niños se impone la idea de celebrar los cumpleaños, y pronto esa fiesta se convierte en el centro y la meta de los deseos de cualquier infante. La felicidad parece depender de recibir regalos de cumpleaños y está muy mal visto “privar” a los hijos de este festejo, pues algunos piensan que puede crear traumas infantiles. Sin entrar a valorar lo falso de esa teoría, lo que sí está claro es que la expectación y el anhelo por los regalos que se crea en el niño hacen que su vida gire en torno a ese momento crucial, y la gran importancia que los padres le dan a esa ocasión crea en esos hijos la idea de que ellos son el centro de su universo. Convertirse en el centro de atención y el protagonista de la fiesta gusta a cualquiera, pues de alguna manera alimenta el ego.

Y precisamente ese ego es, según algunos expertos lo que de alguna manera nos identifica como personas únicas e independientes. Hay padres que se endeudan para hacer fiestas sonadas, incluso se alquilan lugares especiales para celebrar dichos eventos.  Algunos sociólogos afirman que es posible que con esa obsesión por dichas celebraciones se esté fomentando el egocentrismo de la sociedad actual, otros opinan que quizás la forma en que se celebran estas fiestas en occidente sea fruto de la visión materialista y de veneración al ocio que impera, pues antaño eran fiestas más sencillas. El caso es que plantearnos la edad, contar los tiempos, estar conscientes del paso de este es otra cosa que nos hace únicos en este mundo. Nada en el reino animal hay que indique una similitud a este tipo de conducta en los animales, salvo que se interprete como tal, el instinto de salir del nido de los polluelos cuando aparecen sus plumas, o el alejamiento de la manada de los jóvenes leones cuando tienen la fuerza suficiente.

La relatividad del tiempo, por otro lado se hace evidente conforme este pasa, pero la memoria de los recuerdos no va proporcional a esto. Por ejemplo, cuando somos niños, el tiempo parece transcurrir más lento, pasan los años y suceden miles de cosas, crecemos y cambiamos a un ritmo mayor, vivimos miles de experiencias que vamos guardando en nuestra memoria, como aprendizaje, pero la mayor parte de las vivencias que tuvimos en esos primeros años, quedan escondidas en la parte más recóndita de la memoria o sencillamente desaparecen, no está claro eso aún. Cuando tratamos de recordar nuestra niñez y lo que pensábamos, tan solo quedan los abruptos recuerdos de tragedias, sucesos traumáticos, o emotivos, todos momentos claves que de alguna manera han preformado nuestra conducta, forma de pensar o actuar y casi siempre después de los tres años, antes existe un efecto llamado amnesia infantil que aparece a partir de los siete años, cuando se van borrando los recuerdos de la primera niñez, antes de los tres años. Algunos afirman que los primeros recuerdos que tienen de su niñez tienen que ver con esos cumpleaños en los que se sentían ser el centro de atención ante un mundo que giraba en torno a ellos.  

Sin embargo, dista mucho de ser ese el día en que fuimos conscientes de nosotros mismos, y realmente es difícil determinar cuándo exactamente pasamos de ser meros supervivientes a sentirnos espectadores pensantes. 

Es más, ni siquiera podemos afirmar que el hombre nazca con esa capacidad individual y de consciencia de sí mismo. Y esto nos lleva de nuevo al tema de la consciencia, que como veremos en capítulos posteriores no se debe confundir con conciencia, en cualquier caso, no siempre empiezan a funcionar al mismo tiempo. Así, mientras la conciencia va relacionada con el aprendizaje, la experiencia, la educación, los valores y la interactuación con el mundo, la consciencia tiene que ver con el yo interno. Desde el primer momento en el que se nos dice “No” y comprendemos lo que eso significa, empezamos a tener conciencia, que es lo que de alguna manera nos dictará que es lo bueno y lo malo, lo que podemos y no podemos hacer, nos ayudará a tomar decisiones, eso puede llegar más tarde o más temprano, y dependerá en gran medida de la educación que recibamos. Aunque hay quien afirma que el hombre ya nace con unos conceptos básicos de conciencia.

Pero si hablamos de la mente consciente de sí misma, tenemos que aferrarnos al momento en el que pensamos en primera persona y empezamos a distinguir nuestro intelecto como único, nos convertimos en espectadores y protagonistas a la vez de nuestra propia historia. ¿Cuándo llega ese momento?

En el libro “El desarrollo de la personalidad”, el autor Gordon R. Lowe se lamenta de que es un contratiempo que el crecimiento y desarrollo de la mente humana comience con la infancia, pues según afirma, no hay área psicológica más recorrida por controversias y disputas  que la psicología infantil. Lógico por otro lado, pues los niños menores de dos años no nos pueden decir qué acontece en su vida interior. El conocimiento que se posee sobre el grado de consciencia de un bebé se basa en gran medida en deducciones, analogías y conjeturas más o menos fundadas. Las reacciones o atenciones a ciertos estímulos y la ignorancia hacia otros, parece indicar de alguna manera los intereses individuales y personales del bebé.

Está claro que en el periodo prenatal, la vida psicológica del niño es rudimentaria, pues ciertas necesidades están resueltas sin que tenga que hacer nada para ellos, por ejemplo, en cuanto a alimentación, tampoco están conscientes del espacio dentro del útero, no pueden sentir claustrofobia, ni incomodidad por estar apretujados en las últimas semanas de su estancia en aquel cubículo. Tampoco puede tener sentido del tiempo, pues el feto no puede experimentar los cambios rítmicos de sueño y vigilia, pues simplemente llegan y nada puede hacer por evitarlos ni organizarlos. Ni siquiera se siente con necesidad de buscar alimento, pues sencillamente lo recibe de forma regular. 

Su vida depende enteramente de su madre, si ella bebe, fuma o tiene otros vicios, su mente o conducta pueden verse alteradas, y determinadas medicinas o virus en un periodo específico del desarrollo, por ejemplo antes de la cuarta semana, puede provocar malformaciones o trastorno físicos o mentales, incluso la anulación absoluta de la consciencia, como sucede en ocasiones con la anoncefalia o microencefalia. Es decir, las circunstancias externas y ajenas, pueden provocar efectos adversos y definitivos en la vida de esa futura persona. 

Pero una vez nacido, la mente es como un libro en blanco que va llenándose de información, estímulos, vivencias, rostros, y millones de cosas más a lo largo de la vida. Ahora bien, ¿desde cuándo se puede decir que un bebé tiene consciencia de sí mismo? ¿Desde que responde a los estímulos? No, pues si bien se muestra cierto grado de atención hacia estos, por ejemplo ponemos un dedo cerca de la boca y el bebé de un día ya busca succionar, pero eso parece más instinto que reacción inteligente. Otra cosa es el seguimiento de la luz, de los sonidos o de las caricias. Aunque queda demostrado que incluso en el periodo prenatal estando en la matriz de su madre ya reacciona, son las típicas pataditas que algunos padres interpretan como de felicidad o alegan que estos responden a la voz de la madre o del padre, incluso a la luz de una linterna. Pero eso parece más bien, al igual que en los primeros meses desde el nacimiento, que se debe a movimientos y espasmos involuntarios, naturales, y que de alguna manera ayudan al fortalecimiento de las conexiones nerviosas y al desarrollo de sus músculos.

Esto es difícil de determinar desde cuando el bebé se identifica como individuo, algunos afirman que el periodo de negación, cuando el pequeño empieza a querer definir lo que quiere y lo que no, es el momento en el que toma conciencia de que es un individuo libre. Otros retrasan ese momento hasta los siete meses, cuando es capaz de distinguir entre personas y busca con ansia un contacto sensorial con esos rostros conocidos y puede rechazar a otras, su fijación hacia los ojos y la cara, indica claramente que se siente un humano más.
También se dice que desde el primer día de vida, en esos primeros llantos, el hecho que no sonría, según algunos expertos, el neonato demuestra su grado de malestar por encontrarse en un mundo frío y ruidoso y en el que contrario a su anterior estado, siente hambre, dolor, incomodidad, siendo esto ya indicativo de que posee carácter de individuo. Por eso, cuando llega la primera sonrisa, es una muestra de que ya se siente bien, por lo general, antes de la cuarta semana tan solo se observa sonreír durante el sueño y casi como un acto reflejo. Solo es pasado ese tiempo, cuando al ver un rostro familiar, oír una voz, entonces emite su primera sonrisa social, la que realmente indica satisfacción y comunicación. 



Por tanto, podemos indicar que posiblemente desde las primeras experiencias ante las que reaccionamos como individuos independientes ya se nos puede considerar seres superiores en cuanto a la consciencia. Pese a todo, en esas primeras semanas de vida, somos los más indefensos en el reino animal. Estamos en peor situación que una pequeña tortuga Galápago que rompe el cascarón y sale corriendo hacia el mar, como sabiendo que allí está su salvación.

Un bebé recién nacido no puede valerse por sí solo, ni siquiera le es posible reptar hacia el pecho de su madre para alimentarse. Es toda una paradoja que la especie que domina al mundo por encima de cualquier otra, es a la vez la más delicada en sus primeros días de vida. Nuestra vida depende totalmente de otros, incluso, transcurridos varios meses después sigue siendo así. Y en esas frágiles condiciones nos abrimos camino a la vida, pero no olvidemos que esos cuidados maternos y paternos son básicos para el desarrollo de nuestra personalidad y claves para el camino que tomaremos en el futuro, aunque realmente nadie guarda recuerdos anteriores al tercer año de vida y las que afirman recordar vivencias de ese tiempo, son en realidad recuerdos nebulosos, silenciosos y confusos, mezclados y aderezados con relatos que nos han contado o grabaciones de video, fotos que hemos visto de nuestras primeras vivencias, con lo cual, no son nada objetivos.

Como conclusión para este capítulo solo añadiré que se dice que gracias a la manera como nuestra mente trata esos datos, almacena los primeros recuerdos y administra las iniciales vivencias, es por lo que llegamos tan lejos en cuanto a inteligencia. Claro, es difícil de demostrar eso, pues no se dan casos de niños que hayan sido privados de atenciones básicas, de cariño natural, de atenciones en su primera infancia, sea por parte de los padres o de cuidadores en caso de faltar estos. O tal vez si, por eso en otro capítulo consideraremos casos extremos de niños-lobo, niños sordo-ciegos o con graves limitaciones en la comunicación, que sin embargo se abren camino a ella, como si de alguna manera venimos pre-programados con una inteligencia innata.


Bibliografía y libros sugeridos:

-La mente humana - Jose Luis Pinillos
-El desarrollo de la Personalidad - Gordon R. Lowe (Alianza Edi. 1984)
-La Evolución psicológica dle hombre - Carmelo Monedero (Aula Abierta Salvat)
-El Ttrigo Ahogado tomo V - Celebraciones - Luis E. Romera
-La imaginación y el arte en la infancia -Vigoskii  (Akal Bolsillo)
-Su hijo de cuatro años - Elsie L. Osbourne (Paidós Educador)



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