El cerebro conectado a la naturaleza a través de los sentidos

Es interesante notar como a través de los sentidos, que permiten a nuestro cerebro relacionarse con el entorno, el contacto regular con la naturaleza tiene efectos saludables en la salud de este importante órgano, hasta el punto de hacer segregar de manera automática sustancias que producen placer, alegría, paz interior y tranquilidad. De alguna manera el funcionamiento de nuestro cerebro, lo que nos hace humanos, necesita tanto el contacto y la cercanía con los espacios naturales que limitarle ese contacto puede producir daños importantes. Veamos los efectos de las distintas sensaciones que llegan al cerebro y por qué de sus efectos:

El oído

A todos nos molesta el ruido constante del transcurrir de vehículos en una carretera, muy difícil puede ser acostumbrarnos al paso regular de un tren cerca de nuestras casas, y no digamos de un avión, para aquellos que vivan cerca de un aeropuerto, todas ellas son consideradas experiencias desagradables que dan lugar a trastornos del sueño y a sufrir estrés. Pero incluso sonidos menos fuertes como el de una gotera, ese monótono y persistente tono provocado por un grifo mal cerrado nos puede alterar hasta el grado de impedirnos pegar ojo. Sin embargo, nos relaja oír el sonido de esa misma sustancia en grandes cantidades y con más decibelios, como cuando estamos cerca del fluir de un riachuelo, o de una atronadora cascada o el rugido constante de las olas del mar. En estos últimos casos es el agua lo que provoca los distintos efectos sonoros. ¿Por qué un sonido de agua se convierte en ruido molesto y otro más fuerte, en música relajante para nuestro cerebro? 


El ruido que provoca la gota de agua del grifo al caer sobre un balde, crea una burbuja de aire que estalla de inmediato y es ese estallido lo que provoca el malestar, al detectarlo los nervios auditivos pasan la información de inmediato a una sección del cerebro encargada de la alerta. Esto lo convierte en un sonido que el cerebro interpreta como una anomalía que lo mantiene alerta y aunque es posible acostumbrarse, la persistencia es molesta. 

Los sonidos naturales afectan a ciertas secciones cerebrales encargadas de controlar los sistemas nerviosos autónomos y producen el efecto de descanso y vuelo. 

En oposición a esto el ruido artificial del tráfico en la ciudad también puede provocar alerta, estrés. De hecho, resulta tan peligroso vivir bajo un ambiente de ruido artificial, que según ciertos estudios puede provocar demencia en edades adultas. Pero no se trata solo de decibelios o nivel de ruido, pues las olas del mar o una catarata pueden producir más nivel de ruido que una carretera y sin embargo nos relaja y parece saludable. ¿Por qué?

En un estudio publicado en la revista Scientific Reports y aparecido en Mente y Cerebro Mayo/junio 2012 se señala la causa. La prueba consistía en tomar a varios individuos de distintas edades y colocarles unos auriculares reproduciendo distintos ambientes sonoros mientras se les realizaba una Resonancia magnética. En cierto modo las imágenes de Resonancia magnética vinieron a señalar diferencias en el funcionamiento del cerebro dependiendo de los sonidos de fondo que se escucharan. Se descubrió que existe una forma de conectividad cerebral distinta que hace que nuestro cerebro refleje un foco dirigido al exterior cuando se escuchan sonidos de la naturaleza y hacia el interior en caso de sonidos artificiales a los que interpreta como intrusos irritantes. Esto se traduce que incluso a niveles altos, los sonidos naturales despejan y los otros estresan. Incluso cuando en apariencia algunos de los sujetos a prueba estaban acostumbrados a los ruidos del paso del tren o de una carretera o un aeropuerto, sin embargo la exposición a ese tipo de ruidos producía un efecto similar.

El caso es que en las grandes ciudades estamos sobreestimulados hasta el grado de agotarnos internamente. Los sonidos de la naturaleza, en cambio, tienen el efecto opuesto, pues es como si descargáramos nuestro cerebro sobreestimulado y eso provoca el relax y descanso. No es casualidad que sea el sonido de riachuelos u olas del mar las que se utilizan a menudo en las sesiones de relajación. Se detectan las ondas Alfa entre 8 y 13hz, cuando estamos expuestos a estos sonidos, lo que indica precisamente relajación y tranquilidad de ánimo.

El olfato

Existe el llamado “petricor” que no es otra cosa que el olor a tierra mojada que transmite el ambiente después de una lluvia. Unos químicos de la universidad de Brown en EEUU, en 2007 investigaron la sustancia que provocaba ese olor tan particular del suelo mojado o “petricor” y descubrieron que la sustancia química detrás de ese olor era la geosmina. Y al parecer el cerebro humano es capaz de detectar concentraciones mínimas de geosmina y el cerebro entonces es conducido a un estado de relajación con solo sentir ese olor tan particular. 

Pero de nuevo, podemos observar efectos opuestos ante olores similares. Por ejemplo, si entramos en una casa con fuerte olor a humedad, por lo general eso nos produce una sensación insalubre, desagradable, hasta el grado de sentir que podemos enfermar si nos mantuvieramos allí mucho tiempo. El olor a musgo o humedad en un bosque, sin embargo, produce el efecto contrario, nos hace sentir que respiramos salud y bienestar. 

En el año 2010 el neurobiólogo israelí Rafi Haddad del instituto Weizmann, llevó a cabo un estudio para determinar qué es lo que está detrás de las preferencias por ciertos olores y el rechazo hacia otros. Al parecer no es algo ligado a la cultura o al costumbrismo, como podríamos pensar, si no que viene predeterminado biológicamente. Haddad, utilizando robótica avanzada, para detectar olores y catalogarlos, llegó a la conclusión de que hay una lista de olores esenciales favoritos en todos los humanos, incluso se atrevió a poner una lista de los aromas predilectos por naturaleza de cualquier persona, estas son las que encabezan el ranking de los olores prediclectos: lima, naranja, pomelo, menta y melocotón. El olor a gasolina, asfalto, o a plástico, aun habiendo personas que afirman tolerarlo, incluso gustarles, no están entre los más populares. 


Eso confirma que nos atraen más los aromas provenientes de lo natural. Algunos olores inducen al descanso, a la sensación de salud, todos ellos relacionados con los que produce el campo, el mar o la montaña.  

El tacto

Se dice que algunas religiones ancestrales promovían la práctica de abrazar árboles, de sentir su textura y su fuerza. Hoy día existen la árboterapia y la balnoterapia, que son terapias basadas en el contacto con la naturaleza. La primera buscando el contacto con los árboles y la segunda con el agua. Incluso existe una ciencia que estudia las ventajas y efectos saludables que produce el contacto directo con ciertos árboles, a los que atribuyen influencias sanadoras. Así afirman que el contacto con olmos, fortalece la buena digestión: los arces, como ayuda paliativa a los dolores; acacias, en la regulación de la temperatura corporal, los pinos, de  los cuales se extraen aromas y otras sustancias para las vías respiratorias, incluso los sauces, que dicen regular la presión arterial. Todas esas funciones están reguladas en cierto grado por el cerebro, los cual significa que ese contacto con lo natural induce al cerebro a controlar mejor esas funciones. Puede que los efectos del tacto de un árbol no sean tan notables como estos opinan, en la mayoría de los casos lo ignoramos. Pero, cuando entramos en una casa hecha de madera, lo primero que hacemos es tocar su textura, no hacemos lo mismo cuando se trata de paredes de ladrillo pintado o cemento.


Por otro lado, la sensación de un baño en un lago o en el mar es preferida mayoritariamente al baño en una piscina artificial. La brisa marina, más libre de impurezas, y su ionización negativa aumenta los niveles de serotonina. También una exposición equilibrada al sol, ayuda al organismo a producir vitamina D, y en el cerebro esa vitamina juega un papel primordial en la formación de conexiones de las redes perineuronales en el hipocampo, fundamental en la formación de la memoria y de las funciones cognitivas.

En cuanto al contacto con la tierra, se ha descubierto que cierta bacteria, la Mycobacterium Vaccae, que se encuentra en el barro, en contacto con la piel, tiene unos efectos curiosos, a través de los centros nerviosos colabora en el aumento de los niveles de serotonina en el cerebro y produce efectos relajantes que previenen contra la depresión o la ansiedad. Estudios llevados a cabo en diversas universidades vienen a demostrar que en lugares donde las personas tienen más contacto con la tierra y el barro siendo niños, en la edad adulta, estos mismos muestran índices muchos más bajos de patologías depresivas. 

La vista

Si hay algo que nos deje tan extasiados y ensimismados es la vista de un amanecer o un atardecer. La visión de un paisaje arbolado, con montañas de fondo y un río o lago cercano, crea en nuestro cerebro un efecto de paz, sosiego y placer. La observación de la Prímula en primavera, tras un frío y oscuro invierno es algo que alegra a cualquiera, incluso a aquellos que por alguna razón sufren las alergias estacionales. La visión de amplitud, de expansión e inmensidad que produce ver el mar, induce un efecto positivo en las áreas que procesan el asombro y la admiración e influye en la manera de pensar y tomar decisiones, además de estimular el pensamiento creativo. Así, ante decisiones complejas, meditar ante la inmensidad del mar o en caso de no tenerlo cerca, hacerlo con la vista hacia el cielo estrellado en un lugar de poca contaminación lumínica ayudará a que tomemos decisiones más sensatas y de paso seamos más generosos y pensemos en los demás. 


Se sabe que por lo general los colores tienen efectos en el cerebro, así ciertos tonos de verde transmiten tranquilidad y ayuda a estabilizar las emociones extremas, se le suele llamar el color de la esperanza. Es curioso que este sea el color que más abunda en la naturaleza.

Cabe destacar que en el experimento aparecido en la revista Mente Cerebro 5/6 2012, citado anteriormente cuando hablábamos del sentido del oído expuesto a sonidos distintos, este mismo se hizo exponiendo al sujeto a estudiar ante imágenes que acompañaban a estos sonidos. Curiosamente  cuando estos sonidos se hacían acompañar de imágenes relacionadas, cuando se trataba de imágenes naturales, (bosques, montañas, océanos) se manifestaba un notable aumento de la actividad de la corteza cerebral auditiva, la corteza prefrontal medial y la cingulada posterior. Estas últimas se suelen activar cuando la persona dirige su mente al interior y se concentra en sí misma, así la película proyectada estimulaba a los participantes a conseguir una instrospección. Parecería contradictorio que antes al hablar de los sonidos se dijera que los sonidos naturales produjeran un foco dirigido al exterior y en la vista sea al interior. ¿Cómo se compagina esto? Pues tiene que ver con los efectos de los sentidos ante efectos relajantes. 

Por ejemplo, imaginemos que estamos leyendo tranquilamente en un bosque, rodeados de cantos de aves, del sonido de un arroyo, o en la playa y los sonidos provienen de la olas del mar, en este caso no hay introspección auditiva, pues no nos concentramos en ellos, pues en el oído la instrospección es estresante, así cuando se expone a sonidos relajantes se enfoca a buscar esos sonidos agradables y el efecto en los pensamientos es a centrarse en otras cosas, en el estudio, la lectura en el exterior, mientras que si son desagradables, nos ponen en alerta, nos distraen y molestan, como una gotera, el paso de un tren, una taladradora en una obra, son ruidos que se concentran en el interior. En el caso de la vista sucede al contrario, cuando estamos ante imágenes agradables, la vista se pierde e induce al cerebro a concentrarse hacia sí y no encuentra distracciones que lo alteren, mientras que en una ciudad, el paso de vehículos y muchedumbres a gran velocidad inducen a una excesiva concentración en lo externo, como cuando estamos alerta. 




Bibliografía y recomendaciones

-A fast pathway for fear in human amígdala – Nature Neuroscience 13 Junio 2016

-El Poder de la Naturaleza – Klaus Wilhelm - Investigación y Ciencia – Boletin Mente y Cerebro Mayo/junio 2012    

-El rápido viaje al miedo en la amígdala cerebral -  Agencia Sinc 13-6-2016

-Psicología ambiental - Revista Mente y Cerebro Num. 30 2021

-Perdiendo el Edén – Lucy Jones –Gatopardo Ediciones 978-84-121414-9-8







El yo y la naturaleza

 


Quizás hablar de cerebro y naturaleza parezca un asunto baladí, pues es obvio que el funcionamiento del cerebro obedece a causas y leyes naturales que no se pueden cambiar. Pero en estos próximos posts no nos centraremos en el funcionamiento natural del cerebro como tal, si no en la curiosa influencia que el contacto con la naturaleza provoca en nuestro cerebro.

Allá por el año 2001, tras los ataques del 11-S en New York, ocurrió un fenómeno llamativo en EEUU. Al parecer, solo días después de los ataques se incrementó de manera notable el número de visitantes a espacios naturales, parques y montañas. Los guardabosques de los grandes parques naturales del país observaron que se disparó la afluencia de excursionistas a los parques y concluyeron que se debía a que la gente necesitaba reflexionar, descargar tanta tensión vivida y buscaba algo de paz y lo hicieron acercándose a la naturaleza.

La conexión del cerebro con la naturaleza para encontrar la armonía cobra importancia vital en nuestros tiempos, donde más de la mitad de la población, unos 4.000 millones de personas viven en ciudades y se cree que de seguir ese flujo migratorio del campo a la ciudad, en las próximas décadas se consiga que 7 de cada 10 personas vivan en grandes ciudades masificadas.

El ritmo de crecimiento de algunas urbes, como New York, Tokio, Shangai, Delhi, Mexico DC y otras 70 ciudades del mundo es llamativo, siendo que ya 11 de esas megalopolis superan los veinte millones de habitantes cada una y 35 tienen más de 10 millones, nos hace pensar que somos una especie que busca la comunidad grupal, la convivencia en grupos masificados y que rehúyen de la naturaleza salvaje o del mundo rural, los datos parecen señalar que la aspiración generalizada de los humanos es ocupar ciudades llenas de ruido, vivir rodeados de hormigón, pisar suelo duro y respirar aire viciado.


Pero en realidad no es así, el hecho del abandono paulatino del campo a las ciudades ha tenido su razón de ser en el sistema económico. La presión que ejerce la economía obliga a jóvenes del mundo rural a emigrar, pues la vida en el campo o en los pequeños pueblos está muy limitada y el progreso económico que ofrecen las metrópolis es demasiado atractivo para ser rechazado. Los medios de comunicación, el cine, la televisión en un principio, internet y otros medios después han colaborado en hacer pensar a millones de personas del ámbito rural de que necesitan las mejoras que ofrecen las ciudades. Sin embargo, en situaciones de crisis social, como la antes mencionada tragedia del 11-S, se tiende a buscar a la naturaleza. De allí el interés en los urbanistas en construir parques que ofrezcan algo de naturaleza a los ciudadanos.

Un hecho curioso fue lo que sucedió tras la caída de Roma y el colapso del sistema gubernamental organizado en torno al imperio romano. Durante el tiempo de auge del imperio romano, vivir en las ciudades romanas tenía cierto status y ser considerado ciudadano romano era un privilegio ansiado por todos. Claro que no queremos decir aquí que fuese desde Roma que las ciudades tomaran el relevo a vivir en la naturaleza, esto ya venía sucediendo desde que se dieron las primeras ciudades estado, allá en Mesopotamia. Mucho antes del imperio romano, Sócrates llegó a decir que detrás de los muros de su ciudad no había nada importante, como restándole valor a lo natural. Durante milenios se veía la naturaleza como fuente de vida y recursos alimenticios, pero cuando surgieron las ciudades, tan solo se dispuso de ella como medio de aprovisionamiento y fuente de materia prima inagotable, pasó de ser el medio de vida a una herramienta más.

Pero tras la caída del imperio romano se dio una situación que llama mucho la atención y ha sido motivo de numerosos estudios tanto de historiadores, sociólogos y hasta de economistas. Esa caída produjo una crisis tal, que dio paso a lo que conocemos como la edad media, que supuso un verdadero apagón en el progreso de la humanidad, en ese sentido es como se le llama la época del oscurantismo. La edad media fue una época lúgubre, poco documentada, sobre todo en los primeros siglos, que fueron desde V hasta el X que se caracteriza por ser un periodo de escaso progreso tecnológico, de un declive social, causado por el desmantelamiento de la autoridad gubernamental, letargo cultural generalizado y sobre todo crisis económica absoluta. Es lo que los expertos denominan crisis sistemática, donde todo el tejido industrial y económico de las ciudades se derrumbó, la mayoría de las urbes europeas, fueron abandonadas poco a poco, o de forma brusca por causa de las incursiones de tribus norteñas que no crearon civilización, si no tan solo saquearon lo que quedaba. Tras esto, las plagas hicieron lo suyo, hasta el grado de que muchas grandes ciudades decayeron y en trescientos años la población se redujo notablemente. Casi un 25% de las ciudades europeas importantes desaparecieron completamente y otras tardaron siglos en recuperar su esplendor y su población. La gente huyó al campo, se crearon pequeñas aldeas en torno a la caza y la agricultura local, como la única fuente de vida. Esa fue la principal razón del parón cultural, económico y tecnológico de esa época. Al menos en Europa, pues gran parte de Asia se salvó algo gracias al impulso del imperio islámico. En cualquier caso, en Europa, aquella crisis supuso la vuelta al mundo rural y a la convivencia con la naturaleza.

Ahora que, según algunos economistas, se avecina otra crisis sistémica de similar calado, cuando según muchos expertos el sistema capitalista caiga, puede que este éxodo de la ciudad al campo se vuelva a producir. Aunque muchos rechazan que se pueda dar una decadencia tal como sucedió en los primeros siglos de la edad media. Pero son varios los economistas y expertos en energía que vaticinan una caída generalizada del tejido industrial y económico en una transición necesaria hacia otro sistema nuevo y mejor, y entre otras cosas podría darse un parón que devuelva a muchos a la naturaleza. Así, aunque parezca impensable que se repita una nueva edad media, pero sí un parón de calado similar, pues es imposible que bajo el sistema de crecimiento continuo en el que ahora nos movemos podamos llegar muy lejos. 

         La reciente pandemia ha venido a constatar lo insalubres que pueden llegar a ser las ciudades y demuestra que la masificación conlleva muchos más riesgos que la vida cerca de la naturaleza. Durante la época de la pandemia mundial de Covid-19, la plaga en las ciudades afectó un 28% de la población, mientras que en las zonas rurales apenas llegó a un 7%. Aunque gracias que las ciudades poseen un mejor servicio de atención sanitaria y hospitales más cercanos, las muertes no fueron en la misma proporción, pero a grandes rasgos si demuestran que la vida rural puede ser más sana. Un hecho curioso fue que durante los primeros momentos de pandemia, sobre todo en los países donde se impuso un confinamiento o se dio la oportunidad de teletrabajar, muchos ciudadanos que tenían segundas viviendas lejos de las ciudades grandes se refugiaran en ellas. En algunos países se vivió un verdadero éxodo temporal de la ciudad al campo. Y eso fue precisamente lo que provocó el avance de los contagios hacia las zonas rurales. En cualquier caso, muchos han descubierto las bondades de la vida rural, más tranquila y cercana a la naturaleza.

        Incluso para la salud mental darse “baños de naturaleza”, conlleva una mayor y mejor recuperación. En cierto hospital psiquiátrico de Seúl, situado en medio de un bosque, hicieron un experimento, realizaron una terapia cognitiva-conductal de recuperación de enfermos de depresión grave, y dividieron a los enfermos en dos grupos. Un grupo realizó los ejercicios dentro del hospital y otro grupo en largos paseos o estancias en el bosque cercano. Observaron que aquellos pacientes que habían efectuado la terapia en el bosque recuperaron la salud mental en mayor número que los que lo hicieron dentro de las paredes del hospital, en una proporción de tres a uno.

Y si preguntásemos a la población estresada de las grandes urbes, la mayoría señala que anhela la tranquilidad de la vida rural, que en cuanto pueden buscan una salida al campo en busca de paz. Por eso, en los diseños de las grandes ciudades últimamente se contempla la necesidad de espacios arbolados, parques con fuentes, hierba, flores y plantas para el disfrute de los ciudadanos. Se hace necesario un contacto directo con lo natural.


Pero no solo el bosque produce estos efectos, la misma paz adquieren aquellos que tienen acceso al mar, la experiencia sensorial que produce la brisa marina, perder nuestra vista hacia a la inmensidad, escuchar el vaivén de la olas, todo aumenta la producción de endorfinas que conducen a la relajación. Pero el asunto va más allá de solo la paz y tranquilidad vacacional que un ambiente natural aporta, es que según ciertos estudios, el cerebro humano necesita un aporte regular de la naturaleza, de la tierra, de la hierba, del barro y de los sonidos de aves, agua y del viento. Hay una ciencia llamada Biofilia que estudia la conexión del ser humano con la naturaleza. Esta nos anima a caminar por bosques, andar por la arena de playas o detenernos a escuchar sonidos de riachuelos o cascadas, tumbarnos un rato en un campo con la hierba como único colchón, abrazar árboles y gustar su tacto y oler la naturaleza.  Todos nuestros sentidos parecen estar sintonizados con lo natural, como ya se explica en la segunda parte de este tema, al menos cuatro de estos sentidos toman energía de esta y provocan estados de paz, sosiego, quietud, felicidad y tranquilidad al cerebro. Los efectos de ese contacto son efectivos incluso aunque el contacto sea breve, pero de al menos una hora de manera regular.