Es interesante notar como a través de los sentidos, que permiten a nuestro cerebro relacionarse con el entorno, el contacto regular con la naturaleza tiene efectos saludables en la salud de este importante órgano, hasta el punto de hacer segregar de manera automática sustancias que producen placer, alegría, paz interior y tranquilidad. De alguna manera el funcionamiento de nuestro cerebro, lo que nos hace humanos, necesita tanto el contacto y la cercanía con los espacios naturales que limitarle ese contacto puede producir daños importantes. Veamos los efectos de las distintas sensaciones que llegan al cerebro y por qué de sus efectos:
El oído
A todos nos molesta el ruido constante del transcurrir de vehículos en una carretera, muy difícil puede ser acostumbrarnos al paso regular de un tren cerca de nuestras casas, y no digamos de un avión, para aquellos que vivan cerca de un aeropuerto, todas ellas son consideradas experiencias desagradables que dan lugar a trastornos del sueño y a sufrir estrés. Pero incluso sonidos menos fuertes como el de una gotera, ese monótono y persistente tono provocado por un grifo mal cerrado nos puede alterar hasta el grado de impedirnos pegar ojo. Sin embargo, nos relaja oír el sonido de esa misma sustancia en grandes cantidades y con más decibelios, como cuando estamos cerca del fluir de un riachuelo, o de una atronadora cascada o el rugido constante de las olas del mar. En estos últimos casos es el agua lo que provoca los distintos efectos sonoros. ¿Por qué un sonido de agua se convierte en ruido molesto y otro más fuerte, en música relajante para nuestro cerebro?
Se dice que algunas religiones ancestrales promovían la práctica de abrazar árboles, de sentir su textura y su fuerza. Hoy día existen la árboterapia y la balnoterapia, que son terapias basadas en el contacto con la naturaleza. La primera buscando el contacto con los árboles y la segunda con el agua. Incluso existe una ciencia que estudia las ventajas y efectos saludables que produce el contacto directo con ciertos árboles, a los que atribuyen influencias sanadoras. Así afirman que el contacto con olmos, fortalece la buena digestión: los arces, como ayuda paliativa a los dolores; acacias, en la regulación de la temperatura corporal, los pinos, de los cuales se extraen aromas y otras sustancias para las vías respiratorias, incluso los sauces, que dicen regular la presión arterial. Todas esas funciones están reguladas en cierto grado por el cerebro, los cual significa que ese contacto con lo natural induce al cerebro a controlar mejor esas funciones. Puede que los efectos del tacto de un árbol no sean tan notables como estos opinan, en la mayoría de los casos lo ignoramos. Pero, cuando entramos en una casa hecha de madera, lo primero que hacemos es tocar su textura, no hacemos lo mismo cuando se trata de paredes de ladrillo pintado o cemento.
Por
otro lado, la sensación de un baño en un lago o en el mar es preferida
mayoritariamente al baño en una piscina artificial. La brisa marina, más libre
de impurezas, y su ionización negativa aumenta los niveles de serotonina. También
una exposición equilibrada al sol, ayuda al organismo a producir vitamina D, y
en el cerebro esa vitamina juega un papel primordial en la formación de
conexiones de las redes perineuronales en el hipocampo, fundamental en la
formación de la memoria y de las funciones cognitivas.
En cuanto al contacto con la tierra, se ha descubierto que cierta bacteria, la Mycobacterium Vaccae, que se encuentra en el barro, en contacto con la piel, tiene unos efectos curiosos, a través de los centros nerviosos colabora en el aumento de los niveles de serotonina en el cerebro y produce efectos relajantes que previenen contra la depresión o la ansiedad. Estudios llevados a cabo en diversas universidades vienen a demostrar que en lugares donde las personas tienen más contacto con la tierra y el barro siendo niños, en la edad adulta, estos mismos muestran índices muchos más bajos de patologías depresivas.
La vista
Si hay algo que nos deje tan extasiados y ensimismados es la vista de un amanecer o un atardecer. La visión de un paisaje arbolado, con montañas de fondo y un río o lago cercano, crea en nuestro cerebro un efecto de paz, sosiego y placer. La observación de la Prímula en primavera, tras un frío y oscuro invierno es algo que alegra a cualquiera, incluso a aquellos que por alguna razón sufren las alergias estacionales. La visión de amplitud, de expansión e inmensidad que produce ver el mar, induce un efecto positivo en las áreas que procesan el asombro y la admiración e influye en la manera de pensar y tomar decisiones, además de estimular el pensamiento creativo. Así, ante decisiones complejas, meditar ante la inmensidad del mar o en caso de no tenerlo cerca, hacerlo con la vista hacia el cielo estrellado en un lugar de poca contaminación lumínica ayudará a que tomemos decisiones más sensatas y de paso seamos más generosos y pensemos en los demás.
Se
sabe que por lo general los colores tienen efectos en el cerebro, así ciertos
tonos de verde transmiten tranquilidad y ayuda a estabilizar las emociones
extremas, se le suele llamar el color de la esperanza. Es curioso que este sea
el color que más abunda en la naturaleza.
Cabe destacar que en el experimento aparecido en la revista Mente Cerebro 5/6 2012, citado anteriormente cuando hablábamos del sentido del oído expuesto a sonidos distintos, este mismo se hizo exponiendo al sujeto a estudiar ante imágenes que acompañaban a estos sonidos. Curiosamente cuando estos sonidos se hacían acompañar de imágenes relacionadas, cuando se trataba de imágenes naturales, (bosques, montañas, océanos) se manifestaba un notable aumento de la actividad de la corteza cerebral auditiva, la corteza prefrontal medial y la cingulada posterior. Estas últimas se suelen activar cuando la persona dirige su mente al interior y se concentra en sí misma, así la película proyectada estimulaba a los participantes a conseguir una instrospección. Parecería contradictorio que antes al hablar de los sonidos se dijera que los sonidos naturales produjeran un foco dirigido al exterior y en la vista sea al interior. ¿Cómo se compagina esto? Pues tiene que ver con los efectos de los sentidos ante efectos relajantes.
Por ejemplo, imaginemos que estamos leyendo tranquilamente en un bosque, rodeados de cantos de aves, del sonido de un arroyo, o en la playa y los sonidos provienen de la olas del mar, en este caso no hay introspección auditiva, pues no nos concentramos en ellos, pues en el oído la instrospección es estresante, así cuando se expone a sonidos relajantes se enfoca a buscar esos sonidos agradables y el efecto en los pensamientos es a centrarse en otras cosas, en el estudio, la lectura en el exterior, mientras que si son desagradables, nos ponen en alerta, nos distraen y molestan, como una gotera, el paso de un tren, una taladradora en una obra, son ruidos que se concentran en el interior. En el caso de la vista sucede al contrario, cuando estamos ante imágenes agradables, la vista se pierde e induce al cerebro a concentrarse hacia sí y no encuentra distracciones que lo alteren, mientras que en una ciudad, el paso de vehículos y muchedumbres a gran velocidad inducen a una excesiva concentración en lo externo, como cuando estamos alerta.
Bibliografía y recomendaciones
-A fast pathway for
fear in human amígdala – Nature Neuroscience 13 Junio 2016
-El Poder de la Naturaleza – Klaus Wilhelm - Investigación y Ciencia – Boletin Mente y Cerebro Mayo/junio 2012
-El rápido viaje al
miedo en la amígdala cerebral - Agencia
Sinc 13-6-2016
-Psicología ambiental - Revista Mente y Cerebro Num. 30 2021
-Perdiendo el Edén –
Lucy Jones –Gatopardo Ediciones 978-84-121414-9-8