¿Por qué recordamos después de muchos años la
letra de una determinada canción y apenas retenemos las lecciones de historia o
matemáticas del colegio?
Si en septiembre del año 2026, veinticinco años de la conmemoración del 11-S se le preguntase a cualquier individuo mayor de 30 años dónde estaba o qué estuvo haciendo ese día, es muy posible que relate detalladamente dónde estaba, que hacía y con quien estaba. Decimos alguien mayor de esa edad, pues otro individuo que en esa época tuviese menos de cuatro años es posible que solo tenga vagos recuerdos contaminados con lo que sus padres le contaran o lo que han visto repetidamente en televisión, pero no sea capaz de explicar exactamente lo que vivió ese día, por la sencilla razón de que entre los seis y los siete años se produce una ruptura en la memoria, la conocida “amnesia infantil”, donde se borran casi definitivamente los recuerdos más tempranos, los estudios indican que como promedio el recuerdo más antiguo que podemos recordar puede ser de tres años y cuatro meses.
Hay personas que afirman recordar imágenes de
cuando estaban en la cuna. Yo personalmente tengo una vaga imagen de una casa
con el techo negro de humo y de estar sentado desnudo en el suelo de tierra.
Pero muchos de esos recuerdos son “memorias ficticias” que se basan, por lo
general, en relatos que las madres cuentan delante de los hijos y que de alguna
manera el cerebro hace suyas, este crea imágenes de lo que oye y se crea un
episodio vivido, eso pasa a engrosar falsos recuerdos que después a base de
repetir a amigos se convierten en recuerdos de la más tierna infancia. En mi
caso, en conversaciones con mi madre, ella siempre me ha recordado que vivíamos
en gran pobreza y que me tuvo que dejar con menos de un año de vida con mi
abuela en una casa con techo de zinc, donde dentro cocinaban. Y tras dejarme un
tiempo allí, ya que tuvo que emigrar a otro país a trabajar, al volver, me
encontró desnutrido y desnudo en el suelo, pues había dejado de caminar por la
desnutrición y una disentería profunda. Las imágenes que he visto de lo que es
un niño desnutrido, con la barriga hinchada en un país pobre ha calado en mi
cerebro llegando a crear una imagen que parece como si se tratase de recuerdo
vivido de mi infancia. Pero en realidad, guardo pocos recuerdos reales (o
ninguno) de tiempo antes de mis cuatro años.
En parte se debe a una poda natural que se va
llevando a cabo poco a poco y tiene que ver con la comprensión del lenguaje, si
no podemos codificar una memoria porque no podemos expresarlo, ese dato se
pierde y se borra. En 1885, Herman Ebbinghaus, un filósofo y psicólogo alemán
publica sus estudios sobre la memoria, donde probó un sistema experimental,
cuyos resultados aún son útiles en nuestros días. El método consistía en
aprenderse una lista de palabras inventadas que no tenían significado ni
sentido alguno. Observó cuanto se tardaba en olvidar, intentado repetirlas en
intervalos de 20 minutos hasta un mes. Así descubrió que había una curva del
olvido completamente predecible, de tal manera que a los pocos minutos
olvidamos la mayor parte, luego poco a poco menos, pero casi siempre la curva
se aplana con el paso del tiempo, de tal manera que casi siempre queda algo. En
sus experimentos, Ebbinghaus descubrió que los niños olvidan con más rapidez.
Pero si un grupo de palabras, aun siendo inteligibles o complejas se repiten
una y otra vez, es muy posible que queden grabadas, quien haya visto la famosa
película de Mary Poppins y desde pequeño haya repetido la famosa
“supercalifragilisticoexpialidoso”, a pesar de su largura y de carecer de
sentido esta no se olvida, pues se ha guardado en la memoria de muchos a base
de repetirse.
Tengo una experiencia, que seguro que a más de
alguno le tocara vivir, fue en el colegio, cuando cursaba sexto de primaria con
11 años. En la fiesta nacional, en unos actos sobre la historia del país, me
asignaron repetir una leyenda sobre el origen de los mayas. Estuve días
repitiendo lo aprendido para recitarlo de memoria sin papel, pero por alguna
razón esa mañana estuve releyendo varias veces el texto que debía recitar,
nervioso ante ese evento en el que me enfrentaría a un público diverso,
compuesto por compañeros, padres y profesores, el miedo debido a mi timidez
pudo con mi memoria, sufrí un bloqueo, de tal forma que solo pude repetir la
primera frase y me tuvieron que pasar el papel para poder concluir el recital.
Sin embargo, al siguiente día, recordaba toda la leyenda sin titubear, incluso
ahora mismo sería capaz de recordar gran parte de esta. Desde ese día, descubrí
un método infalible para memorizar y estar lúcido en los exámenes, estudiar y
leer repetidamente todo cuando debía un día antes, hasta llegar al bloqueo
mental, luego dormir y al día siguiente, todo lo estudiado fluye con mucha más
facilidad. Incluso ahora cuando me preparo alguna conferencia pública,
profundizo en ella, la repito varias veces días antes y tras una siesta o un
sueño reparador, al día siguiente todo fluye y lo desarrollo con
naturalidad.
Por supuesto, aquí nos referimos a datos, frases
o disertaciones, incluso cosas que, aun no teniendo mucho sentido en el momento
en el que las aprendemos, como fórmulas matemáticas o de física, a base de
repetirse terminan arraigando en la memoria de larga duración. Pero hay ciertos
conceptos que no podemos guardar ya que no se comprenden hasta pasados unos
años, como el desagrado, que según parece no pueden ser guardados por no ser
comprendidos hasta pasados los seis años. Es una ventaja pues esto ayuda a que
ciertos traumas no afecten de manera tan drástica a los niños de corta edad.
Los niños menores de cinco años superan más fácilmente la pérdida de un
familiar, las catástrofes, las guerras y otros acontecimientos traumáticos,
porque sus cerebros aún se están desarrollando y muchos de esos “malos”
recuerdos se borrarán casi definitivamente, aunque algunos defienden que se
memorizan emocionalmente.
Pero volvamos al recuerdo del 11-S. Si
preguntásemos a los mismos individuos que nos respondieron con pelos y señales
todo cuento hicieron ese día que cuenten qué estaban haciendo el día anterior,
posiblemente ninguno sea capaz de dar detalles, salvo que algún acontecimiento
traumático o emotivo hubiese marcado ese día, como la boda, un entierro o el
nacimiento de un hijo. Eso nos lleva a su vez a la pregunta que hicimos al
principio sobre por qué recordamos la letra de una canción que escuchamos en
nuestra adolescencia.
En parte lo de las canciones se relaciona con dos
cosas, lo emocional y la repetición de estas. Cuando una canción se pone de
moda, la escuchamos en diferentes lugares, en la radio, en televisión, pasamos
por lugares donde la tienen puesta y luego si en su día compramos el disco con
la canción, es muy posible que la hayamos escuchado cientos de veces, es por
tanto un recuerdo forzado. Pero las emociones también juegan un papel vital,
muchos recordamos lecciones de geografía o matemáticas que aprendimos de niños
porque los profesores nos enseñaron con canciones aquellas lecciones. Parece
que la música y la rima ayudan al cerebro a organizar los recuerdos de manera
más eficaz. El mismo lenguaje tiene cierta poesía y en la antigüedad aún más. En Israel, el judaísmo primitivo se valía de canciones, salmos y endechas para recordar enseñanza, historia y acontecimientos importantes Por otro lado, teniendo en cuenta que el acceso a la lectura y los libros no
era tan fácil, era común que la lectura se llevara a cabo en voz alta en
asambleas, grupos de personas alrededor de un maestro o en la intimidad de la
familia de padres a hijos y que esta contuviera mucha rima.
También como indicamos antes, muchos lenguajes antiguos como el griego o el latín, tenían declinaciones y muchas palabras seguidas en una frase debían acabar con el mismo sufijo para hacer coherente una frase, ocurría a menudo en los idiomas protoindoeuropeos. Algunos idiomas como el hebreo, el arameo y otras lenguas semitas carecían de vocales en su alfabeto, pues estas se colocaban según el contexto, de tal manera que tenía gran importancia en esos idiomas la sonoridad y la armonía. Hoy día, ocurre de manera similar con el alemán, el árabe o el polaco. Esa reminiscencia declinantica y de armonía en las terminaciones de las palabras tenía su razón de ser, resultó ser decisivo en la manera de aprender de antaño, como lo eran los poemas y las canciones.
También las canciones se pueden procesar y
guardar en nuestro cerebro como memorias motoras, tal como lo son aprender a
montar en bici, nadar o caminar, esto en parte es porque tendemos a entonarlas,
cantar y bailar al rimo. Todo eso ayuda a que ese recuerdo prevalezca.
Ahora bien, surge otra cuestión ¿prevalece la
emoción sobre la razón? La vida no es la que vivimos, si no como la recordamos
cuando la contamos, decía García Márquez. Si a cualquier persona le preguntas
sobre su adolescencia y que su respuesta se extienda lo más posible, puede que
en una hora o poco más te resuma lo que fueron 5 o seis años de su vida, pero
probablemente no sean más que recuerdos de momentos puntuales. Si a un grupo de
amigos de juventud les hiciéramos recordar veinte o treinta años después sus
recuerdos de cierta época en la que estuvieron juntos, habrá episodios o
situaciones que todos mencionen, pero habrá otras muchas anécdotas que serán
recordadas por algunos o incluso por solo uno de ellos, tal vez por la marca
emocional que supuso para el individuo que lo relatase. También habrá otros
recuerdos que serán comunes porque hayan sido relatados en más de alguna
ocasión por los viejos amigos. Podemos decir que los recuerdos no son
fotografías o videos grabados, que puedan ser reproducidos con fidelidad
absoluta, es más, en la mayoría de los casos vamos añadiendo o modificando
estos mismos recuerdos en función de los sentimientos que queramos evocar.
Algunos neurólogos aseguran que, en la mayor
parte, el cerebro guarda los recuerdos en forma de imágenes, es decir, el
contenido de los pensamientos son imágenes, pero imágenes modificadas o creadas
a partir de emociones. Por ejemplo, cuando memorizamos lo leído en un libro de
historia, tendemos a imaginar la situación, los personajes, el ambiente en el
que estos se movían, así se facilita la labor de aprender y memorizar.
Difícilmente recordaremos las palabras escritas como tal en nuestro cerebro,
pero si las imágenes que estas representan. ¿Qué hay de los ciegos? En el caso
de los ciegos, dependerá de si estos lo son de nacimiento o perdieron la vista
en edad adulta. Yo tengo un tío que perdió la vista siendo joven y que apenas
tiene ya recuerdos visuales, sin embargo, su memoria es superior a la de
personas con vista. Recuerda las cosas de una manera muy particular, tiende a
citar acontecimientos de forma secuencial, es decir en el orden en que se
dieron. Por ejemplo, para explicar una conversación, no se limita a decir: “Tal
persona me dijo esto y lo otro”, sino que explica toda la conversación y las
respuestas de un interlocutor y otro. Además, tiene la capacidad de ordenar las
palabras de las frases con una exactitud pasmosa. Recuerda alineaciones de equipos
de fútbol en partidos específicos, en el mismo orden en el que los mencionaron
en la radio. De alguna manera es como si los ciegos exploran el mundo como una
secuencia de eventos y la forma de guardar dichos recuerdos, más que visual es
auditivo, recordarán nombres, listados y palabras. Es otra opción que tiene el
cerebro para guardar eventos, recuerdos, hacerlo con fragmentos de audio.
Yo tengo una peculiaridad, no creo que sea
particularmente mía, pero la tengo, me gusta mucho la música en general, sin
rechazar tipos o estilos, y a menudo guardo los recuerdos de mis vivencias
relacionándolas con determinadas canciones o temas musicales que en un momento
de mi vida estuvieron presentes, consciente o inconscientemente. De vez en cuando me gusta volver a escuchar determinada canción, pero no me atrae la idea de volver vez tras vez, pues temo que acabe perdiendo ese recuerdo original. Cuando
oigo ciertos temas, estos evocan en mi mente unos específicos momentos o
situaciones vividas en las épocas en las que escuchaba esa música, esto no es
nada especial, supongo que le ocurre a mucha gente, la música como evocadora de
recuerdos.
Pero
hay dos melodías, entre tantas que me han acompañado desde que tengo uso de
razón, en realidad se trata de dos fracciones o estribillos de canciones que
cada cierto tiempo mi mente repite y empiezo a tararear sin ninguna razón
especial, a veces me despierto con una o con la otra indistintamente, son como
muletillas reincidentes a las que mi mente siempre evoca en momentos
determinados de mi vida.
No se trata
de las típicas tonadillas infantiles, repetidas generación tras generación, ni
de temas que suenen en repertorios típicos en fiestas o en anuncios, temas
repetidos en emisoras de radio, que por ser clásicos populares pasan a formar
parte de la cultura musical de una generación, apenas suenan en algún programa
de recuerdos musicales. Solo que ambas coincidieron en algo que me llamó
poderosamente la atención, tenían en común que debían ser de mis más remotos
recuerdos. Siempre había pensado que tal vez las había escuchado estando en la
matriz de mi madre y por eso me eran tan familiares.
Había oído la
historia que se cuenta de un famoso músico profesional con cierta predilección
por una determinada melodía, porque afirmaba que su madre, violinista también,
tocaba ese tema mientras estaba embarazada de él.
No era este mi caso, además, desconocía a los
autores o los títulos de estas composiciones, eso sí, ambas las recordaba en mi
lengua natal, el español. Cierto día, aprovechando las nuevas tecnologías, tuve
la ocurrencia de ponerme a buscar las susodichas canciones en el más popular
portal de videos en internet, probé escribiendo algunas frases inconexas que
recordaba de ellas. Felizmente, pude dar con una, gracias al excelente e
inteligente motor de búsqueda de aquel programa. Resultó que pertenecía a un grupo
musical español de los sesenta, ahora ya desaparecido, y se trataba de la cara
“B” del primer sencillo que tuvo cierta resonancia internacional al siguiente
año de publicarse.
Los recuerdos que me llovieron, una vez la volví
a escuchar, fueron tantos y tan claros, que me dejaron meditativo el resto del
día. Comprendí que, si era la cara B de un single, eso significó que en mi casa
uno de mis padres ponía ese disco. Nunca lo pude confirmar, mi madre afirma no
conocer la canción y nunca pude preguntar a mi padre.
El tema de la otra canción me costó más, pues
apenas recordaba la letra y solo unas frases mal entendidas, aunque sí que me
acordaba bien de la melodía. Cierto día, a través de una emisora de radio,
escuché una canción antigua, cantada en inglés, pero que curiosamente tenía la
misma melodía, estribillo, incluso el tono de voz de aquella desconocida
canción.
De nuevo, haciendo uso de las tecnologías, tomé
mi Smartphone, busqué una aplicación que reconoce temas musicales y ¡Eureka! Me
salió un cantante norteamericano que fue el compositor original de aquella
canción. Pero lo curioso es que yo recordaba la canción en español, y no
cantada por él, pues dudo que lo dominara. Después de una búsqueda exhaustiva
de la historia de aquel tema musical, pude dar con quien la versionó en mi
idioma.
Curiosamente, y esto es lo más interesante, las
dos canciones habían estado sonando el mismo año en la zona donde yo vivía y
ambas eran de mis primeros y más antiguos recuerdos que mi mente guardaba,
cuando tenía poco más de tres años, fue un momento crucial de mi vida pues fue
cuando mi madre me llevó a otro país para empezar una nueva vida y conocí a mi
padre adoptivo.
Esto viene a demostrar que las canciones, melodías, aunque sean en otro idioma o no las entendamos, incluso las instrumentales, se memorizan casi al completo y al tocar de una manera directa a las emociones, se convierten en cápsulas de recuerdos completos y mucho más detallados que lo leído o lo hablado.
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