Quizás hablar de cerebro y naturaleza parezca un asunto baladí, pues es obvio que el
funcionamiento del cerebro obedece a causas y leyes naturales que no se pueden
cambiar. Pero en estos próximos posts no nos centraremos en el funcionamiento natural
del cerebro como tal, si no en la curiosa influencia que el contacto con la
naturaleza provoca en nuestro cerebro.
Allá
por el año 2001, tras los ataques del 11-S en New York, ocurrió un fenómeno
llamativo en EEUU. Al parecer, solo días después de los ataques se incrementó
de manera notable el número de visitantes a espacios naturales, parques y
montañas. Los guardabosques de los grandes parques naturales del país
observaron que se disparó la afluencia de excursionistas a los parques y
concluyeron que se debía a que la gente necesitaba reflexionar, descargar tanta
tensión vivida y buscaba algo de paz y lo hicieron acercándose a la naturaleza.
La
conexión del cerebro con la naturaleza para encontrar la armonía cobra importancia vital en nuestros tiempos,
donde más de la mitad de la población, unos 4.000 millones de personas viven en
ciudades y se cree que de seguir ese flujo migratorio del campo a la ciudad, en
las próximas décadas se consiga que 7 de cada 10 personas vivan en grandes
ciudades masificadas.
El ritmo de crecimiento de algunas urbes, como New York, Tokio, Shangai, Delhi, Mexico DC y otras 70 ciudades del mundo es llamativo, siendo que ya 11 de esas megalopolis superan los veinte millones de habitantes cada una y 35 tienen más de 10 millones, nos hace pensar que somos una especie que busca la comunidad grupal, la convivencia en grupos masificados y que rehúyen de la naturaleza salvaje o del mundo rural, los datos parecen señalar que la aspiración generalizada de los humanos es ocupar ciudades llenas de ruido, vivir rodeados de hormigón, pisar suelo duro y respirar aire viciado.
Un
hecho curioso fue lo que sucedió tras la caída de Roma y el colapso del sistema
gubernamental organizado en torno al imperio romano. Durante el tiempo de auge
del imperio romano, vivir en las ciudades romanas tenía cierto status y ser
considerado ciudadano romano era un privilegio ansiado por todos. Claro que no
queremos decir aquí que fuese desde Roma que las ciudades tomaran el relevo a
vivir en la naturaleza, esto ya venía sucediendo desde que se dieron las
primeras ciudades estado, allá en Mesopotamia. Mucho antes del imperio romano,
Sócrates llegó a decir que detrás de los muros de su ciudad no había nada
importante, como restándole valor a lo natural. Durante milenios se veía la
naturaleza como fuente de vida y recursos alimenticios, pero cuando surgieron
las ciudades, tan solo se dispuso de ella como medio de aprovisionamiento y
fuente de materia prima inagotable, pasó de ser el medio de vida a una
herramienta más.
Pero
tras la caída del imperio romano se dio una situación que llama mucho la
atención y ha sido motivo de numerosos estudios tanto de historiadores,
sociólogos y hasta de economistas. Esa caída produjo una crisis tal, que dio
paso a lo que conocemos como la edad media, que supuso un verdadero apagón en
el progreso de la humanidad, en ese sentido es como se le llama la época del
oscurantismo. La edad media fue una época lúgubre, poco documentada, sobre todo
en los primeros siglos, que fueron desde V hasta el X que se caracteriza por
ser un periodo de escaso progreso tecnológico, de un declive social, causado
por el desmantelamiento de la autoridad gubernamental, letargo cultural
generalizado y sobre todo crisis económica absoluta. Es lo que los expertos
denominan crisis sistemática, donde todo el tejido industrial y económico de
las ciudades se derrumbó, la mayoría de las urbes europeas, fueron abandonadas
poco a poco, o de forma brusca por causa de las incursiones de tribus norteñas
que no crearon civilización, si no tan solo saquearon lo que quedaba. Tras
esto, las plagas hicieron lo suyo, hasta el grado de que muchas grandes
ciudades decayeron y en trescientos años la población se redujo notablemente.
Casi un 25% de las ciudades europeas importantes desaparecieron completamente y
otras tardaron siglos en recuperar su esplendor y su población. La gente huyó
al campo, se crearon pequeñas aldeas en torno a la caza y la agricultura local,
como la única fuente de vida. Esa fue la principal razón del parón cultural,
económico y tecnológico de esa época. Al menos en Europa, pues gran parte de
Asia se salvó algo gracias al impulso del imperio islámico. En cualquier caso,
en Europa, aquella crisis supuso la vuelta al mundo rural y a la convivencia
con la naturaleza.
Ahora
que, según algunos economistas, se avecina otra crisis sistémica de similar
calado, cuando según muchos expertos el sistema capitalista caiga, puede que
este éxodo de la ciudad al campo se vuelva a producir. Aunque muchos rechazan
que se pueda dar una decadencia tal como sucedió en los primeros siglos de la
edad media. Pero son varios los economistas y expertos en energía que vaticinan
una caída generalizada del tejido industrial y económico en una transición
necesaria hacia otro sistema nuevo y mejor, y entre otras cosas podría darse un
parón que devuelva a muchos a la naturaleza. Así, aunque parezca impensable que
se repita una nueva edad media, pero sí un parón de calado similar, pues es
imposible que bajo el sistema de crecimiento continuo en el que ahora nos
movemos podamos llegar muy lejos.
La reciente pandemia ha venido a constatar lo insalubres que pueden llegar a ser las ciudades y demuestra que la masificación conlleva muchos más riesgos que la vida cerca de la naturaleza. Durante la época de la pandemia mundial de Covid-19, la plaga en las ciudades afectó un 28% de la población, mientras que en las zonas rurales apenas llegó a un 7%. Aunque gracias que las ciudades poseen un mejor servicio de atención sanitaria y hospitales más cercanos, las muertes no fueron en la misma proporción, pero a grandes rasgos si demuestran que la vida rural puede ser más sana. Un hecho curioso fue que durante los primeros momentos de pandemia, sobre todo en los países donde se impuso un confinamiento o se dio la oportunidad de teletrabajar, muchos ciudadanos que tenían segundas viviendas lejos de las ciudades grandes se refugiaran en ellas. En algunos países se vivió un verdadero éxodo temporal de la ciudad al campo. Y eso fue precisamente lo que provocó el avance de los contagios hacia las zonas rurales. En cualquier caso, muchos han descubierto las bondades de la vida rural, más tranquila y cercana a la naturaleza.
Incluso para la salud mental darse “baños de naturaleza”, conlleva una mayor y mejor recuperación. En cierto hospital psiquiátrico de Seúl, situado en medio de un bosque, hicieron un experimento, realizaron una terapia cognitiva-conductal de recuperación de enfermos de depresión grave, y dividieron a los enfermos en dos grupos. Un grupo realizó los ejercicios dentro del hospital y otro grupo en largos paseos o estancias en el bosque cercano. Observaron que aquellos pacientes que habían efectuado la terapia en el bosque recuperaron la salud mental en mayor número que los que lo hicieron dentro de las paredes del hospital, en una proporción de tres a uno.
Y si preguntásemos a la población estresada de las grandes urbes, la mayoría señala que anhela la tranquilidad de la vida rural, que en cuanto pueden buscan una salida al campo en busca de paz. Por eso, en los diseños de las grandes ciudades últimamente se contempla la necesidad de espacios arbolados, parques con fuentes, hierba, flores y plantas para el disfrute de los ciudadanos. Se hace necesario un contacto directo con lo natural.
Pero no solo el bosque produce estos efectos, la misma paz adquieren aquellos que tienen acceso al mar, la experiencia sensorial que produce la brisa marina, perder nuestra vista hacia a la inmensidad, escuchar el vaivén de la olas, todo aumenta la producción de endorfinas que conducen a la relajación. Pero el asunto va más allá de solo la paz y tranquilidad vacacional que un ambiente natural aporta, es que según ciertos estudios, el cerebro humano necesita un aporte regular de la naturaleza, de la tierra, de la hierba, del barro y de los sonidos de aves, agua y del viento. Hay una ciencia llamada Biofilia que estudia la conexión del ser humano con la naturaleza. Esta nos anima a caminar por bosques, andar por la arena de playas o detenernos a escuchar sonidos de riachuelos o cascadas, tumbarnos un rato en un campo con la hierba como único colchón, abrazar árboles y gustar su tacto y oler la naturaleza. Todos nuestros sentidos parecen estar sintonizados con lo natural, como ya se explica en la segunda parte de este tema, al menos cuatro de estos sentidos toman energía de esta y provocan estados de paz, sosiego, quietud, felicidad y tranquilidad al cerebro. Los efectos de ese contacto son efectivos incluso aunque el contacto sea breve, pero de al menos una hora de manera regular.
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