Hay quienes defienden la teoría de la capacidad
mental adquirida, que no es otra que afirmar que existe un vínculo entre la
inteligencia y las relaciones sociales en la infancia, que se relaciona con las
atenciones, el habla, el tacto y los gestos de los seres queridos en los
primeros años de la vida, que el neonato recibe y que prepara su cerebro para
aprender en el futuro. También se pueden incluir las primeras enseñanzas que
recibimos de nuestros padres, cómo el lenguaje, la comunicación, las formas,
cantidades, colores y otros asuntos que forman la base para la asimilación de
todo lo que viene después en la edad escolar. Obviamente si alguien jamás ha
escuchado hablar, difícilmente podremos ayudarle a escribir o leer, ni entender
el uso del lenguaje.
Esto es fácil de entender cuando hablamos de los
niños nacidos sordos, a quienes si no es por el esfuerzo de comunicación por
medio del lenguaje de señas, sería imposible poder enseñarle aspectos
abstractos y estos niños sufrirían una desventaja mayor incluso que los niños
ciegos.
¿Significaría eso que faltando esa relación, ese
cariño natural de padres a hijos, nos comportaríamos como cualquier animal
irracional? No cabe duda que el lenguaje hablado confiere un paso importante e
imprescindible para el aprendizaje, tanto como la atención, el cariño y el
tacto en los recién nacidos.
Ahora bien, las pruebas y los casos atestiguados
muestran que el cerebro humano parece de alguna manera estar preparado para la
comunicación, y sobre todo con un innato sentido de la individualidad y
pensamiento propio, por tanto de formación de personalidad.
Está probado que una vez desarrollado el lenguaje,
la mente puede trabajar independiente de los sentidos, es decir, una persona
adulta en un momento dado puede quedar ciego, sordo e inmóvil, sin sensibilidad
en las extremidades, una situación desde luego desesperante y desgraciada, pero
su cerebro sigue pensando y puede crear imágenes y cosas, utilizando la
información almacenada.
Diferente es el caso de alguien que nace así, es
decir, sin conexión al exterior por medio de los sentidos. ¿Podría aprender a
pensar una persona sordo-ciega? ¿Podría desarrollar una personalidad o un yo,
un individuo que no recibe información del exterior? Por supuesto, la mente
genera imágenes e ideas sin necesidad de hacerla en determinado lenguaje
hablado. Para ilustrar tenemos el famoso caso de Hellen Keller, nacida en 1880
como una niña normal, pero que una enfermedad la hizo quedarse ciega y sorda
con 19 meses, tiempo insuficiente para que ella aprendiera de manera completa
el lenguaje y la comunicación, apenas hablaba algunas palabras cuando sufrió la
enfermedad que la dejó aislada. Pero este caso nos muestra que incluso siendo
una persona ciega y sorda, puede llegar a comunicarse perfectamente, y pensar
como cualquiera. Curiosamente, en el caso de Hellen, había cierta capacidad
innata para el aprendizaje, había empezado a pronunciar palabras desde antes de
cumplir su primer año de vida, sin embargo, para cuando había cumplido los
siete años, todas esas palabras las había olvidado al igual que toda la memoria
de sonidos, colores e imágenes se habían borrado de su mente, balbuceaba
algunos términos que carecían de significado para ella. Algunas palabras, que
por el uso y la respuesta que dicho sonido tenía, pudo memorizarla, tal es el
caso de la palabra agua, que aun torpemente pronunciaba gritando cuando tenía
sed. Sin embargo, aprendió de manera innata a guiarse en el jardín de su casa
por lo olores, tocaba todo cuando se ponía delante y su cerebro iba abriendo
recursos para distinguir el tacto y las formas de las cosas de tal manera que
se hicieran perfectamente distinguibles a su cerebro.
Su gran frustración era no poder comunicarse como
los demás y eso la sumía en estados de ira incontrolada y llantos que preocuparon
infinitamente a sus sufridos padres.
Por fin dieron con una maestra adecuada que, con
gran paciencia y tesón, fue enseñándole a la joven Helen, con la ayuda de un
sistema basado en el tacto a poder comunicarse, su mundo entonces dio un giro
total. Su método consistía en escribir las palabras en la palma de la mano de
Helen, todo cuanto quería saber la niña, se lo escribía en la palma, pronto
ella aprendió palabras y las repetía haciendo lo mismo en la mano de su
maestra. Así fue relacionando lo escrito con los objetos, lo cual ya fue todo
un descubrimiento en su limitada comprensión de las cosas. Curiosamente algo
que fue clave para su repentino despliegue de conocimiento y comunicación con
el exterior, fue la palabra “Agua”. Recuerda que cuando su maestra quiso
enseñarle agua y que distinguiera el preciado líquido, de la taza que lo
contenía, tuvo que llevarla a un riachuelo y dejar que el agua fluyera entre
sus dedos y entonces, animaba a repetirla con su voz, al tiempo que en la otra
mano le escribía la palabra, aquel sencillo paso le abrió la mente, pues le
hizo comprender que todo tenía un nombre y que aquella palabra que aún
recordaba en su mente “agua” era la pronunciación que todo lo escrito tenía,
fue como si su cerebro entonces conectara ciertas partes que hasta ese tiempo
funcionaban para ella de manera independiente.
Más difícil
fue comprender conceptos abstractos, por ejemplo sentimientos, como el amor, o
el rechazo, que ella confundía con nociones como el bien y el mal. Para Helen,
el calor del sol, por ejemplo representaba el amor, como un bien supremo, y las
nubes que lo apartaban eran malas y por tanto lo contrario del amor. Pero tuvo
que entender que las nubes que impedían que esos rayos le llegaran a su piel,
traían el agua que también era un bien, pues era la misma agua que ella bebía y
que además hacía crecer las flores, las plantas y llenaba los arroyos. Es algo
tan obvio para nosotros, pero para un sordo-ciego nada fácil de comprender. Con
el tiempo su cerebro fue capaz de comprender frases escritas en sus manos de
tal manera que captaba palabras completas al igual que lo hace alguien que lee,
captando las palabras sin necesidad de detenerse a deletrear.
Con ayuda de un método que después ella misma
perfeccionó, su cerebro la llevó a reconocer por medio del tacto, a leer con
las manos los movimientos de la boca y las vibraciones que las personas hacían
al hablar, e imitar esas vibraciones y hablar ella misma. Esto, según cuenta en
sus memorias, sucedió desde que era niña, gustaba de poner las manos en la boca
y garganta de su madre y, cuando la dejaban, en la de la persona que tuviese en
frente de ella. Le fascinaba descubrir
que esto lo hacían a menudo y concluyó que debía ser una forma de comunicación
que para ella era un misterio, intentaba imitar esos movimientos y las
vibraciones, descubriendo que podía hacerlo, si bien sus esfuerzos solo la
llevaban a realizar ruidos guturales y sonidos vocales sin sentido. Así, cuando
pudo comunicarse con la lectura de las manos, comprendió que podía hacerlo
también como los demás, expresando los sonidos de cada palabra que leía en su
mano. Así fue como, con ayuda de su
maestra, aprendió a darles sentido a esas vibraciones vocales.
Valga decir que Helen Keller, con el tiempo estudió
en un instituto con la compañía de su maestra y traductora, más tarde se gradúo
en la universidad, convirtiéndose en la primera persona sordo-ciega del mundo
en lograr un título universitario. Escribió artículos, fue activista política,
conferenciante, y escribió numerosos libros, entre ellos algunos relacionados
con sus propias vivencias, que no dejan indiferente al lector, comprendiendo
conceptos complejos, se acercó incluso a la metafísica cristiana, fascinada por
los escritos del famoso científico y visionario Emmanuel Swedenborg. Al final de su vida se había convertido en
icono de superación para las personas con discapacidades, y para muchos
estudiosos del cerebro, psicólogos, y educadores en un ejemplo del prodigioso
funcionamiento de nuestra mente, que se abre camino hasta en situaciones de
incomunicación casi absoluta.
Claro, que cabe la posibilidad de que alguien alegue
que el cerebro de Helen Keller había recibido una mínima información en sus
primeros meses de vida, y que de alguna manera esas mínimas conexiones
neuronales en la región de broca, fueron suficientes para facilitar esa
comunicación. No obstante, como ella misma reconoce en sus memorias, sus
recuerdos auditivos y visuales se habían perdido, no recordaba sonidos ni
imágenes, por tanto tuvo que empezar de cero. Por otro lado, se sabe de otros
casos más extremos, hablamos de niños que no tuvieron ni siquiera ese mínimo
contacto visual o auditivo al nacer, y que desde entonces, gracias al método de
Keller, pueden comenzar a comunicarse. Este es el caso de la joven Debbie
Curry, nacida sorda y ciega, quien pasó sus primeros años en oscuridad y
silencio absoluto, pero aprendió a comunicarse a través del tacto, utilizando
un método llamado “Tadoma”, que básicamente es poner sus dedos en garganta y
boca del interlocutor.
A pesar de no haber oído nunca un sonido, a los
veinticinco hablaba de manera entendible, y poco tiempo después ya era capaz de
tomar decisiones independientes con respecto a ideas, creencias y otros asuntos
abstractos. Por tanto, no parece necesario que tenga que haber aprendizaje
previo, sencillamente la mente se abre camino y busca maneras de comunicarse,
de crear imágenes, conceptos, ideas y desarrollar su propia personalidad.
Por otro lado, existen numerosos casos de niños con
parálisis cerebral que, aunque incapaces de mostrar comunicación externa, ven y
oyen y llegan a aprender mucho, en algunos casos logran cierta comunicación
visual, o gesticular, y en estos se observa que su desarrollo interno, el
lenguaje, incluso la lectura les es posible, como a cualquier niño.
Sorprendente fue la experiencia de Loida, cuando esta niña nació, los médicos
informaron a los padres que jamás caminaría, ni hablaría y posiblemente ni
siquiera los entendería. Ellos, no obstante, se esforzaron por leerle, le
enseñaban en una pizarra el alfabeto y algunas nociones de lectura, sin tener
la certeza de si su hija aprendía, pues esta no hablaba, ni indicaba con gestos
si comprendía poco o nada lo que le mostraban, apenas movía la cabeza para un
lado u otro, de manera monótona y repetitiva. Lloraba de vez en cuando, pero no
podían tener acceso a sus pensamientos, deseos o ideas. Pero cierto día, cuando
tenía dieciocho años de edad, y casi por casualidad, una de sus hermanas
pequeñas jugando, preguntó a Loida si distinguía cierto nombre entre varias
palabras que tenían escritas en la pared. Como pudo, Loida inclinó la cabeza
hacia la palabra correcta, para comprobar que no fuera casualidad su hermana
probó con otras y se dio cuenta que acertaba en todas ¡Sabía leer! Gracias a
esto, los padres pudieron comunicarse con ella, descubriendo que comprendía y
se expresaba como una adulta, con una madurez sorprendente, sus primeras
palabras, escogidas letra a letra, fueron: “Estoy
muy feliz porque, gracias a Dios, ahora puedo comunicarme”. Afirmó que por
años se pasó pensando lo que quería decir a su familia, incluso mostró su
frustración cuando oía a sus hermanas aprender a leer, ser felicitadas y ella
que ya sabía, era incapaz de demostrarlo, por eso a menudo sufría arranques de
llantos incontrolables, era la frustración de una mente que quería comunicarse
con el exterior y no encontraba la manera. Esto muestra que nunca se debe dejar
de hablar o leer a niños en estas condiciones.
Más complicado lo tienen los niños nacidos con “multimpedimento Sensorial”, en estos raros
casos, es muy posible que apenas reciben comunicación con el exterior, pues no
ven, no oyen, no se pueden mover y tampoco tienen tacto en sus extremidades,
por tanto es difícil valorar el grado de progreso mental que puedan tener, en
cualquier caso, es posible que sus pensamientos absorban las pocas sensaciones
que le lleguen al rostro, la cabeza, el tacto y el gusto al comer y con eso se
pueda hacer una idea de su entorno, sorprendería lo mucho que el cerebro puede
captar aún en esos casos tan extremos. Al igual que la vida se abre camino, el
cerebro se desarrolla y busca la salida a su encierro, el yo, por tanto se
forma de una u otra manera.
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